1 dic 2008

PRESA CAPTURADA EN LAS REDES DE SU SOMBRA

Presa capturada en las redes de su sombra
Juan Dobon y Gustavo Hurtado
“Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro

Paredes de la alcoba, hay un espejo.

Ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo

Que arma en el alba un sigiloso teatro”

J.L.Borges

Ya Freud en su “Introducción del Narcisismo” señalaba las relaciones de fascinación y captura que toman al sujeto en diferentes posiciones tales como el enamoramiento, la hipnosis, los fenómenos de masa y las neurosis. Centrando la distinción entre cada una de estas posiciones en las relaciones entre el yo ideal, Ideal del yo y el objeto. Habiendo distinguido a su vez las diferencias con el ideal del yo en su función estabilizadora del yo. En el “enamoramiento desgraciado” nos dirá que no se trata ni de un empobrecimiento ni de un enriquecimiento del yo. Sino que en los estados de captura amorosa mas extrema de lo que se trata es de la “introyeccion” del objeto por parte del yo. En la identificación, a diferencia del enamoramiento extremo el objeto desaparece para ser reconstituido luego en el yo. La conciencia moral puede llegar al extremo de quedar suspendida llegando aun al crimen pasional sin remordimiento dirá Freud. En ciertas adicciones hemos observado esa fascinación y posición sufriente del yo ideal en aquella posición de servidumbre. En una suerte de amor desgraciado donde las funciones del Ideal del yo han quedado suspendidas. Notemos que trasciende lo que podría pensarse como una tendencia a la idealización del objeto, sino lo que allí se pone en juego a diferencia de la situación amorosa es toda una economía de sufrimiento que conocemos como goce. Lógica desprendida del principio del placer, que podemos repensar desde los desarrollos de Lacan bajo las coordenadas de la relación entre el yo, el sujeto y el Otro.

Un paciente cuya modalidad de presentación clínica se sostiene en su identificación al Sujeto de la referencia Social del “soy adicto” es alguien que obtiene del lado del yo una ganancia de goce, que no apunta sino a hacer al Otro consistente. Aquí hay que recordar nuevamente la articulación que hace Lacan entre el objeto a, como referente lógico, con la inconsistencia del Otro, al señalar que el a se ubica siempre con relación al Otro tachado, y es aquello que viene a obturar su inconsistencia[1]. Al obturarlo, hace del Otro un Otro sin barrar, un Otro de la demanda incoercible.

En el pasaje al acto generalmente vemos cómo un paciente identificado a este “soy adicto” cae de la escena como el objeto que asegura la verdad del Otro, a través de este punto de goce, que está detrás del personaje que le brinda el Sujeto de la referencia Social a nivel del moi. Porque el objeto a, en tanto plus de gozar, aquí emerge como formando el núcleo real del yo, como aquello que lo imaginario viste, que está en la base del moi y le brinda consistencia.

En el Grafo del deseo, el vector que va del i(a) a moi es unidireccional. Está dado por el circuito que va desde la imagen especular a la constitución del yo por el camino de la subjetivación por el significante. Esto permite que el i(a) estabilice una imagen anticipada del moi que tomó de sí mismo en su campo especular. Por lo cual, el moi precipita las identificaciones que le vienen del i(a). Su reversión no es directa, requiere el pasaje por un doble corto-circuito: el primero, se configura en función del ideal del Otro, de donde provienen los ideales y valores de la cultura y, el segundo, como vía de regreso entre el Otro y los significados del Otro. De este último, tesoro de los significantes, el moi extrae los falsos nombres para “ser”; de esto nos hablan los “soy adicto”, “soy alcohólico”, etc..

En los pacientes identificados al Sujeto de la referencia Social desde el “soy adicto” la instalación del plus de gozar en el i(a) es predominante, y es lo que brinda coherencia a ese moi, en el sentido de darle una unidad ilusoria, con eso que se nos presenta a la manera del rasgo de carácter y emula su dureza. La ilusión de unidad que le da al moi el objeto a entre paréntesis, aparece en estos casos de un modo muy claro articulada a su función de lugar de ganancia de goce y no de causa del deseo. En definitiva, en su función del plus de gozar, el objeto a no hace más que mostrar la marca del padecimiento en la carne del viviente.

“Si, -tal como sostiene el historiador Ignacio Lewkowicz[2]-, la producción de subjetividad resulta de la instauración de unas marcas efectivas sobre una carne y una actividad psíquica, lo cierto es que estas marcas, logrando por un lado su resultado, por otro producen un campo de efectos secundarios, ineliminables, e invisibles para los recursos conceptuales y perceptivos de la situación en que se instituye la subjetividad de marras. No hay marca que al marcar un aparato psíquico, por ejemplo, no produzca un exceso, o un plus, o un resto. Ese resto es efecto de la operatoria que instituye los soportes subjetivos pertinentes para las situaciones efectivas.”

En concordancia con D. Rabinovich en su trabajo sobre las impulsiones, podemos decir que las Patologías del Consumo son presentaciones del sujeto del lado de la pulsión y no del lado del deseo. Aparecen bajo las distintas modalidades del i(a) cuando, en lugar de poner el acento en la i minúscula y ocuparnos de la imagen narcisística y su relación con el ideal, nos dirigimos al objeto que está entre paréntesis, a aquello que el ser del sujeto bajo el “soy adicto” como Sujeto de la referencia Social viene a revestir.

De éste modo, podemos ver cómo el Sujeto de la referencia Social, este “soy adicto”, que ingresa a la estructura psíquica del lado del Ideal del yo, se inscribe en dicha estructura al modo de un rasgo de carácter, como marca articulada con el goce cuya estabilización está dada a nivel del Superyó, presentándose de un modo egosintónico. Goce que viene a redoblar a aquel que desde el núcleo real del yo infiltra el carácter, el “ser” del moi .

Pensemos la relación clínica que queda planteada entre estos rasgos de carácter, la economía pulsional del objeto(displacer/ goce) y las fallas de la función del padre. Diríamos que se infiltra en el carácter lo peor , no del carácter del padre sino de las fallas de esa función.

Es posible concebir que algunos de los jóvenes que se identifican masivamente al significante “adicto” lo hacen una vez que padecen la caída frente al Ideal del yo, soporte hasta ese momento de la consistencia narcisística de su moi, apropiándose quizás como ultimo recurso, de los atributos nominales que el discurso médico-legal, en su función de control, adjudica a este Sujeto de la referencia Social.

Por Lacan sabemos que el Otro es quien sanciona el mensaje[3]. Aunque no se trata de alguien, sino de una alteridad radical. Es el lugar donde el decir es leído y sancionado como dicho. Es el tesoro del significante[4] y las reglas de su empleo y, como tal, Lacan lo concibe como un topos más que como un lugar espacial. Esto es una modificación de la teoría de la comunicación humana introducida por Lacan que postula para las neurosis que el emisor recibe su propio mensaje en forma invertida desde el Otro; es decir, que en ellas se produce la ilusión de que el mensaje es del emisor hacia el Otro. Para las psicosis Lacan dirá que allí se revela que el mensaje es del Otro[5]. Esto no sucede en la mayoría de las presentaciones clínicas de las llamadas adicciones, pues vemos que al decir de sí mismo “soy adicto”, quien se identifica a este significante no hace sino apropiarse del mensaje que le viene del sistema de la referencia social.

Lacan, al realizar la operación conceptual de separar el Ideal del yo del Superyó, lo hace para situar, del lado del Ideal del yo, el carácter de regulador de las demandas del sujeto como aquel punto imposible del yo, conjunto de significantes dador de identificaciones, desde donde el yo podrá verse como amado o amable y, del lado del Superyó su más allá de la demanda, bajo las funciones de la auto-observación, la crítica y la conciencia moral.

El “soy adicto”, en este tipo de pacientes, opera al modo de un by pass, donde se vuelven a pegotear las funciones de ambas instancias psíquicas. Esto es, el sujeto intenta borrar estas diferencias permaneciendo alienado a un significante que funciona al modo de un rasgo de carácter.

Recordemos que Lacan cuando se refiere al rasgo de carácter señala que se trata de aquello que el sujeto toma de lo peor del padre, cuya estabilización se da a nivel del Superyó. Esto explica por qué, en ciertas ocasiones, el sujeto tomado en la pendiente adictiva se presente con una impostura “moralista” en sus dichos; hecho que diversos autores han percibido en cierto tipo de manifestaciones de sus pacientes como posiciones paradójicas. De hecho, en la clínica psicopatológica de este tipo de pacientes es frecuente, aunque no generalizable, cruzarse con aquel que no deja de acusarse bajo el argumento humillante de ser lo peor, por aquello que hace sin poder dejar, ni por un instante, de hacerlo como “presa capturada en las redes de su sombra”.


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[1] .- No hay que perder de vista que esta obturación es una función lógica, que se funda en el objeto como ese deshecho de la operación subjetiva dotado de un valor de verdad que le es propio. En este punto podemos marcar lo que diferencia, salvo contadas excepciones, a este tipo de pacientes de la perversión. Hay que pensarlo del lado de qué Otro se busca hacer consistir con esta obturación. Mientras que el perverso hace existir al Otro del goce y al goce del Otro, en la neurosis el plus de gozar es la verdad que hace consistente al Otro y a su deseo. Lo que este tipo de pacientes hace es sostener al otro garante de la verdad. En la perversión, la consistencia del Otro apunta a garantizar la existencia del goce todo; mientras que en la neurosis, lo que se busca es sostener al Otro en su consistencia como garantía de la verdad toda.

[2] .- LEWKOWICZ, Ignacio; Subjetividad adictiva: un tipo psico-social instituído. Condiciones históricas de posibilidad. Ver CD Drogadependencia - Abordajes múltiples

[3] .- “La sumisión del sujeto al significante -señala Lacan en "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano"- que se produce en el circuito que va de s(A) a A para regresar de A a s(A), es propiamente un círculo en la medida en que el aserto que se instaura en él, a falta de cerrarse sobre nada sino su propia escansión, dicho de otra manera a falta de un acto en el que encontrase su certidumbre, no remite sino a su propia anticipación en la composición del significante, en sí misma insignificante. La cuadratura de ese círculo, para ser posible, no exige sino la completud de la batería significante instalada en A simbolizando desde ese momento el lugar del Otro (…) Esa cuadratura, sin embargo, es imposible, pero sólo por el hecho de que el sujeto no se constituye sino sustrayéndose a ella y descompletándola esencialmente por deber a la vez contarse en ella y no llenar en ella otra función que la de falta. El Otro como sede previa del puro sujeto del significante ocupa allí la posición maestra, incluso antes de venir allí a la existencia, para decirlo con Hegel y contra él, como Amo absoluto (…) puesto que es por él como el sujeto se constituye, por lo cual es del Otro de quien el sujeto recibe incluso el mensaje que emite.” Escritos 2, Ed. Siglo XXI, pág. 786.-

[4] .- El Otro (A) “… es el lugar del tesoro del significante, lo cual no quiere decir código, pues no es que se conserve en él la correspondencia unívoca de un signo con algo, sino que el significante no se constituye sino de una reunión sincrónica y numerable donde ninguno se sostiene sino por el principio de su oposición a cada uno de los otros”. Alfredo Eidelsztein hace derivar la diferencia entre código y tesoro del significante de los sentidos que el propio término tesoro posee: por una parte, indica la reunión de cosas preciosas, de valor, acumuladas para ser conservadas y que, por más grande que sea, nunca indica totalidad. Por otra parte el tesoro es también el lugar donde esos elementos son conservados juntos.

[5] .- Con relación a esto es oportuno recordar las alucinaciones auditivas en las que el Otro le habla al psicótico, hecho que señala que éste último no ha podido recubrir esta dimensión de la estructura apropiándose del mensaje.

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