Modalidades sintomáticas de las Patologías del Consumo
Juan Dobon en colaboración con Fabián Allegro
Las relaciones de las Patologías del Consumo con el síntoma en sentido analítico, al igual que muchas otras formas de padecimiento contemporáneas (bulimia y anorexia, etc.) no son transparentes ni directas.
Desde la perspectiva del psicoanálisis el síntoma es el modo en que cada sujeto padece en su relación con el goce. Esto es así en tanto en que sólo se inserta en su relación con el goce a través del plus de gozar.
Desde una lectura amplia cabría preguntarse, en primer lugar, si la relación unívoca de un sujeto con una o con varias sustancias puede ser considerada de un modo universal como una conducta sintomática.
La hipótesis de la que vamos a partir, en un intento por situar el estatuto del síntoma con relación a las adiciones es, quizás en una forma arbitraria, considerar inicialmente la disyunción entre el valor de verdad y el valor de saber. Entendemos, así, que la posición del sujeto en esto determina dos vertientes del ser.
A lo largo de la obra de Lacan el concepto de síntoma sufre sucesivas modificaciones. El parte de la relectura freudiana de los mecanismos primarios del aparato psíquico que lo lleva a postular, apoyándose en las figuras de la retórica, el concepto de síntoma como metáfora (sustitución significante dirigida a un Otro). Formaliza de esta manera el carácter de formación de lazo social, modalidad para cada sujeto de relacionarse con el Otro. El síntoma en este sentido revela el interrogante fundamental del sujeto con relación a la falta en el Otro. Verdad que en la experiencia analítica sitúa al síntoma como una palabra, es decir, “matriz de la parte desconocida del sujeto". El sujeto nos dirá esta palabra no sólo "por el verbo sino por sus otras manifestaciones. Por su cuerpo mismo el sujeto emite una palabra que es palabra de verdad". Esta verdad en cuestión se emite como significante. Dado el carácter de imposibilidad estructural de abarcar el todo de la verdad del sujeto, esta verdad no es más que el deseo inconsciente del sujeto con su carácter de no todo singular, atemporal e imparcial de esta verdad. En toda formación sintomática confluyen "dos series de motivaciones"; y una de ellas es sexual (correlato de la extensión de la incidencia de la significación fálica sobre un significable). El cuerpo, como vemos, trasciende así cualquier reducción a lo genital.
Su ser simbólico (por ser hablantes y habitados en el lenguaje) revela, por un lado, el carácter mortificante de la palabra sobre el organismo (lo mortifica la marca pero, a su vez, lo eleva en el pasaje de organismo a cuerpo). Y, por otro lado, la operación de vaciado, que en psicoanálisis conocemos como expulsión de la sustancia de goce que produce al hender sobre el viviente. Esto implica un recorte sobre el organismo fundando la disyunción entre goce y cuerpo. Recorte que revela un estatuto del cuerpo muy particular, correlativo a un estatuto topológico que implica la conformación de un espacio fuera-de-cuerpo. Este sitúa la exclusión interna del objeto de satisfacción en una retórica de bordes, trayecto que lleva a que la pulsión encuentre su satisfacción sólo en el recorrido.
La pulsión, como veremos, se satisface en su recorrido, pero su fracaso determina al síntoma como una de sus respuestas ante esta falla.
Lo que Freud descubre básicamente es que los síntomas están esencialmente ligados al deseo inconsciente y regidos por esta economía pulsional. Estableciendo una regulación de satisfacción / insatisfacción que se estabiliza en esta formación significante por vía del principio del placer.
Desde la experiencia freudiana encontramos que la primacía fálica representa un punto primordial en lo tocante a la regulación pulsional (vía fantasma) en la cual la dialéctica fálica acentúa el carácter significante de la formación del síntoma.
Recordamos lo que Lacan propone en su articulo "La significación del Falo" cuando señala que el mismo constituye el nudo de lo que regula la razón en lo que es de analizable del síntoma, tanto en neurosis, psicosis o perversión Allí podemos pensar lo complejo de la implicancia del síntoma y la dialéctica fálica.
El síntoma no es más que un retorno en la neurosis, por vía metafórica, de lo que en la pulsión se establece como su fin.
Tanto en neurosis, psicosis y perversiones uno puede encontrar una modalidad de síntoma con una regulación del goce para cada estructura; por lo que no creemos necesario postular la existencia de una cuarta estructura (la modalidad adictiva) sino que preferimos más bien sostener que la posición del sujeto adicto se adecua a estas tres modalidades de regulación de goce (fálico aun en su ausencia) según su propia estructura.
En las neurosis solemos ver que la modalidad del consumo de las sustancias puede transformarse en una vía alternativa (coartada) de satisfacción pulsional. Esta es la coartada del ser sexuado (en su fantasma) de poder eludir la dialéctica del significante en su condición de ser parlante y recurrir al falso ideal de un objeto-sustancia que le permitiría suturar la hiancia abierta en la inadecuación estructural entre deseo y necesidad.
El marco de la angustia (y sus modalidades de retorno) no logra acallar la inermidad estructural del parlante. Este, en su apremio por la vida, se traduce en el germen de un malestar que condena al exilio a la satisfacción. Es por ello que el deseante se introduce en el árido camino de la vida habiendo perdido al objeto de la necesidad desde un inicio y sólo pudiendo recuperar lo que no es más que la evanescencia ficticia de un objeto de anhelo.
La droga emerge, pues, como un falso objeto que recubre la función de recuperación de goce; al tiempo que comparte la función de valor de uso en la égida de las leyes de un mercado. Falso fetiche que implica coagulación y renuncia del goce. Goce que, en la compulsión, no deja de insistir.
Evidentemente, y de acuerdo a lo sostenido en "El Malestar en la cultura", hay un deslizamiento entre el malestar estructural y las "penas" de las miserias cotidianas que llevan a Freud a postular el carácter ¨lenitivo¨ o de ¨quita penas¨ de los estupefacientes. Él los ubica junto con las grandes diversiones (humor) y el arte. Dato este que ya anticipaba en "Nuevas aportaciones..." cuando situó la dipsomanía dentro de los síntomas secundarios de defensa y en "Adición metapsicológica..." al considerar a la droga como un objeto cuya pérdida opera en la promoción de una respuesta alucinatoria por la vía del deseo (alucinosis tóxica).
Como vemos, para Freud las sustancias son pasibles de operar metapsicológicamente en tres niveles:
· En el ámbito de la experiencia de satisfacción y la realización sintomática del deseo en la alucinación desiderativa (carácter regrediente de la carga hacia el polo perceptivo).
· Como síntoma de la defensa secundaria propone una falsa verdad (yo soy eso que consumo). El carácter distractor de esta falsa verdad introduce un marco temporal diferente: lo instantáneo y repetitivo del acto anticipa intuitivamente la verdad de que el goce está perdido y, simultáneamente, posterga otro tiempo que es el de arribar al saber de las consecuencias de su propio acto.
· Bajo la égida del humor se debate entre la antinomia que implica, por un lado, la política del deseo frente a los imperativos morales del superyó y, por otro lado, cierto tipo de adictos sostienen una estrategia que es la de evadir la necesidad de castigo, penas por el dolor de existir, que remiten a una culpa estructural por ser deseante. Como punto aparte, una táctica: quedan así condenados, encadenados, tomados por la imperiosa compulsión de tener que repetir su acto (adicción) para sostener su estrategia.
Esta política en ocasiones entra en contradicción con el dispositivo analítico y dificulta el posicionamiento del sujeto en la dimensión de la transferencia, hecho que resignificaría estas formaciones sintomáticas en tanto síntomas analíticos.
Si en la neurosis el síntoma es siempre significación, no se trata más que "de una verdad puesta en forma". Esta puesta en forma está estructurada sobre la base del juego significante. Es una verdad cuyo material es significante. Sabemos por Freud que esta verdad, además de su puesta en forma, deberá estar dirigida a una suposición de saber. Eje en el cual, en una política del deseo, se sostiene aquella estrategia de la verdad y el saber que llamamos transferencia. Sabemos el carácter de desconfianza y rechazo que plantean algunos adictos a sistematizar esta acción, es decir, rechazo de todo saber que cuestione una "verdad supuesta”. Aquella que se le presenta como eficaz en sus efectos y eficiente, transitoriamente, para obturar el malestar.
Con relación a las modalidades del síntoma en las Patologías de Consumo, por último, quisiéramos detenernos en algunas dimensiones clínicas aisladas en nuestro trabajo:
1-La distracción: En ésta el sujeto realiza una acción en ocasiones no pensada con un carácter de falso llamado. No se trata de un fingimiento, ni de una mentira o simulación. Es, en cambio, una máscara repetitiva de angustia que pide la atención del Otro. No es un llamado al Otro (acting out) porque no está fundado en ningún impedimento, ni en un grado extremo de conmoción narcisista (turbación).
Habíamos partido de la formalización freudiana del síntoma de la defensa secundaria. La hipótesis freudiana de la defensa convoca la referencia inmediata del mecanismo de represión. El síntoma de la defensa secundaria es un trabajo sobre el síntoma que no deja de hacer existir a la represión. No desmiente la represión primaria a la manera perversa, ni rechaza una porción simbólica hacia lo real como en la psicosis.
Así la dipsomanía y algunas compulsiones adictivas operan obteniendo como beneficio, como distractor, sobre el síntoma, a través de un falso enlace. La dipsomanía enmascara el verdadero síntoma, eso que es analizable. La interpretación de la máscara refuerza y muchas veces hace más consistente el síntoma. Sabemos por Freud que los síntomas de la defensa secundaria no diluyen el síntoma sino que acentúan el rigor de la compulsión.
2- La ruina: El sujeto ha agotado no solo su economía (pulsional), sus recursos (narcisistas), sino que ha expoliado también el medio de producción (el cuerpo). Dimensión del agotamiento: "fisura" del cuerpo que resquebraja el ser. Momento privilegiado para un posible abordaje por la palabra. "La sal no sala" y el hábito no viste. Sin embargo, no es condición aun de la escisión (Spaltung) del sujeto. Dado que es tiempo de la mirada que se cierra sobre sí misma en un ver, verse o hacerse ver, arruinado. Esta emergencia de la autobservación sólo permite, dada la fugacidad de la temporalidad pulsional, instantes de vacilación, que rápidamente se cierran sobre sí mismo, dando sólo una lástima que concluye lastimando al Otro. Pendiente melancolizada en la cual el sujeto no emerge sino como un objeto ruinoso dando a ver su miseria. Y esto como condición de conmiseración y no como condición de lazo, como podría tratarse en la escena fantasmática.
3- La incredulidad (rechazo o desconfianza): Tiempo de recelo, donde el sujeto enfrenta la sospecha de que ya no hay ningún saber que no sea el del tóxico. Vivencia oceánica de la existencia del Mal, otro nombre de su verdad. Refugio de una subjetividad que rechaza todo valor de la palabra. Esta incredulidad es desconfianza, no es aquella increencia que sé, a la que Lacan coloca con relación al dispositivo analítico. Esta se presenta como rechazo radical e inapelable del saber de lo inconsciente; aquella como celada que intenta evitar los efectos que ya sabe. Tampoco nos referimos al Unglauben/desglauben freudiano, señalado por Lacan en el Seminario 11, como un rechazo, una falta de uno de los términos de la creencia en las psicosis. El incrédulo o desconfiado de lo inconsciente no entra en un juego de mentira o verdad; rechaza el juego significante del Otro. Vemos de esta manera cómo se distancian clínica y estructuralmente de la desmentida del perverso que funda contrariamente su apelación en hacer existir al Otro.
4-La des-esperación: Aquí nos encontramos con Roland Barthes y su "espero, eso quiere decir que amo". Dimensión de la llamada, la muestra, allí, el sujeto que busca en la desesperación de verse impedido de encontrar un verdadero significado al Otro en el Otro (acting out es un síntoma). Pero el síntoma, "ese que es goce putrefacto" como dice Lacan, no necesariamente opera en la dimensión de la transferencia analítica. En el acting out lo que se pide es una reentrada al lugar de la transferencia. Por esto Lacan dice: "acting es transferencia sin análisis".
Aquí el neurótico obsesivo no hará más que repetir y mostrar escenas con carácter de proeza, y la histérica agitará su máscara en las escenas del mundo aun a riesgo de romper el marco de la escena social o el de su propio cuerpo (narcisismo). El sujeto desesperado lo es de la angustia. Aun espera, por una lado, a alguien que lo aloje (de esa espera) y, por otro, un topos que devuelva a la palabra su valor.
Freud sostiene que el síntoma para el psicoanálisis es, al mismo tiempo, una formación de compromiso y una satisfacción transaccional. En algunos casos, el acto de drogarse, deliberado y voluntario, remeda una de las versiones más egosintónicas del síntoma. ¿Hay realmente saber acerca de la satisfacción pulsional en juego? ¿O no se trataría más bien de cierto conocimiento sobre que está en juego un goce, es decir un exceso en una economía fundada en un principio que es el del placer?
En algunos sujetos vemos que se encuentran comprometido con relación a dos fantasías, una de carácter social y otra de carácter preconsciente, al estilo de las ensoñaciones diurnas y de las alucinosis tóxicas, pudiendo tal vez guardar relación con las fantasías inconscientes. Dicho en otras palabras, el sujeto para salir a sostener su ser en la escena del mundo, realiza un acto de consumo.
En este sentido, en la clínica de las adicciones nos encontramos además de toda la serie de casos en los que esta adicción está enlazada a una economía particular de goce, con aquellos para quienes la adicción misma se configura de un modo sintomático. Evidentemente este síntoma para ser trabajado analíticamente requiere de su puesta en forma dentro del dispositivo transferencial.
Descriptivamente podemos señalar que están aquellos para quienes la impulsión que sostiene sus actos adictivos se les ha vuelto egodistónica; otros de un modo egosintónico, la han anudado íntimamente al superyó, en un exceso de demanda que obviamente no es sin Otro, al que requieren como condición necesaria, configurando así la porción mayoritaria del grupo de las caracteropatías.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario