3 abr 2008

FISICA Y SILENCIO

FÍSICA Y SILENCIO

Por Gabriel Catren
gabrielcatren@hotmail.com


En este fecundo texto, Gabriel Catren, físico y filósofo argentino, reconocido difusor de la Física teórica en Buenos Aires, instaura una correlación entre la física, lo indecible y la música. Lejos del modelo de la ciencia que prioriza la luz, el ojo, la imagen y sus cuantificaciones, Catren distingue otro nivel de experiencia posible donde la física y el pensamiento científico se ligan con lo acústico. Con la escucha del lenguaje, con un oír esencial abierto a lo indecible y con la música como manifestación capaz de generar un saber que dimana una acústica estructura melódica.



FÍSICA Y SILENCIO

Por Gabriel Catren

"... de este empleo desnudo del pensamiento con contracciones, fugas o su dibujo mismo, resulta, para quien quiere leer en voz alta, una partitura."

Mallarmé


A continuación se distinguirán dos modalidades distintas de las formas de pensamiento específicas de la física. Una de ellas estaría determinada por una concepción óptico-representativa cuya operación fundamental sería iluminar para develar un orden oculto. Esta dimensión del pensamiento científico construiría un Sistema en tanto arquitectura representativa, atemporal y unificadora. Las categorías pertinentes para su ejercicio serían los conceptos cartesianos de lo claro y lo distinto versus lo oscuro y lo confuso. Por otra parte habría un registro, que aquí se denominará acústico, en el que se intentaría alcanzar una escucha del lenguaje propio de la física en la inmanencia de su decir, antes que en su proyección representativo-descriptiva de un mundo objetivado. Esta dimensión acústica, en su afirmación de una modalidad creadora, diacrónica y constelar del pensamiento científico, operaría una temporalización diseminadora del Sistema. Las categorías entre las que oscilaría esta dimensión acústica de la física ya no son la luz y la oscuridad sino el decir y el silencio.

Para comenzar habría un primer tipo de relaciones entre física y silencio asociadas a ciertas reacciones críticas a una ciencia de corte positivista. En su versión más cruda esta es una ciencia omnipotente para la cual el mundo es potencialmente transparente ante la fuerza representativa de su lenguaje. En principio no hay lo indecible, sólo lo aún no dicho. Un panorama general en el que inscribir las críticas a este cientificismo ingenuo puede encontrarse en 1918 en el pensamiento del filósofo Ludwig Wittgenstein. Para él la ciencia natural tiene su campo de acción dentro del marco circunscripto por el lenguaje, el objetivo de la ciencia sería enunciar proposiciones destinadas a explicitar el como del mundo. Sin embargo, y por otro lado, existiría según Wittgenstein, un espacio de lo indecible en cuya dirección señalaría la mística. Si la ciencia dice el como del mundo, la mística mantiene un silencio extático ante el hecho de que el mundo sea. Tenemos así una representación formalizada de la dinámica de las cosas por un lado y un silencio ante aquello de lo que no se puede hablar por el otro: ciencia y lenguaje o mística y silencio. En este esquema pueden inscribirse las dos orientaciones básicas que tomarán las relaciones entre física y filosofía a lo largo del S. XX. Por un lado habría una epistemología, es decir, una filosofía de la ciencia preocupada fundamentalmente por legislar sobre la manera en que la ciencia representa el como del mundo. Limitando los excesos cientificistas la epistemología postula diversas formas de indecibles: la ciencia ya no conoce, como pensaba el positivismo ingenuo, la verdadera estructura de las cosas, limitándose por el contrario a modelizar, a construir y no a descubrir a su objeto de conocimiento, a falsar y no a confirmar teorías, o, en su versión mas resignada, restringiéndose a establecer correlaciones entre resultados experimentales con vistas a su implementación técnica. Por otra parte estarían aquellos cuyo pensamiento es en cambio convocado por el Afuera irrepresentable hacia el que estaría apuntando la mística. Desde esta perspectiva se ve por lo general a la ciencia como una forma de conocimiento que intentaría reducir la riqueza del mundo a primeros principios, a un esquema totalizador y cerrado, mientras que el arte, o el pensamiento filosófico debidamente entendido, se encargarían de preservar y manifestar el misterio de lo que no puede ser dicho, de aquello que se sustrae al modo de aparecer propio de la objetividad. Ambas líneas de pensamiento coinciden, aunque por motivos completamente diferentes, en el gesto de contener los excesos de la razón pura, postulando diversos indecibles que delinearían sus márgenes externos. Tanto la cosa en sí como lo Abierto del Ser permanecen en el ámbito de lo que no puede ser dicho, lo verdaderamente importante emerge allí donde la ciencia calla.

Sin embargo estas diversas reacciones críticas coinciden con el positivismo en el punto fundamental de no poder pensar a la ciencia más allá de la idea de que esta es una teoría de lo real, una forma de conocimiento, una episteme. En lo que sigue se intentará señalar hacia una dimensión de la física no necesariamente ligada a un conocimiento objetivo, a la constitución de un Saber como imagen del mundo. En este registro del quehacer científico aparecería una relación constitutiva entre la física y el silencio de aquello que se sustrae a su decir. Dicha dimensión está asociada a la potencia de innovación conceptual propia de la física, es decir a su capacidad para crear entidades teóricas y producir acontecimientos conceptuales en los espacios abstractos que le son propios. Para que en el marco de un lenguaje formalizado sea posible la creación, es decir la emergencia de aquello que no puede ser deducido del Sistema, es necesario que el despliegue continuo de dicho lenguaje sea interrumpido por espacios de silencio. Lo innombrable, lo singular, lo inclasificable, lo problemático, lo indemostrable, todos aquellos tipos de indecibilidad específicos de la física no operan ya acotando el campo de acción de su voluntad representativa, sino más bien posibilitando la riqueza conceptual que le es propia.

Tanto las aproximaciones positivistas como críticas a la ciencia moderna, están fundamentadas en parte en una concepción óptica o representativa de la racionalidad científica: comprender es ver, la visión se convierte en modelo del pensar, la razón es un ojo para un mundo abstracto. Esta concepción óptica del pensar sería una de las causas, a mi juicio, de esta jerarquización del carácter representativo de la física por sobre su productividad teórica. Ya en el origen mismo de la racionalidad occidental Platón concebía a las ideas o esencias inmutables como imágenes a ser contempladas por el ojo del intelecto, la tarea de la filosofía sería arrancarnos de la oscuridad de la caverna para que la luz del Sol nos permita ver las formas invariantes que subyacen al devenir sensible. Comprender sería, antes que nada, geometrizar, desplegar en espacialidades genéricas figuras y formas ideales cuyos cortes y proyecciones den cuenta de la dinámica de los distintos estados del mundo. Continuando esta tradición, la ciencia moderna se autoproclama iluminista, la razón ilumina extrayendo sus verdades claras y distintas de un fondo oscuro y confuso. El Iluminismo tiene como consecuencia primera, más originariamente que una caracterización negativa de la oscuridad, una determinación óptica del entendimiento. Como lo explicita Martin Heidegger la esencia misma de la ciencia moderna es la instauración de una imagen del mundo, de una cosmo-visión. Con el iluminismo se habría consolidado esta idea de una imagen abarcadora del cosmos, de este pensamiento-espejo gracias al cual el mundo, presente frente al sujeto, vendría a re-presentarse en el concepto. La palabra teoría, remarca Heidegger, tiene la misma raíz griega que la palabra teatro. La teoría sería algo así como una representación primordialmente óptica del mundo, montada esta en el escenario abstracto del pensamiento. De esta manera la ciencia es un discurso, un decir, pero cuyo fin último sería aparentemente eliminar el tiempo propio de su discurrir al conducirnos a una visión, a un paisaje conceptual e inmóvil ha ser recorrido libremente por la razón teórica. La duración propia de la investigación científica no sería más que el tiempo que tarda la luz en alcanzar regiones aún no exploradas. El pensar en tanto óptica generalizada construye un Saber como imagen eterna del mundo. El Saber es sistemático, configura un Sistema, una estructura arquitectónica representativa, atemporal y unificadora.

Esta concepción primordialmente óptico-representativa es la que estaría enmascarando la autonomía de un registro de la física que precedería a su cristalización en un Saber, a su caída en una relación de tipo especular con el mundo. En esta línea de pensamiento, y de manera oblicua a la tradición óptico-iluminista, podría hablarse de una concepción de la ciencia asociada a la escucha de su lenguaje y no a la visión de aquello hacia lo que presumiblemente este estaría apuntando. El descubrimiento pitagórico de la base aritmética de los intervalos musicales no sólo fue el comienzo de la teoría musical, sino también uno de los actos inaugurales de la ciencia occidental. Según refiere la tradición esta convergencia de orígenes pone de manifiesto para los pitagóricos una comunidad de esencias entre la música y la razón matemática; un destino común que, para nosotros, habría quedado desvirtuado por la redistribución moderna entre la física como un saber científico del objeto y la música como una expresión artística del sujeto. Interpretando libremente aquella tradición ya no sería el teatro o el espejo el símbolo del pensar científico sino una música generalizada, una música que se proyecta más allá del fenómeno estrictamente sonoro, una música de las esferas, entendiendo por música, y siguiendo su etimología, a cualquier actividad atravesada por una escucha, por una escucha de las Musas. La inteligibilidad no tendría que ver entonces con una capacidad para producir una imagen del mundo, sino más bien con la escucha de un lenguaje que ya no estaría describiendo paisaje alguno. Efectivamente, y más allá de los operadores ópticos auxiliares, el lenguaje formalizado es, como la música, un discurso no necesariamente ligado a una producción de imágenes. Más bien parecería que la mayor riqueza de ambos, física y música, se da allí donde las formas de la intuición figurativa se tornan insuficientes, donde el pensamiento se ciega viéndose forzado a crear formas de percepción específicas de estos nuevos espacios genéricos. El avance de la teoría hacia territorios cada vez más alejados de lo conocido por los sentidos obliga a despojarse de las imágenes que impiden una captación de las texturas propias de estos espacios, así como de la cualidad de sus entidades y acontecimientos. En una línea de pensamiento similar Nietzsche criticaba a Wagner el haber perdido la riqueza de una dimensión propiamente acústica de la música a causa del carácter demasiado metafórico o representativo de sus obras. Con la figuración la música ha sido desposeída, según Nietzsche, de su carácter transfigurador del mundo. La escucha del decir propio y específico de la física implica un silenciamiento, una actitud de escucha, un levantar y retirar categorías, imágenes, proyecciones que impidan la aprehensión de la música propia de su decir. Y creo que las principales hipótesis que es necesario levantar son tanto las que postulan una verdad científica revelada que nos abriría el acceso al fundamento racional del mundo, como aquellas propias de las reacciones antipositivistas que, sordas a su música, ven en la física una asfixia del pensamiento. Si uno de los grandes logros del pensamiento filosófico contemporáneo fue romper la identificación entre el pensar y la razón, parece imprescindible la continuación de este movimiento relajando el vínculo entre racionalidad científica y conocimiento. Pareciera que la ciencia, fiel a un modelo imitativo, mimético o reproductivo de su ejercicio, ha permanecido hasta el momento sorda a la crisis de la representación que determinaría al arte y a la filosofía del S. XX. Sin embargo no todo en la ciencia converge hacia un conocimiento de lo real, hacia una representación objetivadora del mundo. No todo lo real es racional pero existe indudablemente una realidad de lo racional, un ser de lo racional que exige modos de percepción y creación específicos. Existiría efectivamente una vida autónoma y no epistemológica del concepto científico, motivos matemáticos o esculturas abstractas que se desprenden del paisaje al que estaban asociados accediendo a un devenir propio. Se podría hablar, más allá de la disputa clásica entre empirismo y racionalismo, de un empirismo abstracto, de un empirismo del concepto, que no duplicaría la presencia del mundo en un espacio representativo, sino que más bien procedería a explorar la especificidad de los espacios inteligibles, formalizados, racionales, como otras tantas regiones del mundo.

Los problemas científicos, pensados ya fuera del par luz-oscuridad, de la idea de una solución oculta que espera su revelación, pasan a ser como constelaciones virtuales cuyas tensiones reclaman una resolución, una actualización que es creación y no descubrimiento, que nunca está contenida potencialmente en el problema mismo. En su dimensión no representativa el silencio de un lenguaje, los espacios y momentos en los que este se ausenta, no manifiesta su impotencia o su carácter aún no plenamente desarrollado, sino la interrupción del despliegue deductivo, la apertura de un espacio vacío, una discontinuidad, una fractura. El silencio como un indecible que quiebra el afán constructivista y unificador abre un campo donde es posible la decisión, la apuesta conceptual, la intervención, la posibilidad de un acontecimiento que irrumpa, atravesando transversalmente la arquitectura sistemática. La emergencia de un acontecimiento es la condición de posibilidad del tiempo, de la duración, la ruptura del falso movimiento de la concatenación lógica a favor de un tiempo propio de lo abstracto. Formando parte de la dinámica del mundo, habría entonces un devenir irreductible de lo inteligible, cuya operación básica sería la instauración y despliegue de extensiones teóricas a ser pobladas y recorridas por los modos de individuación pertinentes. En un lenguaje formalizado el silencio posibilita el acontecimiento y el acontecimiento temporaliza la dimensión armónica, constructiva, sincrónica. Goethe decía que la arquitectura es una música petrificada. Equivalentemente se podría decir que la música, en tanto devenir no representativo de un lenguaje que se ejerce en los límites de sí mismo, es un Sistema en diseminación.

Las diversas formas de lo indecible ya no son un límite a la potencia colonizadora de la ciencia, un momento precario y tal vez superable, sino los operadores que musicalizan al Sistema, que abren la estructura armónica hacia una dimensión melódica. La potencia conceptual propia de la física, completamente singular en la historia del pensamiento, encuentra sus condiciones de posibilidad en esta alianza entre la magnificencia constructiva de la matemática y la desmesura y audacia de sus gestos creadores. Parafraseando a Cioran podríamos decir que la física, como la música, nos permite entender como la eternidad puede evolucionar. Este tiempo propio de lo inteligible es el que hace justamente de la física una verdadera forma de pensamiento en el doble sentido de deconstruir los Saberes establecidos y de posibilitar la emergencia de singularidades conceptuales. Es justamente en la apertura de espacios abiertos a la invención libre de conceptos donde emerge a mi juicio una dimensión verdaderamente política de la actividad científica: la tarea última de la física no sería ya componer una imagen definitiva de la Naturaleza sino erradicarla definitivamente, quebrando por medio de la creación de nuevos conceptos y nuevas tensiones todo aquello que tienda a cristalizarse bajo la forma de lo ordinario, lo regular, lo natural, lo ya conocido y clasificado por el Saber. (*)

(*) Fuente: Gabriel Catren, "Física y silencio", Buenos Aires, julio de 2000.

No hay comentarios.: