1 dic 2008

PATOLOGIAS DE CONSUMO

Las patologías de consumo y el Grafo del deseo como herramienta de lectura clínica
Juan Dobon y Gustavo Hurtado
Para hablar de las toxicomanías elegimos la vía de su abordaje lógico. Intentamos a través de la formalización clínica del Grafo del deseo, destacar la multiplicidad de vestiduras, ropajes o hábitos del ser (funciones del ser[1]) que puede presentar un sujeto frente a lo que llamamos Patologías del Consumo. Quienes hablan de la adicción como un hábito, no yerran si escuchan el equívoco significante que va de la costumbre al monje.

El Grafo del deseo es una construcción topológica que nos sirve para presentar la posición del sujeto y su relación con el deseo a través de la articulación del significante. No se trata de un simple esquema o de una gráfica imaginaria, sino que da cuenta de la escritura de un discurso ético y no psicológico. No escapa a esto que tomamos el Grafo del deseo como lógica de las neurosis sin caer en la ilusión de configurar un Grafo para las adicciones, ya que sostenemos a éstas como un fenómeno que puede aparecer en cualquiera de las estructuras clínicas.[2]

Así operamos con el Grafo como ordenador lógico para situar las respuestas y las modalidades del sujeto frente al deseo y las demandas del Otro. Su aplicación en la praxis psicoanalítica resulta de utilidad a la hora de formalizar los diferentes tiempos en un tratamiento.

Nuestra investigación, en correlación con otras como la de Historiadores Asociados -ver trabajo de Ignacio Lewkowicz en este mismo libro-, apunta a preguntarnos si es posible sostener la existencia de una nueva subjetividad de fin de siglo. La creencia de una subjetividad del toxicómano que se ve reforzada por los discursos positivistas de la ciencia médica y del derecho. Estos discursos alimentan la idea de que el ‘’adicto’’ es un ser enfermo o delincuente que habita este fin de siglo.

Proponemos, en cambio, que la subjetividad neurótica muestra las dos caras del tiempo económico que habitamos. Cara ilusoriamente positiva del consumidor y su envés de sombra la cara del adicto. No obstante nos vemos llevados a dar cuenta de lo que acontece cuando un sujeto es tomado en la pendiente del consumo a la adicción, para esto concebimos un modelo vectorial de la toma adictiva.

Algunos de los teóricos que desde el campo lacaniano vienen trabajando con sujetos toxicómanos han llegado a sostener la inexistencia del inconsciente en este tipo de pacientes, derivando esto de la hipótesis de Lacan respecto de que "si bien el Otro es el lugar del lenguaje, esto no garantiza que sea el lugar del inconsciente".

Para nosotros lo inconsciente responde a la disyunción de estructura entre saber y verdad. Dicha disyunción es un punto de imposibilidad de la estructura (operación de castración) que configura la hiancia, la falla por la que otro saber (el de lo inconsciente) pulsa. De acuerdo al esquema de la nasa[3] del Seminario 11, será lo real en juego en el yo, el síntoma y el fantasma, en tanto celadas del sujeto, lo que tenderá temporalmente a sostener al sujeto y su conflicto en esta hiancia entre saber y verdad.

Es responsabilidad ética del analista señalar al sujeto, por un lado, los momentos de obturación, y, por otro, hacerlo responsable de su decir en los momentos de apertura de la disyunción entre saber y verdad. Desde nuestra experiencia clínica vemos que ya se configura como síntoma de la práctica de algunos analistas hablar de "el toxicómano" para caracterizar una posición frente al saber y la verdad; hecho que entendemos más bien como efecto de la obturación de la escucha del analista en cuestión.

Lo que nos resulta indispensable tener en claro es algo de lo cual la medicina ya intentó adelantarse a las otras ciencias cuando distinguió el uso del abuso de drogas, el hábito de la dependencia, la dependencia física de la dependencia psíquica, y otras categorías nosológicas que nos advierten que no todo joven que consume drogas es un adicto; que con la sustancia droga se puede mantener más de una relación y, por lo tanto, que la relación con las drogas no se puede universalizar, ni tratarse de manera lineal.

Allí donde el discurso del Amo, en su afán segregativo y criminalizador, refuerza las significaciones unívocas y estigmatizantes, nosotros preferimos hablar de una variedad muy diversa de modalidades de relación de las subjetividades con las distintas sustancias, sean éstas lícitas o ilícitas.

Lo cierto es que la subjetividad de un consumidor habitual o recreativo, “el del recreo”, que busca el placer como salida al escepticismo, encuentra instantes de pegoteo del saber y la verdad, y de obturación alternados con instantes de irrupción de lo inconsciente al operar la disyunción antes mencionada.

Por otra parte, aquellos que se nombran a sí mismos como "pegados a la sustancia", los desconfiados del inconsciente, consumidores compulsivos, no hacen más que denunciar con este falso nombre la operación que los ha llevado a tornar difícilmente revocable el pegoteo y la obturación del advenimiento de otro saber que no sea el que le sigue proveyendo la tecnología y la ciencia a través de la sustancia.

Este achatamiento, de consolidarse, devendrá en una tercera categoría, aquellos que optan por un camino místico. Los místicos, ubican a la verdad de la droga como vía de acceso a una supuesta verdad, el saber de los dioses. Su ejemplo literario lo tenemos en Las Enseñanzas de Don Juan de Castaneda. Este forma de abordaje condujo en la década del sesenta a algunos psicoanalistas a experimentar con alucinógenos en la supuesta búsqueda de otra vía hacia lo inconsciente.

Un cuarto agrupamiento, los mágicos (subjetividad histérica), en los que la droga se ubica como causa efectiva y final de toda razón. Se parecen a los anteriores, obturando de manera instantánea y sin cuestionamientos el acceso a todo lo que ponga de manifiesto su falta en ser.

Una quinta categoría, los esclavizados de Baudelaire[4], aplastados por el peso del organismo, parecerían empeñarse en demostrarnos que es posible la cópula plena entre la tecnología, la sustancia y el viviente. En estos sujetos la sustancia pareciera cumplir una función de puro real, en tanto categorización de lo real biológico, ya no de lo real como imposible del significante.

Están también los desasidos del humor, quienes presentan toda la gama de posibilidades que van desde aquellos que renuncian al consumo de objetos que la sociedad le ofrece, como un acto de rebeldía -característica del humor[5]-, hasta la perdida absoluta del mismo como victoria del superyó. Entre estos últimos podríamos encontrar sujetos tanto paranoicos como melancólicos que, accediendo a la falsa vía de la droga como forma de atajar el sufrimiento, no hacen más que reforzar el carácter invocante e injuriante del superyó, hasta el punto de quedar ya sin humor.

Estas son sólo algunas de las posiciones (pasiones) del ser, leídas clínicamente desde el psicoanálisis. Nuestra referencia a la obturación que realiza el yo para hacer consistir al Otro nos permite entender las funciones del ser como unas formas de obturación y pegoteo entre el objeto a[6] y el significante de la falta en el Otro. Vemos, pues, que no se tratan de posiciones subjetivas (no son subestructuras clínicas), sino más bien de las modalidades de presentación de los distintos tipos de relación posible de un sujeto con ciertas sustancias. El Grafo del deseo nos orienta como una experiencia de nuestra praxis analítica. Los distintos topos que en él ha ubicado Lacan nos facilitan la lectura de la estructura psíquica subjetiva. En ellos se sitúa el deseo en relación con un sujeto definido a través de su articulación con el significante. Nos valemos de él también en la clínica psicopatológica de las Patologías del Consumo “para ubicar -como quería Lacan-en sus niveles la estructura más ampliamente práctica de los datos de nuestra experiencia”.



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[1] .- “El fin de nuestra enseñanza en tanto persigue lo que puede decirse y enunciarse del discurso analítico es disociar a y A, reduciendo la primera a lo que concierne a lo imaginario y la otra a lo que concierne a lo simbólico. Que lo simbólico sea soporte de lo que fue hecho Dios está fuera de duda. Que lo imaginario tenga como soporte el reflejo de lo semejante a lo semejante es seguro, y, sin embargo, la a pudo confundirse con el significante de la falta en el Otro, echando mano a la función del ser.” (...) “Aquí queda por hacer una escisión, un desprendimiento. Allí es donde el psicoanálisis es algo distinto de una psicología, porque la psicología es esta escisión no efectuada.” LACAN, Jacques: Seminario 20: Aún, Ed. Paidós, Buenos Aires, pág. 100-101, 1973.

[2] .- En este sentido contraponemos a Lacan con Lacan, cuando en el año 73 dice que: “Sólo la matematización alcanza un real y por ello es compatible con el discurso analítico. Un real que no tiene nada que ver con aquello de lo cual ha sido soporte el conocimiento tradicional y que no es lo que éste cree, realidad, sino de veras fantasma.”

[3] .- Lacan se vale de este esquema para dar cuenta del inconsciente como aquello que aparece en la pulsación temporal. Advierte que es un esquema insuficiente y que para ser leído debe ser cubierto con el modelo óptico que él presentó en su artículo Observaciones sobre el informe de Daniel Lagache, en lo que se refiere al yo ideal y al ideal del yo.

[4] .- “… el color de un paisaje opiáceo, …el cielo lúgubre y el horizonte impermeable que envuelven el cerebro esclavizado por el opio. ¡Infinito horror e infinita melancolía y, más melancólica que todo, la impotencia de arrancarse uno mismo al suplicio!” Charles Baudelaire

[5] .- Según Freud en “El humor” (1927) “El humor no es resignado, sino rebelde; no sólo significa el triunfo del yo, sino también del principio del placer, que en el humor logra triunfar sobre la adversidad de las circunstancias reales. Estos dos últimos rasgos -el repudio de las exigencias de la realidad y la imposición del principio del placer- aproxima el humor a los procesos regresivos o reaccionarios que tanto nos ocupan en la psicopatología. Al rechazar la posibilidad del sufrimiento, el humor ocupa una plaza en la larga serie de los métodos que el aparato psíquico humano ha desarrollado para rehuir la opresión del sufrimiento; serie que comienza con la neurosis, culmina en la locura y comprende la embriaguez, el ensimismamiento y el éxtasis.“

[6] .- Este objeto causa del deseo queda así definido por la operación de castración. No se trata de una esencia ni de un objeto significante. A lo largo de la obra de Lacan se va prefigurando como un lugar de lo imposible de decir de la causa de deseo del Otro. En el fantasma se trata de un topos, el sitio de aquello de lo que el sujeto está privado simbólicamente. En el Seminario 6 Lacan define al fantasma en su función la de fijar la relación del sujeto con el ser. En cuanto al objeto, pequeño a es el que soporta la relación del sujeto con el - j, es decir, con lo que no es. En la fórmula del fantasma el sujeto está en fading, en eclipse, y el objeto, al reforzar su carácter de no ser, no da una respuesta a la pregunta por el ser. La ilusión neurótica es velar con el desconocimiento del objeto que causa su deseo, alienándose a los significantes de la demanda del Otro. En la dirección de la cura psicoanalítica, se debe articular el objeto causa de deseo reubicándolo en su función en el fantasma.

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