Pulsión y Demanda: La droga,... ¿eso, piensa?
Juan Dobon y Gustavo Hurtado
Hemos planteado la importancia del concepto de pulsión, que trasciende la idea de un cuerpo biológico que determina lo psíquico y su constitución, sino que opera quizás como concepto limite e interfase entre lo psíquico y lo biológico. A su vez regula las demandas del sujeto.
Cuando se señala la incidencia de las fantasías orales en el alcoholismo y en otras adicciones, desde el psicoanálisis debe establecerse el carácter gramatical, que lo distancia de su función biológica, de toda idea instintual y de cualquier sustancialización objetal. No se tratara de ninguna necesidad en el sentido biológico, por otra parte ¿qué lógica de las necesidades puede responder a los excesos, aun conscientes del sujeto?.
El carácter parcial, de la pulsión y por otra parte el concepto de borde nos ha permitido a su vez explorar las relaciones entre “la piel” como superficie y borde de escritura para el sujeto. Vemos la importancia de esto en la lectura de fenómenos tales como el tatuaje, también en su función “nombrante” y de llama-mirada (como demanda). Y creemos importante continuar con la piel en su función erógena en las practicas endovenosas, donde además interactúa con la mirada, en un verse, en esa practica o en ocasiones un dar a ver la misma o las lesiones que la practica determina. La erogenización de otras zonas, tal como planteaba Freud en su ”Más allá del principio del placer”, o bien la idea lacaniana de la sensibilidad de las mucosas respiratorias, distinguiéndola claramente de su función orgánica, refuerzan la importancia de pensar las consecuencias de la relación entre la piel y la mirada, en la lógica de las demandas. Excede este trabajo pero es posible leer en expresiones tales como “tener piel” con alguien una idea intuitiva de dicha relación. Superficie donde se escriben las demandas del amor
Pero si preservamos la idea de ser justamente la pulsión, lo que se sostiene de las demandas más allá del desvanecimiento del sujeto que soporta. Las demandas requieren de un lenguaje que las module y es esta relación entre esos bordes corporales y la articulación significante lo que caracteriza a la pulsión. El corte en el aparato psíquico no será un corte biológico pero se “monta” en él, como artefacto pulsional sobre una hiancia biológica. Sabemos que de acuerdo a lo planteado por Lacan debe su carácter parcial al hecho de representar parcialmente la función que soporta y no a la creencia de un supuesto objeto total, en este caso el cuerpo.
Cuando sostenemos que el sujeto se desvanece, es para inteligir que no es allí, a nivel de la pulsión, es decir a nivel de la Demanda inconsciente, donde él puede encontrar las respuestas al ¿qué quiero - qué soy?; sino, por el contrario, desde allí partirá el ¿che vuoi? o el ¿quién piensa?
Esto nos conduce a recorrer la opción alienada, estructurante en las neurosis, que enfrenta al yo con el ser y el pensar. En su Seminario 14 “La lógica del fantasma” Lacan retoma lo trabajado en su Seminario 11”Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” respecto de las operaciones de alienación y separación. Se plantean bajo estos términos, los tiempos de presentación y constitución del sujeto.
En la “Lógica del fantasma” produce un giro conceptual a lo que él mismo planteaba tres años antes. En 1964/65 había sostenido que la opción para el sujeto deseante era entre “el ser o el sentido”. Tiempos que se reeditan cada vez que el sujeto se ve enfrentado al decir sobre su deseo. D. Rabinovich recuerda que es recién a partir de 1967 que Lacan va a aplicar a la fórmula del cogito cartesiano la negación complementaria de Moebius, o ley de dualidad (en lógica).
Haciendo esto obtiene una disyunción, un vel alienante ya no entre “o yo soy o yo pienso”, sino entre “o yo no pienso o yo no soy”. Según expone Rabinovich en Una clínica de la pulsión: las impulsiones[1], Lacan produce con este movimiento “la transformación bajo la cual el cogito cartesiano es operativo en psicoanálisis”. De esta manera el sujeto en cuestión no será otro que el sujeto cartesiano, en el sentido en que es efecto del discurso y la lógica que soporta, la de la ciencia moderna.
La negación ahora se aplica a la intersección de los dos círculos, es decir, al yo (je). Esto tiene consecuencias teóricas muy importantes cuando hablamos de patologías del acto y del consumo, pues, tanto el “yo no pienso” como el “yo no soy” son tomados como afectando directamente al yo; lo que da por resultado tanto “un no pensar del yo” cuanto “un no ser del yo”. La alienación pasa a ser considerada desde entonces por Lacan como la opción entre el no ser del yo (je), que no sería sino la expresión del pensar inconsciente, por un lado; y, por el otro, "el no pensar del yo”. Esta última pasa a ser la opción obligada en el sentido de la alienación, la que conduce al “yo no pienso”. Su contracara será la opción que intentaremos tomar desde el dispositivo analítico, aquella que conduce también en la clínica de la Patologías del Consumo, al “yo no soy”, al pensar inconsciente. Se trata entonces del pequeño margen de libertad, la posibilidad de des-alienarse de las representaciones que lo toman aun a costa de enfrentar el sin sentido.
La elección del “yo no pienso”, posición en la que llegan ubicados muchas veces los pacientes identificados al Sujeto de la referencia Social desde el “soy adicto”, permite que surja algo cuya esencia, es ser no-yo: “Es decir, algo que se sustenta en no ser je”[2]. Vemos así que ese no-je se positiviza de una forma particular, el Ello freudiano. Sostener que cuando el no pienso se positiviza da un ser que se afirma en el Ello es adentrarse plenamente en algo cuya referencia es del orden gramatical, entendiéndolo como gramática de la pulsión; y que tiene una modalidad diferencial de articulación(los tiempos verbales activo, pasivo y reflejo, tiempos del “pegan a un niño” freudiano que articulan el objeto pulsional con el verbo) con el fantasma. El Sujeto de la referencia Social presenta, en estos casos, una articulación diferente, entre pulsión y fantasías del lado de la opción alienante del “yo no pienso”.
Se trata de sujetos que difícilmente puedan decir algo sobre sí mismos distinto a lo que el otro, en este caso un otro reforzado por el discurso mas mediático en posición de amo que abreva en el discurso médico-legal, dice de ellos. Las más de las veces sólo atinan a mostrarnos en acto su modalidad de goce bajo la forma de una satisfacción pulsional muda que les da este “soy adicto”, personaje (como mascara narcisística) al que no dejan descansar y al que se esfuerzan todo el tiempo por mantener frente al discurso social.
El enunciado “soy adicto”, en el vel alienante con que se recubre el objeto de la pulsión, es solidario de un modo directo con un movimiento a nivel del yo y del i(a). Rabinovich lo expresa así: “resulta que aquí las respuestas están encarnando la respuesta fantasmática (cuya estructura definitiva no se conoce) y cuyo primer esbozo aparece en ese lugar homólogo al fantasma que es el yo encarnando la satisfacción pulsional.” Pensemos que éste es el lugar, además, de las fantasías preconscientes.
Situando a su vez el estatuto diferente entre el fantasma y las que caracterizamos como fantasías narcisísticas, en el nivel del yo cuando el enunciado “soy adicto” articula gramaticalmente la satisfacción pulsional. Hecho que debe llevarnos a las preguntas no formuladas en dicho enunciado, y que son: ¿quién se satisface? y ¿qué satisface dicha escena?, distanciando y evitando confundir la articulación pulsional de las demandas con el fantasma.
En ocasión de excesos, que ponen en riesgo la integridad del yo en las fantasías, la adicción puede manifestarse como pasaje al acto o como acting out, aparecerá asociada directamente a la pulsión, este es el riesgo de la confusión antes mencionada. Esto es, no como síntoma ni como una expresión de anhelo de realización de deseo. Hay allí algo del orden de una satisfacción mal ligada que, al lograrse en ese vel alienante del ser que expresa el “soy adicto” de un modo directo, anticipa el decir del sujeto y lo congela, cuando no lo fragmenta, en posición alienada. En ocasiones dar vida al “personaje” lo anima a pensar que no es tal el precio que paga, si cae en la ilusión de que la sustancia es quien lo anima, quien piensa.
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[1] .- RABINOVICH, Diana; Una clínica de la pulsión: las impulsiones; Ed. Manantial, Presencias, Buenos Aires,1989, pág. 57 y ss.-
[2] .- Ibídem, pág. 59.-
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