La opción por los pobres, traducida en praxis-compromiso de liberación, constituye, pues, el acto primero en la metodología propia de la teología latinoamericana de la liberación: es su matriz hermenéutica. (Lois 100)
Cuando el Concilio Vaticano II cerró su puertas, los teólogos inspirados por su preocupación con el tema de la pobreza ya empezaban a cuestionar la interpretación histórica de la pobreza como tema bíblico. Uno de los problemas centrales para los teólogos de la liberación era la existencia de una cierta ambigüedad sobre el significado de la palabra pobreza. Con su clero predicando el valor espiritual de la pobreza material, los teólogos buscaban redefinirla para que los católicos dejaran de aceptar la pobreza material como un estado deseable para sus feligreses:
En los ambientes cristianos se tiene tendencia, a menudo, a dar a la pobreza material una significación positiva, a verla casi como un ideal humano y religioso, un ideal de austeridad y de indiferencia frente a los bienes de este mundo, condición de una vida conforme al evangelio. Esto colocaría las exigencias cristianas contra corriente de la gran aspiración de los hombres que consiste en querer librarse de la sujeción a la naturaleza, eliminar la explotación del hombre por el hombre y crear riqueza para todos. (Gutiérrez Teología 353)
Berryman indica que la frase tan empleada por el clero, “pobre en espíritu”, creaba un sentimiento entre los católicos pobres de que Dios quería que ellos fueran pobres: “Realmente los sacerdotes habían predicado a menudo resignación a la ‘voluntad de Dios’ en una forma que podía reforzar la creencia de que la presente distribución de la riqueza y el poder provienen de Dios” ( 2).
En Montreal en el año 1967, Gustavo Gutiérrez dio lo que Lois considera el primer ensayo teológico “de clara inspiración liberadora” (34), en que distinguió tres tipos de pobreza, y reexaminó el tema cuatro años más tarde, en su libro Teología de la liberación. Perspectivas. Según Gutiérrez, la Biblia trata de la pobreza en tres maneras distintas: la pobreza material, la pobreza espiritual y la pobreza como compromiso de solidaridad y protesta. A través de este triple significación, Gutiérrez nos la presenta como un pecado en su forma material, rechazando cualquier valor positivo que tuviera antes: “El término pobreza designa, en primer lugar, la pobreza material, es decir, la carencia de bienes económicos necesarios para una vida humana digna de ese nombre” (353). En su sentido material, “la pobreza es para la Biblia un estado escandaloso atentatorio de la dignidad humana y, por consiguiente, contrario a la voluntad de Dios” (357). Añade que “la pobreza es expresión de un pecado, es decir, de una negación de amor” (362). Gutiérrez no restringe la pobreza material a su sentido económico: incluye la manera en que se manifiesta al nivel socio-cultural y político (Lois 104-105): “Ser pobre quiere decir morir de hambre, ser analfabeto, ser explotado, no saber que se es hombre” (354). Al decir que “hay pobres porque hay hombres que son víctimas de otros hombres” (359), Gutiérrez apoya su interpretación con referencias bíblicas que condenan la pobreza material y las distintas maneras de explotación de los pobres por otros hombres: el comercio fraudulento y la explotación; el acaparamiento de las tierras; la justicia venal; la violencia de las clases dominantes; la esclavitud; los impuestos injustos; los funcionarios abusivos y la opresión de los ricos (359-360). Observando que la Biblia “nos habla de medidas positivas y concretas para impedir que la pobreza se instale en el pueblo de Dios” (360), concluye que “aceptar la pobreza y la injusticia es recaer en la situación de servidumbre, anterior a la liberación de Egipto. Es retroceder” (361).
La pobreza espiritual (o la pobreza evangélica) es un poco más ambigua en su definición:
Con frecuencia, es vista como una simple actitud interior de desprendimiento frente a los bienes de este mundo. El pobre sería, entonces, no tanto el que no posee bienes materiales, sino más bien aquel que –aunque los posea– no está apegados a ellos. Lo que permitirá afirmar, por ejemplo, que un rico puede no sólo ser un pobre espiritual, sino que, inversamente, un pobre puede ser rico de corazón. (355)
Esta perspectiva de la pobreza se usa como una forma de tranquilizar y acomodar las conciencias de su feligreses ricos (355). Gutiérrez les niega a los privilegiados esta acomodación en su visión de la pobreza espiritual. La caracteriza como una “disponibilidad” y una “humildad” ante Dios (363), y es “lo opuesto al orgullo, a una actitud de suficiencia” (364). “No hay una relación directa con las riquezas, no se trata en primer lugar de una indiferencia frente a los bienes de este mundo. Estamos, más bien, ante algo más profundo: no tener otro alimento que la voluntad de Dios (365).
Según Gutiérrez, la pobreza de que trata Mateo 5, 1 (“bienaventurados los pobres de espíritu”) se refiere a esta pobreza espiritual. Reconoce la bienaventuranza de Lucas (“bienaventurados los pobres”) como una referencia a su forma material, pero ofrece una interpretación que apoya su posición contra ella: “nos lo indica que el reino de Dios trae necesariamente consigo el restablecimiento de la justicia en este mundo […] bienaventurados a los pobres porque el reino de Dios ha comenzado” (367).
La otra forma de pobreza que presenta Gutiérrez, clave al concepto de la opción por la pobreza promovido por los teólogos de la liberación, es la pobreza como un compromiso de solidaridad y protesta. Señala el hecho de que Jesús Cristo se hizo pobre para solidarizarse con el pueblo oprimido: “Conocéis bien la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza (2 Cor. 8, 9)” (370). Gutiérrez nos advierte que esta pobreza voluntaria no es una idealización de ella, sino para mostrar “amor y solidaridad con los hombres que la padecen y para redimirlos del pecado” (370). Él surgiere esta pobreza voluntaria es clave a la misión de la Iglesia latinoamericana. “Sólo rechazando la pobreza y haciéndose pobre para protestar contra ella, podrá la Iglesia predicar algo que le es propio: la “pobreza espiritual”; es decir, la apertura del hombre y de la historia prometido por Dios” (372).
Los Documentos de Medellín incorporaron la triple significación de la pobreza, que planteó Gutiérrez, identificándola cómo:
a) La pobreza como carencia de los bienes de este mundo es, en cuanto tal, un mal. Los profetas la denuncian como contraria a la voluntad del Señor y las más de las veces como el fruto de la injusticia y el pecado de los hombres;
b) La pobreza espiritual, es el tema de los pobres de Yavé. La pobreza espiritual es la actitud de apertura a Dios, la disponibilidad de quien todo lo espera del Señor. Aunque valoriza los bienes de este mundo no se apega a ellos y reconoce el valor superior de los bienes del Reino;
c) La pobreza como compromiso, que asume, voluntariamente y por amor, la condición de los necesitados de este mundo para testimoniar el mal que ella representa y la libertad espiritual frente a los bienes, sigue en esto el ejemplo de Cristo que hizo suyas todas las consecuencias de la condición pecadora de los hombres y que "siendo rico se hizo pobre", para salvarnos. (IX)
Los teólogos de la liberación querían subrayar el hecho de que la Biblia entiende la pobreza material “como un mal, como el resultado de la opresión de algunos individuos sobre otros” y que “la pobreza que deshumaniza al ser humano es una ofensa contra Dios” (Berryman 2). Araya señala que la deseada pobreza espiritual se logra solamente a través de la pobreza material (183). Este nuevo énfasis en la pobreza material abrió el camino para una nueva lectura de la Biblia. Los teólogos de la liberación rechazaban el valor positivo que muchos habían asignado a la pobreza material y, ahora, señalaban que la pobreza era un estado que impedía a los cristianos vivir una vida digna de los hijos de Dios.
Bibliografía citada
Araya, Victorio. El Dios de los pobres. San José, Costa Rica: Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1983.
Berryman, Phillip. Teología de la liberación. México: Siglo Veintiuno Editores, 1989. Edición digital autorizado para el Proyecto Ensayo Hispánico. Febrero 2003. 12 de junio de 2004.
Gutiérrez, Gustavo. Teología de la liberación-perspectivas. Lima: Centro de Estudios y Publicaciones, 1971.
Lois, Julio. Teología de la liberación: Opción por los pobres. Madrid: Editorial Fundamentos, 1986.
© Steven Casadont,
Dos caminos ante la pobreza: Los padres Gabriel y Néstor en la novela Nicodemus. 2005.
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