7 abr 2008

PERDIDA DE DESEO SEXUAL

El deseo sexual y su pérdida. (Joan Casanova)






Qué es eso el deseo sexual. Un enfoque culturalista.

El deseo sexual consciente es un mecanismo psicobiológico que precede a la excitación sexual, de tal modo que ambos nos impulsan a tener relaciones sexuales con otra u otras personas, relaciones que han sido diseñadas por la evolución para reproducirnos y perpetuar la especie. Deseo y excitación son procesos fisiológicamente independientes, que no tienen por qué ir siempre concadenados, pero sí en el caso de nuestra definición. Precisamente como fenómeno fisiológico, no ha sido tan estudiado como la excitación, pero se puede decir que está muy determinado por la hormona testosterona, presente en ambos sexos, así como por factores cerebrales-cognitivos y ambientales.
Tiene mucho que ver con la libido de la Teoría Psicoanalítica, también llamada energía, pulsión o impulso sexual, pero no está claro que sea un verdadero instinto biológico de primer orden, pues no es indispensable para la supervivencia de un individuo, aunque pudiera serlo para la de una sociedad. Como se ha demostrado en los tristes escenarios de un campo de concentración, los instintos del hambre, la sed o el sueño prevalecían en ese contexto de extrema depauperación, habiendo desaparecido completamente la pulsión sexual; quizá esto explica la sensación de que, ante ciertas causas de suficiente peso, al disminuir el deseo éste parece quedar relegado a un segundo plano, como algo prescindible para el individuo. En cualquier caso, al menos en condiciones de un entorno social normalizado, en lo psicosocial, constituye un recurso o mecanismo que no sólo vincula personas, sino que canaliza conflictos y necesidades emocionales, somáticas, creativas, reduce tensiones en y entre personas y, por tanto, ayuda a establecer vínculos afectivos dentro de un grupo o comunidad.
Dado que desde hace unas décadas tenemos los medios para planificar eficazmente la fecundación, se ha ido potenciando la vertiente cultural de la sexualidad, de modo que ésta puede vivirse cada vez más como un medio para la desinhibición ante el estrés y las presiones sociales cotidianas, la experimentación del placer ligado a la creatividad y al juego, la reafirmación de la personalidad y la preservación de la necesaria intimidad. En ciertas sociedades este uso cultural está tan desarrollado -al menos de un modo potencial-, que el deseo sexual es cada vez menos un fenómeno biológico y, más allá de un recurso personal, cada vez más una percepción mental moldeada por el entorno social en que se ha producido ese desarrollo. Esto es así porque existe, a su vez y de forma paradójica, en la mayoría de individuos de tales sociedades el deseo común de desarrollar sus personalidades individuales, de singularizarse, de alejarse de la obediencia a la mecánica simple de los instintos primitivos, de encajar y beneficiarse, en fin, de la prometida sociedad del bienestar. Y la paradoja se concreta de este modo: el deseo sexual se supone un medio para el desarrollo de la persona, pero depende a la vez de la forma en que la colectividad lo conceptualiza. No es, pues, de hecho una cuestión que empieza y acaba en la subjetividad del individuo, sino que se adapta a una percepción colectiva. Y por tanto, como adaptación a una idea común, no es sólo objeto o vehículo de vinculación y liberación, sino de confusión, ansiedad, conflicto y disfunción, cuando la persona siente que no encaja en ese ideal.


El caso de la mujer.

Es el claro ejemplo de cómo la cultura moldea la vivencia individual de una experiencia en principio tan íntima como el deseo sexual. En muchas sociedades o culturas, la educación o el entorno familiar tienen un poder importante para definir y delimitar el deseo en la mujer: así, por ejemplo, dependiendo de cómo logre expresar ese deseo, o de en qué culmine, una adolescente o mujer puede describirse o bien como que 'está enamorada', o bien como que 'está fuera de control'. Si se acaba casando y tiene hijos, el entorno dictaminará que ella estaba enamorada -aquí podría abordarse otro tema interesante, el de si el sexo puede llevar al descontrol propio, especialmente en las/los adolescentes, y si esto es peligroso-. Si ella tiene sexo ocasional, varias parejas, parejas mujeres o no se casa, se la juzgará como que estaba fuera de control, percibiéndose su energía sexual como inadecada, como un signo de subversión. Presiones de este tipo persisten en la actualidad, y fuerza a muchas mujeres a negar y reprimir su deseo, identidad y orientación sexuales para seguir siendo socialmente aceptadas, de modo que desde muy temprano, en su época de desarrollo físico, se les impide reconocer la verdadera naturaleza de sus sensaciones, lo que entre otras cosas les oculta una salida constructiva a su energía sexual como es la masturbación. Se les muestra como inadecuada toda motivación de búsqueda de intimidad física, curiosidad, diversión o seguridad, y se las orienta hacia la búsqueda de un ideal de amor, por otro lado ambiguo o no bien definido. Del mismo modo, lleva a muchos hombres a rechazar aquellas mujeres que han mostrado una línea de deseo sexual demasiado 'liberada'. Es decir, que el deseo sexual femenino está controlado y expresado en 'momentos apropiados' y de 'manera apropiada'.
Al hilo de la anterior argumentación culturalista, en la que hablábamos de la necesidad de garantizar la supervivencia y cohesión de la sociedad, el control del deseo sexual femenino, igual que con otras facetas de la mujer, cumple aquí un papel bien ajustado por el sistema social: garantizar una maternidad, con sus fases de fecundación, embarazo, crianza y educación, lo más responsable y asexual posible. Pues es la mujer, y no el hombre, quien posee el potencial para gestar, crear y criar a los nuevos miembros de la sociedad. Esto reafirma en muchas culturas la pervivencia de una doble moral. También en Occidente donde, aunque se espera que la mujer se desarrolle como persona, incluso reconociéndole sus derechos y capacidades sexuales y orgásmicas, sin embargo se sigue potenciando su imagen virginal. Muchos hombres, por ejemplo, todavía tienen grandes reparos en presentar a su madre una novia reconocida como sexual, porque esa madre es para ellos el modelo de mujer asexual, y porque esa novia es la potencial madre de sus hijos. Muchas mujeres jóvenes aprenden del mismo modelo de madre asexual.**PAG**


El enfoque fisiológico. Cuánto deseo sexual consumimos.

En la fisiología del deseo sexual vemos que constituye un proceso complejo, en el que intervienen básicamente tres componentes: el cerebro, como motor; ciertas hormonas, en especial la testosterona; y los intereses, motivaciones o desencadenantes cognitivos de cada persona.
Centrándonos en el primero de ellos, descubrimos que los centros cerebrales que lo desencadenan son los mismos que se activan al consumir cualquier droga. Se deduce por tanto que, al menos fisiológicamente, el grado de deseo sexual depende de su "consumo", es decir a más relaciones sexuales satisfactorias, incluida la masturbación, mayor deseo. Vemos también que el deseo actúa antes que la excitación, y que se desencadena al querer algo, soñarlo, iniciarlo, recibirlo o pensarlo; por tanto, cuantos más momentos del día dedicados a fantasías o ensoñaciones eróticas -los factores cognitivos-, o cuanto más interactuemos con la pareja a nivel sensual, táctil o afectivo, mayor será la predisposición cerebral para el despliegue del deseo y la práctica sexual. De forma inversa, cuando la interacción personal es difícil, o no se está en contacto con los propios sueños o fantasías, ni se muestra iniciativa erótica, o la forma de pensar es obsesiva, el fantasma de su disminución asoma.
El segundo componente implicado en la génesis del deseo sexual es la hormona testosterona, la cual pertenece al grupo de los andrógenos. La producen los testículos, ovarios y glándulas suprarrenales. Está presente en ambos sexos, pero el cuerpo de la mujer es significativamente más sensible a pequeños cambios en su nivel. Otro grupo de hormonas, los estrógenos, ejercen un contrarresto sobre el efecto de los andrógenos, de forma que, sobre todo en la mujer, cuando los niveles de estrógenos disminuyen -por ejemplo después de la ovulación, pero también en la menopausia-, se puede experimentar un incremento del deseo sexual. Sin embargo, esta mayor sensibilidad a la fluctuación de la testosterona constituye un argumento fisiológico que, sumado al psicológico-cultural, explicaría la preponderancia del trastorno de deseo sexual inhibido en las mujeres.


Hasta que aparece el problema…

Que recibe el nombre de disminución o pérdida del deseo sexual, o trastorno del deseo sexual hipoactivo, o del deseo sexual inhibido. Es el problema más referido en las consultas de terapia sexual, y uno de los principales motivos de separación conyugal. Se cree que afecta al 15% de hombres y al 35% de mujeres. A veces se lo ha denominado ausencia de deseo, pero esto no es lo mismo que pérdida. Ausencia significa que no se tiene o no se ha tenido nunca deseo sexual; es el caso de algunas personas, sobre todo mujeres, cuyos cuerpos no producen suficiente testosterona, lo que puede sucederles desde siempre -por un problema en ovarios, glándula pituitaria o tiroides-, de forma permanente tras haberse sometido a una intervención quirúrgica importante en su aparato reproductor, o bien de forma natural en alguna etapa de su vida. Pérdida implica que se ha experimentado deseo, pero que algo ha cambiado para provocar esta disminución, ya sea progresiva o brusca. Tampoco es cierto que, aunque a la persona se lo parezca, exista ahí siempre un verdadero trastorno de pérdida del deseo: es habitual que una persona se compare con sus amistades y llegue a considerarse inadecuada por percibirse menos sexual o con menos deseos sexuales, cuando si se detiene a analizarlo -en base a sus propios niveles de satisfacción o de felicidad personales- en realidad no le ocurre nada malo en este ámbito.
No es difícil hallar definiciones del fenómeno en sí, por desgracia nunca muy completas dado el estado actual de la investigación, pero en general coinciden en describir una serie de síntomas persistentes o recurrentes, como escasa motivación hacia actividades eróticas, poca capacidad para excitarse en situaciones sexuales, o el evitar directamente tales situaciones -aunque a veces la persona afectada se obliga a mantener sexo sólo para complacer a la pareja-; todas las definiciones coinciden en que esta hipoactividad genera insatisfacción e infelicidad en la vida de las personas afectadas. Hay casos extremos, en que se evita en general todo contacto erótico y genital con cualquier persona del sexo opuesto, y no hay hábito masturbatorio ni fantasías sexuales; la psiquiatría tiene un nombre para esto (y lo tiene para un montón de fenómenos más), que es trastorno de aversión sexual.
Pese a que se han definido causas más concretas, que se verán más adelante, lo expuesto en los primeros párrafos viene a ser una especie de gran causalidad, un marco cultural que engloba inevitablemente a la mayoría de causas particulares. Por lo que podemos aún resumir el trastorno en tales términos: muchas personas ya no funcionan tanto por el deseo sexual en sí, sino por el deseo del deseo sexual, por el intento de adaptarse a ese ideal social -ésta sería pues la motivación que prevalece-, por el 'se supone que'. Y esta percepción condicionada explica conductas, actitudes y despropósitos como los siguientes:

· Que una persona llegue a creer que su deseo sexual no es normal, no en referencia a la realidad de su vida relacional, sino porque le parece que sus amistades lo experimentan con mayor intensidad o satisfacción.
· Que lo que desean hombres y mujeres a menudo sea tan diferente, difícil de conciliar y conduzca a frustraciones, sobre todo porque esperan experimentarlo de un modo concreto, o en el mismo momento, por ejemplo ellos más sexo oral o coital, y ellas más juego previo o estímulo clitorial.
· Que todavía muchas mujeres, incluso con un nivel laboral y sociocultural alto, tengan una orientación de placer pasivo, desconozcan las respuestas eróticas de su propio cuerpo y su clítoris, o se incomoden con la masturbación, y esperen que el hombre las excite ('se supone que él ya sabrá').
· Que se den muchas relaciones de pareja insanas -con sus luchas de poder, sensaciones de no ser respetado ni escuchado por el cónyuge, y más tarde rencores e ira- porque, en sus inicios, la manera de ver a la otra persona se regía no por el entendimiento mútuo sino por el deseo sexual, guiado éste a su vez por la idealización. Al descender el interés sexual, esta falta de deseo es utilizada frecuentemente por la persona que se siente menos poderosa, como arma para intentar imponerse sobre la otra. Es un error, pues el sexo no es lo único que permite construir lo que ahí falta, que es intimidad emocional.
· Que el efecto placebo (autosugestión) funcione en problemas de deseo sexual. Un experimento monitoreó a mujeres que se quejaban de falta de deseo y de excitación, haciéndoles ver un film erótico, tras lo cual se les mintió asegurándoles que durante el visionado se había registrado un aumento del flujo sanguíneo en sus vaginas. Pruebas posteriores revelaron que su flujo sanguíneo se igualó al de mujeres sin estos problemas, y que su respuesta sexual mejoró.**PAG**


Pero ¿se puede perder realmente el deseo?

La pérdida o disminución del deseo se caracteriza porque se concreta casi siempre en un desinterés sexual hacia el otro miembro de la pareja. Lo interesante aquí es que quien sufre el trastorno a menudo sigue teniendo pulsiones sexuales, e incluso capacidad orgásmica, expresables por ejemplo en fantasías/ensoñaciones sexuales o incluso masturbación. Los casos extremos de rechazo a cualquier acercamiento sexual, sin fantasías sexuales ni masturbación, no desmienten este enunciado: la mayoría se explican porque la persona afectada entra en un particular proceso inconsciente de autocondicionamiento, en el que prefiere en cierto modo inhibirse aún más y convertirse en un ser casi asexual y asexuado, que tener que afrontar sentimientos de culpabilidad o tener que complacer sexualmente a la pareja.
El trastorno, pues, no entraña casi nunca una verdadera pérdida de libido o impulso sexual, por más que la persona llegue a aparentarlo tras el mencionado proceso de autocondicionamiento, nada raro por cierto. Es decir, pérdida de deseo no equivale a ausencia total de deseo. Dado que la pulsión sexual autónoma permanece siempre intacta -a menudo la capacidad y frecuencia masturbatoria y orgásmica es la misma que en parejas sexualmente satisfechas-, en la mayoría de casos el problema se ciñe exclusivamente a la interacción sexual con la pareja.
Se ha comparado a mujeres casadas que sufrían de deseo sexual hipoactivo, con mujeres casadas que tenían una vida sexual satisfactoria, y se vio que si bien las primeras fantaseaban menos durante el juego previo, la masturbación, el coito o las ensoñaciones diurnas, y tenían menos orgasmos en la cópula, en cambio se masturbaban con la misma frecuencia y obtenían orgasmos mediante automanipulación con la misma facilidad. Es decir, que las mujeres con un supuesto bajo deseo sexual, en promedio se masturbaban y eran orgásmicas durante las actividades autoeróticas tanto como cualquier otra, lo cual era un dato muy importante, dado que la masturbación es un fiel indicador de los niveles de tensión sexual autónomos de la mujer (aquellos en los que no interviene el varón). Que esta tensión se mantenga al mismo ritmo de frecuencia y logro orgásmico en ambos tipos de mujeres, significa que no existe de hecho una disminución del interés sexual en general, sino del interés por relacionarse sexualmente con la pareja. Es un error, por tanto, señalar a la persona afectada juzgándola como poco voluptuosa o poco sexual.


Primeras causas y primeras líneas de actuación.

De entrada resulta difícil catalogarlas, pues algunas consecuencias de las primeras causas se convierten a su vez en nuevos factores que agudizan el trastorno. Pese a ello intentaremos definir tres grandes grupos: las causas claramente orgánicas, las causas psicológico-personales-circunstanciales, y las causas conyugales, de hecho tratables también en el ámbito psicológico.

Causas orgánicas o físicas.

Las causas físicas no son las mayoritarias. Está claro que una primera línea de actuación pasa por el recurso a la Medicina, como un chequeo de salud general o específica. Diversas enfermedades (diabetes, infarto, hipertensión, hipercolesterolemia, depresión, artritis, osteoporosis, infección vaginal, etc.), pero también trastornos como la falta de sueño, o un cansancio crónico o reiterado, pueden estar detrás, por lo que hay que aprender a respetar las otras necesidades básicas aparte del sexo, rompiendo cuando haga falta las rutinas que se hayan instalado (como hacer el amor por la noche al acostarse, cuando el cansancio asoma). Hay que investigar una posible depresión, la cual inevitablemente disminuye o inhibe del todo los niveles de deseo. O un problema de delgadez extrema/obesidad, o bien de anorexia/bulimia, este último con un posible trastorno psicológico asociado. Es frecuente la asociación con un problema de consumo de drogas, como el alcoholismo o ciertos psicofármacos, muchas drogas llegan a interferir de hecho en cualquier parte de la respuesta sexual humana deseo-excitación-orgasmo. Ciertos anticonceptivos hormonales, en raras ocasiones, pueden provocar este efecto secundario. Es también frecuente un perfil hormonal desajustado, especialmente referido a los andrógenos: la testosterona es necesaria para mantener el deseo, tanto en el hombre como en la mujer. También están los cambios hormonales que se sufren antes de la menstruación (síndrome premenstrual), o durante la lactancia materna, o durante el climaterio, periodo que empieza con la última menstruación (conocido como menopausia) y que se acompaña de un descenso de estrógenos; esto puede provocar no tanto una mengua del deseo como una menor lubricación vaginal, y como consecuencia molestias o dolor durante el coito, que llevan a evitar el sexo e inhibir el deseo. Cada tipo de problema requerirá la oportuna línea de terapia o medicación.

Causas personales-circunstanciales.

Aquí hay que hacer un inciso: el estrés y la ansiedad -que también pudieran considerarse causas de orden físico- son probablemente los mayores desencadenantes de inapetencia sexual y los grandes enemigos del proceso deseo-excitación-consumación sexuales. Quizá en personas muy jóvenes, en cierto modo habituadas -o impulsadas por la efervescencia de sus cambios hormonales- a un estilo de vida y de sexo precipitados o frenéticos, no les afecte tanto, pero un sexo de calidad necesita relajación, tanto de la psique como del cuerpo, por más que esto pueda parecer paradójico o contradictorio si pensamos en una fase como la de la excitación.
Este tipo de causas pueden originar a su vez problemas conyugales, por lo que habrá que aislarlas de éstos e identificarlas. Puede ser un problema económico, laboral, personal, familiar, etc., o la dedicación a los hijos o a un familiar, que absorbe todas las energías y deja muy pocas para la intimidad. Aquí hallamos también causas como una diferencia de edad importante, por ejemplo un hombre mayor que la mujer que evita el coito por el temor a una caída de su respuesta y rendimiento sexuales. O una inseguridad por desconocimiento del propio cuerpo y del autoerotismo, o de la sexualidad del otro género, a su vez debido quizá a una educación represiva o inadecuada en el pasado (entorno familiar disfuncional). O bien hallamos miedos, prejuicios, actitudes, emociones o habilidades inadecuados ante la propia vivencia de lo sexual. O problemas como la anorgasmia (ausencia de orgasmo en la mujer) o el vaginismo, o ciertos casos de disfunción eréctil y de eyaculación precoz, aparentemente causas orgánicas, pero que pueden tener un trasfondo psicológico y, por tanto, hay que tratar también aparte. O bien la influencia larvada de un acontecimiento traumático sexual (abuso) o emocional (abandono, etc.), que puede provenir de la infancia o adolescencia, o ser más reciente, como un desengaño amoroso o una violación. Estas causas pueden aparecer tanto con la pareja estable como con terceras personas o nuevas parejas, y no sólo hay que buscar la forma en que afecte menos a la convivencia con la pareja, sino interesarse por el problema que afecta a esa persona, ponerse en su lugar y ayudarle a solucionarlo, si es necesario pidiendo ayuda externa.**PAG**

Causas conyugales.

En éstas, el problema se centra en la forma de relacionarse o interactuar con el cónyuge; por tanto no necesariamente hacia terceras personas que de repente pudiesen aparecer como objetos sexuales, de hecho en una situación así se puede llegar a desarrollar un deseo sexual exagerado.
Ya se ha dicho que este tipo de causas pueden provenir de otros factores primarios y haberse convertido posteriormente en nueva causa, que retroalimenta el problema: por ejemplo, una descoincidencia reiterada de momentos, lugares o situaciones. Aquí se observan en general actitudes de evitación o retraimiento para con la pareja sentimental: en la mujer especialmente -su sexualidad es más emocional o, digámoslo, algo menos simple que la del hombre-, si tanto el sexo como la intimidad con la pareja han dejado de ser satisfactorios, el deseo sexual tiende a desaparecer antes que en el hombre, lo que entraña una especie de defensa corporal instintiva, que se ha interpretado como un impedir la posibilidad de embarazarse de esa otra persona, y simboliza la pérdida de la confianza. Hallamos, pues, explicaciones que corresponden a elementos muy básicos en una relación sentimental: mala comunicación, caracteres incompatibles, falta de confianza, resentimiento, abuso sexual o emocional, poca habilidad sexual del cónyuge, etc. Las actitudes de resentimiento suelen también aparecer, agravando el problema: la misma falta de deseo puede entonces ser esgrimida como arma en la lucha de poder, especialmente por parte de quien se siente menos poderoso, normalmente la mujer.
Como en la anterior categoría de causas, aquí también hay que interesarse por el problema que afecta a la pareja, ponerse en su lugar y ayudarle a solucionarlo. No tomarse las cosas personalmente, no etiquetar nunca a la otra persona, no sospechar cosas infundadas, ser más tolerantes, menos exigentes, 'bajarse' un poco del propio ego y no permitir que todo gire en torno al 'yo' y al 'mí'.


Más sobre las causas conyugales.

La forma de concebir la relación de pareja. Casos de falso problema.

Conflictos matrimoniales o de pareja, luchas de poder en su seno, ira reprimida, confianza traicionada, estrés o ansiedad, rutina o aburrimiento son causas -o efectos- que convergen a menudo en la relación conyugal. Con lo que podría casi afirmarse que ésta misma, con sus dinámicas propias, es de hecho una causa inherente de disminución de deseo.
Y a veces la relación misma, como si fuese una entidad propia, ejerce sobre sus miembros una presión injusta, que lleva a crear un falso problema: todas las personas atraviesan etapas de ciclos hormonales fluctuantes, o variaciones en su estado de salud o condición física, que llevan a experimentar menos deseo sexual de forma natural, lo que no debería constituir problema alguno; muchas mujeres, por ejemplo, tienen menos deseo en ciertas etapas de su ciclo ovulatorio. Pero puede ocurrirles tanto a hombres como mujeres durante una época de sus vidas. Es normal y natural, pues, que en una relación de pareja prolongada existan periodos o ciclos de poca sincronía sexual, sobre todo cuanto más tiempo están ambos juntos; puede ser bueno aprender a reconocerlos cuando aparecen, y no darles más peso del que tienen, como fenómeno seguramente pasajero.
Hay un segundo caso de falso problema. Quizá no es tan natural, pero es también habitual que una pareja se lamente de escaso deseo sexual, cuando tras un detenido análisis se descubre que jamás en el pasado habían tenido un nivel de pasión o química sexual demasiado alto, lo que a menudo parece haberse olvidado: otros valores pueden haberse puesto como base de la relación, ya sea la generosidad, la estabilidad, la amistad, etc.
Sea por este tipo de razones o por otras, por desgracia es muy común la aparición del trastorno, generador de mucha ansiedad, y expresado como que uno/a siente que tiene más deseo que su cónyuge; indagando un poco, a veces se descubre que un cónyuge siente que su pareja nunca quiere tener relaciones sexuales, mientras que el otro expresa que es la otra persona la que quiere tenerlas constantemente. Unas veces las causas de este distanciamiento no son primordialmente de índole sexual, sino más bien emocional o convivencial, y habrá que indagar pues en estas líneas, si es preciso mediante la ayuda de una terapia de pareja para desentrañar posibles temores, actitudes hostiles, proyecciones de carencias propias, o resolver conflictos o dinámicas viciadas.

Los motivos propiamente sexuales.

Aunque en ocasiones las verdaderas causas sí parecen tener que ver con el sexo. Básicamente son de dos tipos.
En primer lugar, la existencia de ritmos o frecuencias diferentes: una persona puede tener bastante con una o dos veces por semana, mientras que su pareja necesita al menos cuatro o cinco. Sucede igual con instintos o necesidades muy básicos, como la comida, el sueño o la actividad física. Parecen pues tener esta causa, pero… de hecho tampoco siempre: a veces quien muestra más ganas de sexo, aquí normalmente la mujer, en realidad lo que está haciendo, forzándose a sí misma a mostrarse más sensual y seductora, es llamar la atención al cónyuge, quien quizá no pone su energía emocional y sexual en la pareja por causas de estrés laboral o similares.
En segundo lugar, el hecho de que las prácticas sexuales preferidas por hombres y mujeres pueden ser bastante distintas, lo que suele provocar conflictos y frustraciones -que no encuentran una buena forma de expresión-, o bien conducir a un sexo demasiado centrado en el coito vaginal. Esto lleva a muchas mujeres a inhibir su deseo sexual, porque no obtienen el orgasmo por esta vía, o porque además echan de menos la mayor presencia de juegos eróticos previos: a éstas y a sus parejas hay que recordarles que la penetración no es la forma mejor o más fácil de obtenerlo, para la mayoría de las mujeres. Hay que comprender esta diferencia en las preferencias y, de algún modo, negociar o alternar la dedicación a la satisfacción de unas u otras; asimismo hay que desmontar el absurdo mito de creer que se deben desear siempre las mismas cosas, o incluso que se debe obtener la misma satisfacción y en el mismo momento. También puede hacer falta dedicarse a jugar más con los cuerpos, con la sensualidad y la imaginación. O puede ser muy necesario volver a experimentar la facilidad o fluidez en la forma de proporcionarse orgasmos propios. O introducir la masturbación y la exploración/estímulo del clítoris -por qué no, con la ayuda de un vibrador-. O usar un método anticonceptivo efectivo y cómodo -la preocupación por un embarazo indeseado influye en el rechazo de la práctica coital-. Todo ello puede ser de ayuda, y llevar a ganar autoconfianza e iniciativa.**PAG**

Líneas de soluciones.

Ya se han apuntado algunas, vamos ahora a agruparlas en unas líneas generales. Cuando se llega a niveles altos de desencuentro, probablemente muy angustiante y generador de malentendidos y autoinfravaloraciones, los expertos en Sexología aconsejan que, como primera medida, quien tiene más deseo intente siempre adaptarse al ritmo de quien parece tener menos. ¿Por qué? Pues en aras de la continuidad de esa relación, pero también porque quien recibe más presión es quien tiene menos deseo -por más que quien experimenta más pueda sentirse muy angustiado-.
La segunda medida será hacer un esfuerzo por comunicarse, hablar del problema lo más abiertamente posible, y para ello será de gran ayuda iniciar estos diálogos fuera del ámbito doméstico, haciendo un continuado esfuerzo por usar un estilo impersonal, abstracto, sin señalar ni mencionar nunca al cónyuge. Si este diálogo falla, hay que plantearse claramente el recurso a un terapeuta sexual o de pareja.
Finalmente, como tercera medida, puede ponerse empeño en mejorar o reaprender alguno de estos puntos: compartir equitativa y lúdicamente algunas actividades, cambiar hábitos relacionados con horarios y espacios (no hacerlo siempre por la noche al acostarse), acostumbrarse a hablar sobre sexo, expresar adecuadamente las propias emociones, como la ira (vehicularla de modo constructivo y nunca sobre la otra persona), el afecto o cariño (los hombres tienden a inhibirlo por la educación recibida), o directamente en el terreno sexual reaprender a no tener en cuenta el tiempo, prolongar desde el beso a los juegos preliminares, introducir variedad (vendarse los ojos, atarse, hacerse un masaje, usar un juguete sexual, masturbarse juntos,…), nuevas formas de acercamiento (o formas amables de rehusar cuando en el pasado se ha tendido demasiado a contentar a la pareja), preguntar a la pareja qué le apetece y de qué forma, compartir las fantasías sexuales, atender debidamente el clítoris en la mujer, explorar en el hombre zonas erógenas insospechadas hasta por él mismo, etc.
Una cuarta línea de actuación la constituye la psicoterapia, ya sea de pareja o individual. La terapia de pareja es aconsejable cuando se localiza como causa la propia dinámica del vínculo con la pareja, con serias dificultades en la comunicación, alteración de la intimidad, o con luchas de poder, rencores o reproches incontrolados. La terapia individual será apropiada cuando se identifique o sospeche un trauma o abuso sexual, un trastorno de la autoimagen corporal, temor a envejecer o rechazo radical de la intimidad.


Hay que cultivar la intimidad. O… por qué no negociar.

Es tan importante que merece un capitulito aparte. Ya hemos dicho que puede ser necesario reaprender a dedicar más tiempo a la pareja y a la relación en sí. Pero importa mucho la calidad de ese tiempo. Antes que la intimidad sexual, es necesaria la intimidad en el resto de esferas de la relación, y es que además ésta será una auténtica antesala del deseo sexual espontáneo e intenso. Esta intimidad comporta valores o sensaciones como comodidad, seguridad, calidez, contacto físico, confianza y complicidad, que incluyen la sensación de 'poderse abandonar' en la otra persona, de abrirse o exponerse completamente a ella, es decir ceder el control de la propia vulnerabilidad, y que resultan pues fundamentales para el bienestar emocional mútuo y de cada uno. De hecho estos valores están muy cerca de lo que se consideraría amor verdadero.
Por supuesto, la intimidad no es necesaria para la aparición del deseo, ni para tener sexo con otra persona; incluso puede usarse el sexo como un medio para evitar la intimidad. Pero aquí se promueve el desarrollo de la intimidad emocional, porque es beneficiosa para hacer resurgir el deseo sexual inhibido, porque, como se acaba de decir, favorece que la persona se deshaga de inhibiciones o autocontroles sobre su propia emotividad, su expresividad, y su cuerpo.
Cuando se ha deteriorado la intimidad emocional con la pareja, puede utilizarse el recurso del pacto o negociación. Esto significa que cualquiera de los aspectos a cambiar puede recibir un primer impulso si se habla y se pacta con la pareja En cierto modo esto implicará que la estamos avisando de nuestra iniciativa, y que esperamos que se implicará y cooperará de forma constructiva. Puede pactarse, por ejemplo semanalmente, el tiempo y las situaciones en que se pueda coincidir, ya sea para hablar, salir, delegar en terceras personas el cuidado de los hijos, compartir una actividad física relajante, una actividad cultural o lo que sea, pero nada de índole sexual puede ser ahí planificado, es más, sería recomendable evitar por un tiempo expectativas inmediatas de buen sexo, así como la penetración coital. Esto puede permitir que reaparezca el cariño por el cariño, que en el pasado quizá se ha pervertido al confundirse errónea y sistemáticamente con un preliminar de la actividad sexual.
Si estos intentos, incluso los que incluyen algún tipo de pactos, no acaban de funcionar y se sospechan razones extrañas o persisten actitudes de evitación, puede existir por parte de alguien un temor al despliegue de esa misma intimidad. Otros temores estarán sin duda asociados, y pueden ser de diversa índole: temor a que se rompa un 'status quo' -que puede ser ya pura inercia o frágil equilibrio- y por tanto a que se rompa la relación, a que afloren inseguridades o carencias importantes -que se han podido estar tapando desde el inicio de la relación-, a que se pierda un poder ilusorio sobre el otro, a provocar un embarazo indeseado, a hacer daño, a no demostar suficiente habilidad como amante, a la no aceptación de la propia imagen corporal, etc. Ante la sospecha de tales resistencias, o si no consigue la suficiente confianza o buena disposición, no habrá que dudar en solicitar la orientación de un/a psicoterapeuta, de pareja o individual.**PAG**


¿De verdad la mujer tiene menos deseo?

Hasta ahora, los datos ilustran que el trastorno de deseo inhibido afecta un poco más a las mujeres. Ya hemos mencionado que esto puede tener sus razones, tanto psico-culturales como fisiológicas. Pero respecto a la mujer en sí, en general y dejando de lado el grado de afectación por el trastorno, ¿es cierto que el deseo sexual que experimenta a lo largo de su vida es inferior al del hombre? Pues bien, esto es una falsa idea que no hace más que distorsionar el problema, el creer que la mujer pueda tener en general un bajo nivel de deseo sexual en comparación con el del hombre. El descubrimiento científico de que la hormona testosterona estaba muy implicada en la aparición del deseo, y la falsa creencia de que esta hormona era genuinamente masculina, ha reforzado por un tiempo el tópico. Pero el hecho es que ni la libido ni la testosterona establecen grandes diferencias entre géneros.
Es difícil precisar cuál de ambos géneros experimenta realmente mayor tensión sexual, y hasta qué punto no lo distorsiona la educación recibida, pero lo que sí queda claro, tras una serie de estudios científicos, es que en general la mujer desarrolla también deseos sexuales autónomos (sin mediación del hombre), espontáneos y frecuentes, y que aumentan a lo largo de su vida. Hay estudios que afirman que dos de cada tres mujeres, mayores de cuarenta años, reconocen experimentar con frecuencia excitación sexual espontánea sin mediar requerimientos masculinos; que en algo más de la mitad de esas mujeres, tales deseos sexuales espontáneos son diarios o casi diarios; y que una de cada cinco los experimenta varias veces en el mismo día. Este potencial sexual parece mantenerse igual a lo largo de la vida de al menos un tercio de las mujeres, y se va incrementando en casi la mitad de ellas. Es decir que casi cuatro de cada cinco mujeres mantienen, o incrementan, sus niveles de tensión sexual espontáneos a lo largo de toda su vida. También se sabe que algo más de la mitad, admiten tener ganas espontáneas de mantener relaciones sexuales a diario o casi a diario -las lleven a cabo o no-. Otro 40% admite desearlo entre una y tres veces a la semana. Finalmente, hay estudios que apuntan a que el deseo de la mujer adulta gana en intensidad al del hombre adulto. Hay razones para sospechar que estos datos están por debajo de la realidad, dada la vergüenza a admitir hechos como estos por parte de algunas mujeres. Pero por la dirección en la que apuntan, puede asegurarse que los deseos sexuales son algo frecuente y normal en la mayoría de ellas.
La creencia o saber popular les otorga a los hombres cierta ventaja: se dice que tienen más pensamientos eróticos durante el día, a menudo por pequeños desencadenantes visuales, mientras que el pensamiento de las mujeres estaría más ocupado en diversos quehaceres (compras, actividades domésticas, planificación del trabajo) o afectividades (cuidado de los niños, mantenimiento del círculo de amistades, atenciones y tiempo con la pareja, etc.). Pero estos datos están aún por comprobar. En todo caso esta supuesta diferencia no sería tanto biológica como cultural: todavía hay mucha desigualdad de género e hipocresía moral, se siguen asignando roles sexuales distintos a mujeres y a hombres, y aún no se asume la sexualidad y la genitalidad como algo totalmente natural, espontáneo y placentero. No es por tanto una cuestión que afecte sólo a mujeres: está aumentando en los consultorios la referencia a problemas relacionados con la inapetencia masculina y la falta de información de muchos hombres acerca de la sexualidad femenina, aumentando también las quejas femeninas acerca de la desgana sexual de sus parejas masculinas. Quizá el aumento de la iniciativa de las mujeres en las relaciones sexuales, dada la expansión de la emancipación femenina, lo está haciendo aflorar.


Parcheando… Algunos intentos de remedios inmediatos.

La Medicina está buscando soluciones efectivas a este problema. Las terapias hormonales, principalmente a base de testosterona -para ambos sexos-, por ejemplo en forma de parche, pueden funcionar pero sólo en las pocas ocasiones en que hay un déficit de esta sustancia en el organismo, y su uso prolongado conlleva efectos secundarios aún no contrarrestados, como exceso de vello facial, irritación en la zona de aplicación, o agresividad.
Respecto a la popular Viagra (sildenafilo), es sabido que este medicamento no ayuda a experimentar deseo sexual, sino que funciona justo al revés, es necesario que el deseo exista, y lo que hace entonces es potenciar las fases posteriores de excitación y orgasmo, favoreciendo la congestión sanguínea.
Ya hemos mencionado la susceptibilidad del trastorno de deseo inhibido a los experimentos con placebo. Por este motivo no está del todo clara la eficacia de medicaciones como el antidepresivo clorhidrato de Bupropion, al que se atribuye un relativo éxito en el tratamiento del trastorno en mujeres, debido a que actúa sobre ciertos neurotransmisores cerebrales como la norepinefrina y la dopamina, y que parece haber dado cierto resultado tratando el trastorno en mujeres.
Todos los demás intentos por hallar o elaborar una sustancia que potencie el deseo sexual, son dudosos, constituyen probables efectos placebo, y no han sido todavía debidamente investigados. Es el caso de un sexólogo israelí, que afirma haber descubierto una mezcla de sustancias naturales que incrementan el deseo sexual media hora después de consumirse, mezcla a la que denomia 'Shiagra'. O el de una doctora que trabaja con la Feniletilamina, incorporándola en altas dosis dentro de barras de chocolate, afirmando al parecer que esa sustancia ayudaría a desencadenar el orgasmo.

No hay comentarios.: