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RECORRIDO CULTURAL POR LA MUERTE
Pase conmigo, amigo...
Estamos en el Cementerio Civil de Madrid.
Pase conmigo. No tenga aprensiones.
Al ritmo del paseo por este sosegado y solitario parque de muertos <
Escogeré algunos trozos de mi Trilogía sobre la Muerte Humana mientras paseamos, empezando por <
Así que no vade retro. Sino vade mecum.
Capítulo 1 – DIÁLOGOS SOFISTAS SOBRE LA MUERTE
(Fragmento del primer diálogo de Sócrates con los sofistas sobre la Muerte)
[...]
Protágoras Si la lombriz es inferior al hombre y la lombriz es inmortal, ¿debemos deducir que la inmortalidad es inferior?
Sócrates- Así es, según tu discurso.
Protágoras Y ahora, dime, incorruptible Sócrates, ¿qué prefieres: ser gusano e inmortal o ser humano y mortal?
Sócrates Muchos conozco que preferirían otra combinación, como la de ser humano e inmortal.
Protágoras Pero, conociéndote, sé que no aceptarías una inmortalidad rastrera. Ahora, dime, Sócrates: ¿Es el hombre lo más perfecto de la naturaleza, puesto que es capaz de razonar hablando?
Sócrates- Así es, como lo dices.
Protágoras Entonces, hay que concluir que la inmortalidad corresponde a los seres inferiores, que la perfección es mortal, y que lo mortal tiende a la perfección. Así que debe el hombre alegrarse de ser mortal, y de no ser lombriz.
Sócrates- Ahora que rematas tu discurso con sentencia tan brillante, te digo, Protágoras, que la muerte de una lombriz no tiene nada de escandaloso, y seguramente poco de creíble. ¡La distancia, en ella, entre la vida y la muerte es tan mínima; su muerte es tan poco diferente de la vida! La inmortalidad del mundo de los gusanos, o de los seres aún más inferiores, es la inmortalidad de la monotonía, la inmortalidad rígida de los que se repiten a ellos mismos, que no pueden distinguirse entre sí, imposibles de evolucionar; inútiles para, siendo diferentes, adaptarse a la variedad y crear variedad a su vez. En resumen, incapaces de acceder a la conciencia porque son todos el mismo, iguales, y compiten entre sí siempre por lo mismo. Esa es la inmortalidad primaria. ¡Claro que a mí esta inmortalidad no me interesa porque no es el triunfo del espíritu sino la de la pura materia! Con todas tus vueltas y revueltas lo que tratas de introducir solapadamente es la venenosa idea de que, en la vida animada, sólo la materia más primaria es inmortal, y no lo que, caracterizado por la diversidad y la diferencia, denominamos espíritu humano, al que malévola y cínicamente tú llamas perfección mortal. Da la impresión de que sientes nostalgia de la inmortalidad de los gusanos. Y de todas maneras, Protágoras, siempre te queda la consolación de que como, muriendo, todo hombre se convertirá en gusano, por ese lado llegarás a ser también inmortal, según tu doctrina y apetencia.
[...]
(Fragmento del segundo diálogo de Sócrates con los sofistas sobre la Muerte)
[...]
Sócrates Hablas por mí, y me abrumas con hipotéticos argumentos míos que no tienen mi sello, aplastante sofista Gorgias. Yo ya dije ‑y tú lo sabes perfectamente- que la Muerte en el hombre es el "temor a la muerte" (a "su" muerte), y, más ciertamente, el temor al momento de morir y al de después de su muerte. Y en ese terreno todos los humanos presumen lo que ignoran: que es el peor de los males, cuando no saben si podría ser el mejor de los bienes. Pero yo nunca temí lo que no sabía, sino aquellos males que conocía claramente.
Gorgias Recuerdo, en efecto, que eso decías. Mas también te oí aludir a teorías de ésas que seguramente la gente se ha inventado para alejar el miedo a la Muerte, y que no conozco que hayan aliviado a ningún tanatofóbico; por ejemplo, aquella simplonería agrícola que comparaba el círculo humano Vida‑Muerte con el ciclo de la naturaleza, y con aquello del muerto como abono, o de la semilla caída en la tierra y renaciendo de ella periódicamente.
Sócrates Para mí, el "después del morir" era una disyuntiva: O una noche sin sueños -el reino de la nada- o un cambio de morada.
Gorgias Y nunca te pronunciaste en cuanto a la inmortalidad del alma.
Sócrates Alguna vez sí, en sentido positivo. Pero eso se lo dejé a Platoncito, con sus niñerías de la reminiscencia, la caverna y el carro alado. Que, por cierto, ¡cómo mentía sobre mí ese jovencito!... Es verdad que también he dicho que la inmortalidad del alma es de esas cosas que bien valen el riesgo de creerlas. Pero, en fin, Gorgias, ahora estimo que la Muerte, es decir, la conciencia de Muerte, es un componente de la "psyché", como una moral de la “physis”, no un producto cultural añadido. Es un ente moral, pero endógeno, inherente al ser humano, irreductible, permanente, inmutable, en el que la cultura apenas juega un papel accesorio. Un enigma que el humano debe afrontar como problema sin solución, y que, sin embargo, aporta el poder catártico, iluminador y transformador que los enigmas operan en el alma humana cuando ésta intenta penetrar en ellos, e interpretarlos.[...]
Capítulo 2 –CADUCIDAD HUMANA
Porta el hombre en su sustancia la conciencia de su ser perecedero.
Cuenta el poeta manchego Angel Crespo (1926‑1995) que, en el valle de Lumnecia, los campesinos suizos adornan los muros con los huesos de sus antepasados. Monumento a la caducidad.
[...]
Es más caduco el ser humano que casi cualquier otra cosa de la naturaleza.
Lo clamaba, en pleno trance de dolor por la muerte de su madre, el cura Martín Descalzo (Madrilejos/Toledo,1930-1991) (“Nacido de mujer”, 1992):
[...]
¿Por qué dura el diamante más que la carne humana?
¿Por qué las catedrales
perduran orgullosas cuando su autor es polvo?
¿Por qué duran los mares y los hombres no duran?
¿Por qué el sol envejece menos que nuestras manos?
[...]
Vi de pronto desenmascarado el falso orden amenazante de las cosas. Todo parecía marchar como tenía que marchar, según un ordenado desorden. Las gentes caminaban por donde querían pero dentro de un orden, igual que los coches. La tarde caía como era de prever, un poco más tarde, porque aún era verano. El autobús llegaba sin horario fijo, y ese era su orden precisamente… Y, de pronto, bastaba un movimiento de más, una precipitación, un desliz, una brusquedad, una distracción, un cálculo mal hecho, y todo aquel aparente orden se fracturaba por un momento y era el caos, bien es cierto que un caos pequeñito y momentáneo, eso que, a veces, por ejemplo, llamamos muerte, o, mejor dicho, un muerto.
[...]
Pero que nadie crea que la conciencia humana de la propia caducidad es algo que se presenta en la madura adultez, y ante hechos especialmente traumáticos o dramáticos.
Por el contrario, es en niños pequeños, inteligentes y sensibles, con alrededor de seis‑ocho años de edad, donde he hallado las muestras más radicales, sinceras y acongojadas, de pena súbita cuando han tenido, como en un fogonazo, la evidencia de la fugacidad del tiempo y de la inevitabilidad de la muerte.
Lloré a solas y sin consuelo cuando, con unos nueve años, leí ‑en mi libro de Lecturas, de Edelvives, año 1948‑ aquella narración (La Nochebuena del poeta, de “Cosas que fueron”) de Pedro Antonio de Alarcón (1833‑1892), sintiéndome identificado con él como en un espejo. Tenía entonces siete años el escritor de Guadix, y esa Nochebuena su padre le permitió ya quedarse a celebrarla con los mayores. Todo era alegría y bullicio en la casa familiar. Hasta que oyó aquel villancico de su abuela que le heló el corazón:
La Nochebuena se viene,
la Nochebuena se va,
y nosotros nos iremos
y no volveremos más.
Se le vino a la imaginación multitud de nochebuenas pasadas y por venir. Infinidad de personas que se fueron o que vendrían, que él no conoció ni conocería. Familiares suyos remotos que habían celebrado nochebuenas como ésta y que ya nadie sabría recordar. Descendientes suyos tendrían en el futuro esta exaltación, sin que él ni sus seres queridos actuales estuvieran y sin que nadie ya se acordara de ellos. Le inundó la melancolía y lloró tanto ‑sin saber explicarse‑ que sus padres pensaron que era aún demasiado pequeño para quedarse hasta tan tarde. Pero, en realidad, era todo lo contrario.
Y hoy yo miro a mi alrededor, en esta calle alegre de mi barrio, en la tarde luminosa de este casi mayo, y se me oprime igualmente el corazón pensando que ninguno de estos seres que transcurrimos por ella, tranquilos y confiados, estaremos aquí dentro de un siglo.
[...]
Vade‑mecum. Que quiere decir: ven conmigo.
Pues anda, ven conmigo, vamos a empezar a explorar la Muerte. O sea, cómo la vivimos, la imaginamos, la sentimos. Esa Muerte que no revela ningún diagnóstico médico, ninguna resonancia magnética, ninguna biopsia, ninguna autopsia, y que nunca estos procedimientos podrán desvelar. Esa para la que no hay ni seguramente habrá aparatos que la descubran.
Pero antes déjame contarte un cuento.
El rapaciño de la Muerte.
Es un cuentecillo gallego (recogido por el antropólogo Mariño Ferro en “Aparicións e Santa Compaña”, 1995).
Érase una vez un rapaciño tan estudioso que bien pronto los maestros no tuvieron nada más que enseñarle. Sus padres y sus vecinos estaban orgullosos de él. Volviendo un día de la escuela, encontró en su camino un lagarto ocelado que los compañeros acababan de partir a palos. Las dos mitades del animal aún brincaban hasta que, por fin, dejaron de moverse. El muchacho observó atentamente la escena y se puso a meditar sobre la vida y la muerte. Al llegar a casa le preguntó a su padre. Éste le dijo:
<
Meditó el muchacho. Y, al fin, dijo:
<
Llenos de pesar, los padres consintieron por fin, y marchó el rapaz lleno de ilusión. Anduvo mucho tiempo.
Llegó un día a un camino montañoso, sin alma viviente, ni plantas ni frutos. Allí se le apareció una hermosísima mujer, que le preguntó a dónde iba. El muchacho le contó su historia. Ella entonces le regaló unas botas de cien leguas para que recorriera a toda velocidad todos los países, y pudiera entrevistarse con los más sabios del mundo y asistir a las más famosas escuelas.
<
Muy extrañado, preguntó el muchacho quién era ella, que tanto poder tenía y por qué le animaba a buscar el "secreto humano" si sabía que no lo conseguiría.
La hermosa señora le respondió:
<
Y, en efecto, acometió el muchacho su tarea. Recorrió el mundo, estudió sin descanso, y no dejó de hablar con quien tuviese que hacerlo. Viejo y fatigado, pero sin cejar en su empeño, fue a cumplir con la promesa que dio a la señora. La encontró, incluso más bella y perfecta. Ella le preguntó si había conseguido su objetivo. Reconoció que no el anciano:
<
<<¿Recuerdas que te lo dije? Te propusiste una meta inalcanzable, porque Aquel que todo lo puede no dispuso que los hombres fuesen capaces de comprender el secreto de la vida y de la muerte. Sin embargo, con el esfuerzo de los sabios que confiásteis en mí, de los que fueron, de los que son y de los que serán, algún día se alcanzará el premio.>>
Yo creo que, más allá de la moraleja manifiesta de la historia (trabajar denodadamente para desvelar el secreto de la Vida y de la Muerte), hay un significado latente: el de que, si la Muerte existiera como personificación, ella sería la primera liberada si se le relevara de su cargo.
Capítulo 3 – LAS MUERTES
La Muerte en mayúscula y en minúscula
Estamos llamando Muerte ‑con mayúscula‑ a la Concepción o Representación de la Muerte, compuesta por el conjunto vivencial e intelectual ‑adquirido personalmente y por transmisión‑, que, consciente e inconscientemente, va elaborando todo ser humano ‑persona, colectividad, sociedad, pueblo, cultura‑, sobre el hecho de morir, a partir de la acumulación de experiencias de muertes concretas. La Muerte es el resultado de un proceso de individualización en/de la sociedad.
Denominaremos muerte (en) minúscula para referirnos a la muerte puntual, individual, personal. Es la muerte uno a uno. Nadie se muere al mismo tiempo de la misma muerte con otro. Decimos “misma muerte” y no estamos aludiendo principalmente a morir de las mismas causas físicas. No existe la “muerte simbiótica”, salvo quizá la muerte -¿simultánea?- de la madre y de su feto, aunque en este caso, es una muerte peculiar, la de un no nacido, la de un ser que aún no es persona. Ni siquiera los siameses tienen una”conmuerte”. Pueden coincidir a la hora de morir, pero sólo eso.
[...]
Filología y nombres de la Muerte
En el siguiente cuadro, damos cuenta del término “muerte” en diferentes lenguas, con el género que le corresponde en cada una de ellas:
LENGUA
MUERTE
GÉNERO
(m=masculino, f=femenino, s.g. = sin género, n = neutro)
CATALÁN
Mort
f
GALLEGO
Morte
f
VASCO
Herio (Muerte)
f
ALEMÁN
Tod
m
BRETÓN
Ankou
(personificación de la Muerte);
si no, Marv
CHECO
Smrt
f
DANÉS
Dod
s.g.
ESPERANTO
Morto
s.g.
ESTONIANO
Surm
s.g.
FRANCÉS
Mort
f
HOLANDÉS
Dood
s.g.
HÚNGARO
Halál
f
INGLÉS
Death
s.g.
ITALIANO
Morte
f
LETÓN
Nave
f
NORUEGO
Doden
s.g.
PORTUGUÉS
Morte
f
RUSO
Cmep tb
SÁNSCRITO
Mara-Na, mR^ityuu
SUECO
Död
[género “reale”]
Vemos, pues, algunas de las raíces terminológicas de la palabra en cuestión: Mor-, Tod-Dod-Death, Surm-Smrt…
Desde el punto de vista filológico, en algunos idiomas se hace distinción entre la Muerte como abstracción o personificación y la muerte como hecho, que, además de denominarse a veces también muerte, tiene otros términos de distinta raíz, como, por ejemplo, entre otros, óbito y fallecimiento en español, o “decès” y “trépas”, en francés.
Asimismo, en otras lenguas se denominan igual muerte y muerto o muerta.
En vasco, como en muchos nombres propios en otras lenguas, la Muerte va sin artículo.
[...]
Habría que ver si el género gramatical del término muerte (masculino, femenino, neutro), o bien la ausencia de género (ni masculino ni femenino) o un otro género (como en Suecia, en donde hay cuatro, y la Muerte pertenece al llamado “reale”) corresponde, en cada cultura lingüística a una determinada vivencia que la persona tenga de la Muerte y con su representación en las Artes y en las Letras. Vemos, por el cuadro, que, filológicamente Muerte tiene todas las posibilidades gramaticales de género, incluído el que podríamos denominar”ambiguo”. Abordaremos esta cuestión cuando nos refiramos a la personificación de la Muerte, en próximo capítulo sobre los “tópicos” de la misma.
[...]
Quevedo de la Muerte
Entre nosotros, nadie como Quevedo (1580-1645) nos ha advertido de la Muerte, con la autoridad que le daba la doble vertiente de su biografía: la mundana y la eclesiástica, la satírica y la ascética.
[...]
Las caras de la Muerte
Para cada hombre hay una sola muerte verdadera, la suya propia, su morir único.
Pero hay muchas Muertes. Muchas formas de ver, de sentir, de pensar, de creer, de crear, de "vivir" la Muerte, que han dado lugar antropológicamente, culturalmente, a mitos en la prehistoria, en la antigüedad, en la tradición. Y que, en muchos casos, han sido incorporados por la religión, por la literatura o por las artes, transcendiendo hasta nuestros días en forma de tópicos, fantasías y creencias conscientes e inconscientes.
[...]
La Muerte: Idea, Imagen, Sentimiento, Cosa
También hay muchas maneras de vivir la Muerte en nuestro tiempo, aunque se hallen ocultas, por miedo y por pudor. Las descubrimos sobre todo en las tantísimas maneras de cantarla ‑en forma y fondo, sólo quizás equivalentes a las del Amor, como veremos‑ que tienen los poetas, los únicos que no le guardan miedo ni vergüenza.
La Muerte es Idea (o conceptualización), y entonces constituiría objeto de la Filosofía, aunque raramente los filósofos se ocupan explícitamente y con hondura de ella.
Es Imagen (o sensorialización), y, en ese caso, forma parte del campo de las Artes: la pintura, la escultura, la música, el teatro, el cine.
Es Sentimiento (o vivencia), y, por ello, entra en el terreno de la Religión, de la Poesía, de la Psicología, de la Psiquiatría.
Y es, finalmente, también Cosa: cádaver primero; luego, esqueleto, calavera. Polvo y Nada después.
Idea, Imagen y Sentimiento de la Muerte se nutren entre sí y forman un aglomerado cultural, que llamaremos aquí "tópicos de la Muerte".
[...]
¡Fino entendimiento el que distingue, como nuestra lengua castellana, "morir" y "morirse"! No todas las lenguas hacen reflexivo ese verbo, que implica como ningún otro el ser-conciencia. Y naturalmente no existe el término "nacerse".
[...]
Capítulo 4 – BUENA MUERTE – MALA MUERTE
Una buena/mala muerte es, en general, ajena a la voluntad o a la previsión del sujeto.
¿Hay alguna muerte buena?.
[...]
Para la mayoría, se entiende como buena muerte la que ocurre sin dolor, sin sufrimientos finales. Para otros, sería, genéricamente, el equivalente de vida cumplida, el agotamiento de los ciclos de la existencia; en suma, morir de muerte natural o de viejo, que es un diagnóstico popular. Morir de pronto, o en el sueño, son consideradas por lo común formas de buena muerte. Plinio decía: “Una muerte breve es la soberana dicha de la vida humana”. En general, para muchos, actualmente, una buena muerte es la que sucede sin darse uno cuenta.
[...]
Formas de muerte son la muerte en la cama, en el asfalto, en el hospital, en la guerra, en el trabajo, estando solo o acompañado…, que no dependen en general de uno mismo. Son más bien escenarios de la Muerte, y uno es el actor forzoso. Muchos aceptarían que hay, al menos, dos o tres condiciones concretas de buena muerte y dos o tres de mala muerte. Para morir de buena muerte, parece que sería mejor morir en calma, en la (propia) cama; o morir "con las botas puestas", es decir, en activo, en el propio trabajo, o sea, sin macabras escenografías, como si todo fuera normal, como siempre . Tiene pinta de mala muerte morir con dolor o asfixiado, morir en el asfalto y morir en el hospital.
La manera de morir (o el “morirse”), por el contrario, corresponde a una disposición interior, que a veces se debe a una actitud previa para la que uno se ha preparado, lo que tampoco garantiza que tengamos la oportunidad de aplicarla. Modos de bien morir serían morir discretamente, dignamente, en el retiro…
[...]
*
[...]
¿COMO QUISIERA MORIRSE?
Ésta es la pregunta 28 del cuestionario Proust, que no lo escribió Proust. En 1891, una vieja dama de la sociedad parisiense, en uno de los salones al que acudía el autor que buscaba el “Tiempo perdido”, le pidió que le respondiera a 31 preguntas ya impresas en un álbum. El escritor accedió con la solicitud y cortesía que le caracterizaban y lo tituló “Marcel Proust visto por él mismo”. Este es el origen del denominado “cuestionario Proust”, que es posiblemente el primer cuestionario de personalidad. Pues bien, a la pregunta de “¿Cómo me gustaría morir?”, él respondió: “Mejor y amado”.
Aunque la cuestión de la buena muerte es antigua, esta otra formulación en términos de cuál sería la manera preferible de morirse se aleja de la tutela religiosa para apuntar a la individualidad de cada ser humano y a su drama como sujeto racional, solo y libre.
Preguntado César sobre la muerte más deseable para él, respondió que la menos esperada y breve.
Decía Montaigne (en su ensayo “De la vanidad”): “De poder elegir [mi muerte], paréceme que la preferiría montando a caballo, fuera de casa y a distancia de los míos”. Tenía entonces unos 55 años, y digamos que no murió de ninguna de esas maneras.
Unamuno se emberrechinaba (en “El sentimiento trágico de la vida”, 1912): “No quiero morirme, no; no quiero, ni quiero quererlo; quiero vivir , siempre, siempre”, “con razón, sin razón o contra ella, no me da la gana de morirme”. Tenía 48 años.
El pintor tinerfeño Cristino de Vera (1931) contestó a esa misma pregunta: “A veces, he pensado y creo que [me gustaría morirme] en el sueño y del corazón. Que la muerte no note la despedida.
[...]
La negación
Podríamos llamarla vivencia negadora o negante de la Muerte. Hay muchas modalidades humanas verbales y conductuales de negar en general. Desde enfoque lógico-lingüístico, es de gran provecho leer el catálogo de significaciones y acompañamientos que María Moliner hace de este término en su sin par diccionario. Desde el punto de vista psicológico y de la conducta, sabemos que hay negaciones que afirman, en el fondo, lo que niegan en la apariencia. En este terreno, hay que distinguir la negación como mentira, como autoengaño, como ignorancia y como error. El grado más penetrante de negación en el ser humano es el que revela la personalidad negante, negadora o negativista. No entraremos en este momento en el apasionante debate sobre la negación humana, de la que nos hemos ocupado en otros trabajos desde nuestro punto de vista de la Filosofía clínica, y de la que volveremos a tratar en los próximos capítulos 7 y 14, si bien en esta obra nos limitaremos a considerar la negación como defensa de lo que inquieta o se teme, y en ese sentido hablamos de la Gran Negación humana ante el morir.
El 17 por ciento del total de la muestra (85 sujetos, 49 hombres y 36 mujeres, cinco puntos porcentuales más éstas que aquéllos) responde con esa defensa negante.
La negación directa, neta, del morir se expresa mediante las siguientes palabras rotundas: “Me niego”, "No quiero", (No quisiera morirme) Nunca", "(No quisiera morirme) De ninguna manera"... Algunas introducen cierta atenuación, contestando solamente: "No quisiera", dándole quizás un giro irónico a la formulación poco rigurosa de la pregunta (“¿Cómo quisiera morirse?”)
Hay negaciones infantiles, que, a veces, llegan a la interjección del grito: “¡No quiero morirme!” (de la presentadora de televisión, Ana Igartiburu) o el “¡No me quiero moriiiiir!, del director de cine Fernando Trueba .
Hay negaciones de rabiosa soberbia apenas encubierta por un barniz burlón "No pienso morirme", que culmina en el desenfado omnipotente de una mujer (la actriz Loles León) que proclamaba: "Yo no me voy a morir".
Hay respuestas con matices de resistencia oposicionista: "No pienso morirme queriendo". Otras, más sutiles, juegan con la componenda de la postergación: "No estoy preparada”, "De momento, no quisiera", “No pienso en ello todavía”, “No lo he pensado todavía”.... Hay matices casi suplicantes: "No me gustaría, me da miedo la muerte", “Prefiero no morirme”, “No quiero morirme ¿se puede?”, “Si fuera posible, nunca”... Y hasta la respuesta supersticiosa: “¡No quiero morir! (Lagarto, lagarto)”. Hay negaciones que se apoyan en el consenso universal: “¿Quién quiere morirse?”, “A nadie le gusta morir”(el escritor Alejo Carpentier).
Y no hay categorías profesionales ni intelectuales, edades ni sexo, para la Gran Negación. El “no quisiera morirme de ninguna manera” va desde los escritores Francisco Ayala y Ana María Matute al furbolista Buyo, pasando por el humorista Chumy Chúmez, el director de cine García Berlanga y otros. Y el “nunca (querría morirme)” lo encontramos desde en la nonagenaria Rosa Chacel a la Miss España, Sofía Mazagatos, cuando aún no tenía 20 años.
Modalidades de negación son la negación evasiva y la humorística. La negación evasiva corresponde, a menudo, a un rechazo voluntario del tema: "Prefiero no pensarlo", “No me gusta pensar en eso”, “No lo quiero ni pensar”, "Esa pregunta es muy desagradable", "De eso ni se habla”... Contestan así desde el director de cine Jaime Armiñán y el periodista Oneto a la escritora Carmen Martín Gaite, pasando por el ex político municipal Ángel Matanzo y la cantante Rosario Flores.
Respuestas de negación humorística son morirse: "De risa" (el profesor y comentarista político Jiménez Losantos, la cantante Mª Dolores Pradera, el humorista “Gran Wyoming”...) , "De coña", "Sólo un poco", "Con plañideras"..., o las de “He pedido prórroga”, “¡Ah! Pero ¿hay que morirse?”... La negación humorística predomina en los hombres.
Una forma de negar la muerte es desear que suceda lo más tarde posible, en la vejez. El 6.5 por ciento apela a ella, en igualdad porcentual de hombres y mujeres (33 sujetos, 21 hombres y 11 mujeres), lo que elevaría la opción negadora, en esta totalidad, al 23.4 por ciento. Viejos querían morirse: el escritor Juan Brossa, el torero Joselito, el bailarín Víctor Ullate, el entrenador de fútbol Benito Floro, el dibujante Mingote, el cantautor Juan Pardo, el tenor Plácido Domingo, las actrices Cristina Higueras y Beatriz Rico, la periodista Julia Otero... Otros evitan la palabra “viejo” y dicen: “Tarde, muy tarde”, como los políticos Pérez Rubalcaba, Molins, Rajoy, Enrique Fernández Miranda; la actriz Ana Diosdado, la cómica Soledad Mallol de “Las Virtudes”... Hay perífrasis humorísticas, como en la respuesta del bioquímico y especialista en Nutrición, Francisco Grande Covián (“No tengo prisa”) o en la del periodista Matías Prats, hijo: “Rodeado de mis tataranietos”. Con enigma en la referencia personal de identificación y seguramente de ternura o admiración, respondía el político catalán Pascual Maragall, al decir que querría morir: “Como mi abuelo”.
Pero quizá la negación más radical, la respuesta más concluyente, es el silencio, o la no respuesta, a veces en forma de guión (ese breve trazo horizontal, forma matemática de la negatividad, y símbolo del gesto de negación que se hace con la cabeza). Así despachó la cuestión uno solo de los encuestados (el actor Agustín González), que quizá consideró absurda la pregunta, o demasiado personal, o simplemente imposible de contestar
[...]
¿CÓMO QUISIERA MORIRSE?
Perfil I
Nº
Hombres
Mujeres
%
SIN TOMAR CONCIENCIA
(mediata o inmediata)
137
89
48
27.1
Sin darme cuenta
41
30
11
8
Durmiendo
35
17
18
7
Soñando
5
3
2
1
De repente
22
16
6
4.4
Rápidamente
14
7
7
2.8
Trabajando
20
16
4
4
EN NEGACIÓN O RECHAZO
No quiero morirme
85
49
36
17
EN LA VEJEZ
33
21
11
6.5
*
¿CÓMO QUISIERA MORIRSE?
Perfil II
Nº
Hombres
Mujeres
%
DIGNAMENTE
134
75
59
26.5
Morir consciente,
morir vivo
33
21
12
6.5
Morir tranquilo,
morir sin miedo
28
16
12
5.5
Morir sin molestar,
sin hacer sufrir,
morir solo
25
11
14
5
Morir sin dolor,
morir sin sufrir
23
12
11
4.5
Morir voluntariamente,
con deseo de morir
9
5
4
1.8
Morir con aceptación de la muerte
6
5
1
1.2
Morir realizado/realizada
7
5
2
1.4
Morir aún joven
3
0
3
1.7
EN PAZ
78
21
12
15
FELIZ, CON PLACER
41
28
13
8
CON AFECTOS
28
19
9
5.5
CON DIOS
21
17
4
4.2
Morir en la cama
[...]
En todo caso, actualmente, por “morir en la cama” debemos entender el morir en un espacio de calma y de intimidad para el muriente o moribundo. Se supone que éste quiere estar rodeado por sus seres queridos, que puedan relacionarse entre ellos sin agobios añadidos a la penosa situación, en un entorno propicio. Se plantea así una especie de la otra cara del maternaje, de modo que si parece muy deseable la creación de una burbuja de ternura y de atenciones preparada para la díada madre-niño en el momento del nacimiento, igual habría que producir un ambiente similar en el otro extremo de la curva humana. Ese es el ceremonial, por ejemplo, que la escritora Isabel Allende preparó a la hora de la muerte de su hija Paula, y que describe minuciosamente en su relato (“Paula”, 1994).
[...]
Morir joven, morir guapo…
Es un contradiós morir joven, morir guapo, morir en plenitud. Para consuelo, dicen los creyentes que, en el Paraíso, seremos eternamente lo que fuimos en el mejor momento de nuestra vida terrestre. Y también, como “ars consolatoria” ante la muerte, se prodigaron en siglos pasados los llamados “Morirás”, en forma de letanías aforísticas.
Del polifacético Diego de Torres Villarroel (de sus Morirás mozo, en el tomo III de “Sueños morales”, Madrid, 1794), tomamos las correspondientes al Morirás mozo, juntando además las de Séneca y Quevedo.
[...]
Morir "con las botas puestas", morir “con el mono puesto”
Muchos murientes prefieren seguir, hasta el final o hasta cuando puedan, su vida normal, su trabajo. Esta actitud puede tener diversas motivaciones.
Es una forma de combatir a la Muerte, ahuyentando sus lúgubres fantasmas, negándose a dejarle que se asiente en la vida antes de que llegue el momento. Es, asimismo, una manera de luchar contra la ansiedad y el pánico que origina, un modo de olvidarse de ella.
Pero hay también la fantasía inconsciente de que mientras uno esté empeñado en un proyecto, en una tarea, en la profesión, uno no va a morir, no puede morir.
Era Rilke joven poeta cuando, en encuentro con Rodin, le hizo esta principal pregunta: "¿Cómo hay que vivir?". El escultor le respondió sin duda: "Trabajando". Pasado el tiempo, el poeta dijo: "Lo entendí claramente. Creo que trabajar es vivir sin morir".
Pero estos tópicos no son aplicables más que a aquellos trabajos que proporcionan satisfacción y autoestima. Corresponderían a personas en cierto modo privilegiadas que pueden y desean optar por esa manera de morir. No es lo mismo en absoluto morir con las botas puestas que morir, podríamos decir, con el “mono puesto”, es decir, morir trabajando porque hay que ganarse el jornal día a día sin más remedio. Ese morir así equivale con cierta frecuencia a morir en accidente de trabajo. En los tiempos en que nuestros poetas hacían poesía social, dedicaban poemas a este [...]
Morir en el hospital
Hospital. Y pensar que, en su etimología, viene de hospitalidad, de acogimiento. Muchas veces habría, pues, hoy que llamarlo Inhospital, de inhóspito.
La angustia del hospital...
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El hacinamiento de nuestros hospitales públicos impide la intimidad del enfermo. Los “boxes” de hospital (con este término ingles se suele actualmente denominar lo que se debe llamar sala, aunque realmente sea más correcto “box”, ya que a menudo las habitaciones hospitalarias no son sino “cajas o cajones” de enfermos) suelen albergar de 4 a 6 pacientes. A veces, las camas de las habitaciones se desbordan en los pasillos. Parece lejos la posibilidad de que cada enfermo tenga su propia habitación individual. Cuando alguien muere en la sala, se colocan dos biombos a los lados de su cama en tanto se retira el cadáver. Los otros ocupantes de la sala ven y viven la situación. En general, la familia del muerto es alejada por el personal a fín de que éste pueda realizar mejor su trabajo de evacuación del cuerpo y liberar lo antes posible la cama necesaria para otro enfermo en espera.
El logro de “un enfermo-una cama” en el hospital es bastante reciente, aunque ya se había planteado en el siglo XVII, en el Hôtel-Dieu, de Paris, sin éxito. En 1625, había en dicho hospital cuatro o cinco enfermos por cama. En el [...]
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En muchos poemas hallamos muy tristes imágenes de hospital. Hagamos un recorrido del mismo con los poetas.
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Morir sobre el asfalto
Seguramente en tiempos antiguos se moría tanto o más en las calles que hoy. Era, sobre todo, una muerte de miseria, de epidemias. Y no era, en general, una muerte súbita. Hoy la muerte en la calle o en la carretera es, sobre todo, una muerte inmediata, repentina, inesperada, por violencia humana, voluntaria o involuntaria. Es una muerte nueva, típica de la segunda mitad de nuestro siglo, que no parece tener remedio.
Morir en la guerra
Aunque no tratamos aquí, en este libro, de la muerte violenta (bélica o criminal), es necesario que abordemos el tópico de la “muerte guerrera”.
Hasta un tiempo próximo, y desde el albor de la Humanidad, se consideraba un honor morir en la guerra, que era siempre en defensa de algo grande, la Patria, según convicción de los contendientes de ambos lados, y en especial de la gente joven.
Tomamos, de la poesía náhuatl, correspondiente al período de la civilización azteca, del antiguo México, el siguiente poema (Valor del sacrificio, traducido por Ángel María Garibay): [...]
Cinco cuadros de guerra para pensar la Muerte
Hay itinerarios pedagógicos que todos debiéramos hacer cualquiera que sea nuestra edad y nuestro conocimiento. Estoy convencido de que debemos enseñarle la Muerte a nuestros niños. Demasiadas muertes criminales y gratuitas ven en la televisión y en el cine. Conviene que compensen esa invasión agresiva con una percepción reflexiva de la Muerte, de su dolor y de su daño, y también de la grandeza artística que la Humanidad ha desarrollado en todos los tiempos para representarla, para simbolizarla, para elaborar su impacto.
Démonos solos o con nuestros niños una vuelta por el Museo, si lo tenemos a mano, o procurémonos unos buenos álbumes de pintura de la mejor policromía, que nos permitan introducirnos en sus ilustraciones, como abriendo sus puertas a la inteligencia de nuestra imaginación.
Uno de los temas fundamentales para uno de esos itinerarios pedagógicos es el de la Guerra y la Muerte.
Para abordarlo, propongo mis cuatro o cinco cuadros favoritos sobre el particular. Son como pantallas panorámicas, que me procuran la ilusión óptica y vivencial de introducirme en ellos. Me dejan paralizado de emoción, con una fascinación intensa de dolor. Son cuadros de la Muerte colectiva, de la Muerte de la Humanidad, pintados en grandes formatos, como carteles épicos.
Me referiré a ellos según dos visiones catastróficas de la Muerte: la del fín del mundo y la de la guerra.
Los dos grandes lienzos estremecedores de la primera visión son el “El triunfo de la Muerte” (h. 1562-1563; en el Museo del Prado), del pintor flamenco Pieter Brueghel (h. 1525-1569) y “El fín del mundo” (h. 1932; también conocido por “El triunfo de la Muerte”; de colección privada Valero, Santander), de José Gutiérrez Solana (1886-1945).
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Y ahora vamos a la segunda visión. La de la terrible Muerte Bélica, insaciable, que se repite exactamente igual ahora que hace cien o mil años, aunque las técnicas de exterminio sean distintas. Para ello, hay dos obras impresionantes, la “Apoteosis de la guerra” y el “Guernica”, a los que se puede añadir una tercera, un lienzo de formato más pequeño, “La Guerra” (perteneciente a la colección Santos Díez; presentado en la Exposición del Salón de Otoño, en Madrid, en 1920), también de Solana.
He tenido la dicha de poder contemplar y estudiar “Apoteosis de la guerra” en directo (en la sala de exposiciones BBW, 1999). La mejor reproducción es incapaz de transmitir algo de la belleza, conmoción, desasosiego, riqueza alegórica... que contiene y transmite el original. Si se traspasa el primer rechazo que provoca su observación, uno se queda prendido en su marco, y se vuelca en su interior.
“Apoteosis de la guerra” (1871) es un óleo sobre lienzo de 127 x 197 cm., original de Vasili Vasilievich Vereshchagin (1842-1904) (Véase Figura 21 en el libro). [...]
Interpretación del Guernica por los niños
Para su consideración, expondremos un ejercicio psicopedagógico, de psicocreatividad, de collage experimental. Veamos el por qué y el cómo de esta insólita proposición. Es evidente que no pretendemos aquí ni por asomo que los niños nos den la –ni tampoco una- clave para la comprensión cultural del Guernica. En el método de la proyección psíquica no se trata de la comprensión del objeto donde se proyecta sino de la del sujeto que proyecta.
En este sentido, hemos utilizado una reproducción del cuadro de Guernica como un test proyectivo de niños a partir de los seis años. La consigna que les dábamos era la siguiente: “Mira este cuadro e imagínate un cuento inventado por ti”. Luego, les pedíamos que hicieran una reproducción de memoria. He aquí algunas de las respuestas obtenidas. Transcribimos literalmente el texto, pero la mayoría de las puntuaciones son nuestras, para aclarar sentido.
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Morir solo, morir acompañado
En uno de sus bonitos artículos ("Morir solos, vivir juntos", de 1982, en “Razones para la esperanza”), el cura Martín Descalzo dice que lo importante es vivir juntos, que uno no se muere solo -incluso aunque se esté así físicamente- si le llena la compañía interior de la gente que ama y que le ama.
Morir solo significa principalmente morir sin recuerdos amorosos, sin el acompañamiento (sea externo o sea interiorizado en forma de remembranza amorosa) de los seres o familiares queridos, aunque se esté con otras personas, como cuidadores o personal de enfermería.
Pero, ciertamente, hay una muerte en soledad estricta, literal. Es la que obsesionaba a Santiago Rusiñol hasta el punto de decir que, en tal situación de amargura, él llegaría a llamar a los cuervos mismos para que le hicieran compañía.
EL "BIEN/MAL MORIR"
Si la buena/mala muerte es, como ya hemos dicho, en la mayoría de los casos, un hecho involuntario del sujeto, en el que hay predominio del escenario sobre el individuo, el "bien morir", por el contrario, supone, al menos, una intención, y, en lo mejor, un proyecto, un entrenamiento, una formación y preparación para la muerte, un aprestarse a ella ejercitando la voluntad hasta el último momento de conciencia. En todo caso, no se debe despreciar la capacidad de voluntad interior del moribundo, aunque lo veamos ausente ya a toda realidad exte[...]
(In)Dignidad de la Muerte
En la actualidad es culturalmente correcto exigir el derecho a una muerte digna. Pero ¿qué se entiende por tal?
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No cabe decir que cada uno tiene la muerte que se merece. Hay muertes dignas y muertes indignas; hay muertes limpias y muertes sórdidas; hay muertes escandalosas y hay muertes silenciosas, etcétera. Unas y otras pueden suceder indistintamente dentro de cuchitriles o de mansiones, en potentados y en miserables, en sabios y en ignorantes, en santos y en pecadores. Personas sagradas han muerto con extraordinaria angustia y gente criminal ha muerto con indiferencia y hasta en calma.
Hay muertes tranquilas, seguramente más frecuentes en personas ancianas con [...]
Morir a tiempo
Parece que la primera condición del bien morir sería el morir a tiempo. Pero, a menos que se recurra al suicidio o a una conducta temeraria con ánimo suicida, uno no desea ser el dueño de su momento de muerte. Mas ¿cuál es el mejor tiempo para morir? [...]
Morir discretamente. El retiro
Hay personas, y esto queda más de manifiesto en aquellas que tuvieron alguna vez cierta relevancia pública, que se apartan de la vida social antes ‑a veces, mucho antes‑ de morir, cuando ‑como se suele decir‑ aún podrían dar mucho que hablar. Recordemos a la actriz sueca Greta Garbo. Se trata de decisiones misteriosas; quizás algunos psiquiatras sospecharían en ciertas de esas personas la dolencia de la "fobia social" o "síndrome de evitamiento". Pero nosotros creemos que, en la edad declinante de la vida, es más bien un retiro, un autoexilio, una espera desdramatizante y respetuosa de la muerte, una necesidad de soledad sosegada, como la de los versos de Fray Luis de León. Recordemos también a nuestro emperador Carlos, el único rey de nuestra Historia que abdicó de buen grado para dedicarse a su retiro. Términos amables y sabios como retiro y jubilación señalan la vocación que debiera tener esa edad que tantos desprecian y a tantos asusta y que es el mejor tiempo para dedicarse a la reflexión, al estudio, a hacer lo que uno siempre quiso hacer y no pudo.
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La vergüenza de morirse
Diferente del miedo a morirse es la "vergüenza‑de‑morirse‑uno", por los siguientes motivos sobre todo.
En primer lugar, da vergüenza la parafernalia que se monta alrededor de algo tan último e íntimo, por la transgresión burda de este derecho a nuestra postrera privacidad; y, más frecuentemente, por la negación o indiferencia, y la falta de respeto que rodea la mayoría de las veces a la Muerte y al muerto.
En segundo lugar, y más en el fondo, la "vergüenza‑de‑morirse" es porque antropológicamente significa el fracaso del proyecto de "conciencia y control de la vida" que conlleva [...]
La muerte limpia, la muerte digna
Por eso, le rogaba a Dios, con gran realismo, el poeta mejicano Ramón López Velarde (1888‑1921), abundante amador de la mujer, en Gavota (de “El son del corazón”, 1932), que no castigara su cuerpo vividor con una muerte de enfermedad que lo desfigurara, y pedía al Señor que le concediera una muerte rápida:[...]
Morir mirando al mar
Veremos que hay, con respecto a la Muerte, una concepción terrenal y otra celestial. Formar parte de la tierra, diluyéndose en ella, y/o alzarse al cielo de las estrellas.
¿Podría hablarse de una concepción marina de la Muerte?. Así podría afirmarse mediterráneamente, que es una forma de meditar la Muerte, de enmarcar con ella el cuadro de la Vida. [...]
Capítulo 5 - LOS TÓPICOS DE LA MUERTE/1
LA MUERTE EN PERSONA
Llamaremos tópicos de la Muerte a los productos intelectuales derivados de la sedimentación o cristalización de vivencias e imágenes de la Muerte, determinando creencias e ideas, cerradas y permanentes sobre la misma, no puestas generalmente en cuestión, que perviven en los pueblos, más allá de fronteras, formando parte del acervo cultural y moral, que se va conteniendo en lo que denominamos inconsciente colectivo. Toman estos tópicos categoría de arquetipos cuando emergen directamente de dicho fondo genético del espíritu humano en forma de símbolos universales.
Es cierto que, según épocas, culturas, familias y personas, han predominado unos u otros tópicos sobre la Muerte. Muchos de ellos se conservan en la base ideológica de concepciones religiosas y, más o menos explícitamente, en las filosóficas. Muchos son también el resultado de -o se trasponen, revelan o desvelan en- fantasías y vivencias de rica imaginería interior de las personas.
En unos, pues, prima el componente ideológico, racionalista o más abtracto; son formaciones intelectuales, que se manejan con frialdad, distanciamiento y desenvoltura. En otros, prevalece la carga vivencial o sentimental, más emocional; nacen directamente de nuestro mundo afectivo sin que apenas sean modificadas por el alambique intelectual, con escasa elaboración secundaria, más personales y de difícil comunicación.
En la mayoría de los tópicos sobre la Muerte, que iremos viendo a lo largo de este y los siguiente capítulos, interviene el imaginario, ese depósito de imágenes y fantasías ‑conscientes e inconscientes‑ que se acumula en nuestra memoria.
Perfilemos algunos de estos tópicos. [...]
LA MUERTE EN PERSONA
La Muerte ha sido "antropologizada" y personificada en todas las civilizaciones, al igual que los dioses, los ángeles y los demonios, con características típicas y universales.
En las mitologías y religiones primitivas, la Muerte era multirrepresentada simultáneamente por diversas figuras de distinto sexo, masculinas y femeninas, con diferente jerarquía y tarea en la administración de dicha Muerte y del Reino de los Muertos. Aparecen en general cuando se llega a la idea de la existencia de un específico Lugar de los Muertos, los Infiernos, con una posterior organización de éstos en recintos de gratificación o de sufrimiento. Entonces, junto a personificaciones humanas, hallamos animales -en general terribles monstruos- representando a la Muerte o algunos de sus aspectos o servidores, asociados por lo común a la impartición de tremendos castigos. Otras veces, aparece una combinación de rasgos humanos y animales, como, por ejemplo, encontramos en la imaginería católica del demonio con cuernos, o ángeles de cuerpos alados, que son elementos residuales de antiquísimas creencias mágicas. [...]
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En nuestra cultura plástica-gráfica occidental, ha quedado esta forma antropológica de la Muerte, la representada mediante el esqueleto, descartándose las imágenes amables de nuestros orígenes greco-romanos, seguramente bajo la influencia de la iglesia panicadora católica del medievo, con sus cruzadas y sus pestes.
Así, pues, en las Artes Plásticas, la Muerte es un esqueleto, bien en desnudo integral o bien, más a menudo, cubierto, en mayor o menor parte, por sudario o negra capa, pero casi siempre tenedor de guadaña en ristre (Figuras 31 y 32 del libro). El esqueleto es la máxima desexualización del individuo. No obstante, en muchas lenguas se la nombra con el género femenino. En castellano, además de llamarla la Muerte, se la nombra la Parca, la Descarnada, la Huesa, la Chata, la Pálida.… También en nuestras otras lenguas es femenino: Mort, en catalán; morte, en gallego; Herio, en vasco.
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El Caballero de la Muerte
Raramente la fantasía popular, la creación artística o literaria, la religión, le prestan forma varonil.
En el grabado El Caballero, la Muerte y el Demonio (1513), de Durero (1471-1528), de extraño significado, que produce helor con su simbolismo estático -tan diferente del de Brueghel-, vemos a la Muerte representada por un anciano, de barba [...]
La Despiadada Dama de la Horrenda Faz
Pero, en la Literatura occidental, sobre todo, la Muerte es mujer.
La Dama Negra de la Muerte es, unas veces, horrible personaje; y, otras, Madre, Esposa o Novia. [...]
La Piadosa Señora de la Bella Figura
Y también en Mellado, exactamente igual que en Martí, hay la otra versión ‑la Piadosa‑ de la Muerte, y así lo demuestra en los siguientes versos de su poema Las ánimas, escrito en Lorca, en noviembre de 1907:[...]
La Muerte Niña
Y hay quien ve Niña a la Muerte (Sólo te basta / pasar los ojos como pasa el agua), como el poeta vallesoletano Francisco Pino (1910) (en “Pasaje de la muerte niña”, 1999), a la que interroga, “en una pregunta íntima, una pregunta constante, sobre qué me sucedía, por qué la muerte niña me suscitaba ese torbellino en mi imaginación, donde todo está mezclado, la vida, la fantasía, los versos míos y los de otros [...]
LA MUERTE TRIUNFANTE
Éste es el gran tópico de la Muerte. Su imagen triunfante ha ido tomando distintas caras y matices. Se trata de uno de los temas iconográficos predominantes en el siglo XIV, determinado por las terribles epidemias de peste que en aquel tiempo recorrían Europa. Al principio, se le daba la forma de un esqueleto a caballo, en mortaja, empuñando guadaña o espada, sembrando el exterminio y el pánico entre todos los humanos, cualquiera que fuese su edad o condición social. Una curiosa ilustración polícroma del siglo XV, en la [...]
El Valle de Lágrimas
El corolario de este tópico de la Muerte triunfante es el de la Vida como Valle de Lágrimas. Consiste en considerar la Vida como lugar de sufrimiento, antesala de la muerte.
En A Jarifa en una orgía, dice José de Espronceda (1808-1842):[...]
LA MUERTE EN LA VIDA
Corresponde este tópico a la idea de que la Muerte forma parte de la Vida, no es algo ajeno o extraño a ella. Está dentro de ella. La Vida es casa de la Muerte. O nido en donde va creciendo. La Muerte no es la cosa yerta. Donde está viva la Muerte es en la Vida.
Lo dicen tantos poetas. Juan Ramón, por ejemplo (en versos que parece escribir para autoconvencerse, sin que parezca que lo lograra nunca, ¡tanto miedo le tenía!) :[...]
ESTAR MUERTO EN VIDA
Otra cosa es la vivencia de estar muerto en vida.
Hay personas que se sienten muertas antes de morir, a veces mucho antes de morir, sea crónicamente o sólo de manera transitoria. No es una metáfora sino un sentir profundo que llega hasta la locura. "Me siento muerto", "Estoy muerto"..., son expresiones duras de escuchar y por tanto difíciles de decir para quienes sienten así. No es un morir poco a poco, no es una declinación biológica, una sucesión de achaques físicos o morales que nos va arrancando carne del cuerpo y del alma, no es un ir palideciendo. Es un estado total, un radical "estar muerto por dentro".[...]
LA MUERTE CULMINADORA
En este tópico, la muerte es el fin natural o culminación normal de la Vida. Como expresión de ley natural, no tiene sentido darle culto, ni hacer desgarraduras, ni echar campanas al duelo. Una de las primeras poesías (1937‑1939) de Vicente Gaos es la siguiente:[...]
LA MUERTE JUSTIFICANTE
La forma de morir, siendo la última escena del tercer acto del teatro de la Vida, la ratifica o la rectifica. La bella o heroica muerte hace, al final, dignos al criminal o al necio; y, si es miserable, condena al santo o al genio. Es el ideal del mundo antiguo, una interpretación del Héroe, la concepción clásica de la Muerte, y la católica.
LA MUERTE IGUALADORA
La muerte les llega a todos, a poderosos como a miserables, a buenos y a malos, y los iguala a todos; nadie se va rico a la tumba.
Esta concepción está ya en los líricos griegos. Por ejemplo, el divino poeta griego Simónides de Ceos (556-467 a.C.) dice en su oda De la muerte (en versión de los hermanos Cangas‑Argüelles):[...]
Capítulo 6 -LOS TÓPICOS DE LA MUERTE/2
HERMANA MUERTE, MUERTE ENEMIGA
y otras Muertes
La Muerte Hermana
Vida y Muerte, hermanadas, van juntas. Ya no se trata de que la Muerte se esconda en la vida, sino que van del brazo, como gemelas, o como camaradas.
Para algunos seres muy doloridos, la Vida es verdaderamente Muerte. Así, Guadalupe Amor en Puerta obstinada:[...]
Y este verso del centauro Arneo en el poema Coloquio de los Centauros, de Rubén Darío:
La Muerte es de la Vida la inseparable hermana
El mismo tópico que retoma José Hierro (1922) en su poema Para un esteta (de "Cuanto sé de mí”, Barcelona, 1974):
[...]
Tú que sigues el vuelo de la belleza, acaso
nunca jamás pensaste cómo la muerte ronda
ni cómo vida y muerte ‑agua y fuego‑ hermanadas
van socavando nuestra roca.
[...]
La Muerte Enemiga
Todo lo contrario es el tópico de la Muerte como personificación enemiga. Es la Muerte destructora y destructiva, una extranjera contraria a la Vida, su enemiga mortal. La Intrusa (Figura 52 del libro).
Es esa Muerte contra la que, doliéndose del fallecimiento de su buena amiga, la alcahueta Trotaconventos, clama el Arcipreste de Hita en la elegía que le dedica (“Libro del Buen Amor”, 1389):
¡Ay, muerte¡, ¡muerta sseas, muerta e malandante!
Matásteme a mi vieja: ¡matasses a mi enantes!
Enemiga del mundo que non as semejante:
de tu memoria amarga non sé quien no se espante.
[...]
La Muerte, Ausencia de Vida
En tal concepción, se considera a la muerte en su aspecto de negativo radical, de falta total de vida.
En tres versos, lo dice muy claramente José Bergamín (en “Duendecitos y coplas”, 1963):
Morirse no importa nada;
lo que importa es que la vida
con la muerte se te acaba.
[...]
La Muerte Necesaria, la Muerte Eslabonada
Este tópico corresponde a la concepción de la muerte como un “tener que ser”, un “no hay más remedio”, como una necesidad biológica, que condensaría varias necesidades o condiciones obligatorias: una, la necesidad de que la muerte haga sitio a la vida mediante ciclos o sustituciones en que unos seres reemplazan a otros (la Muerte eslabonada); otra inevitabilidad es la del desgaste o del deterioro biológico de cada individuo; y, por fín, la condición evolutiva, de mejoramiento de la especie o de la raza, a través de los sucesivos anillos engarzados de la cadena humana.
Voces protestan contra este eslabonamiento y reivindican la unicidad e irrepetibilidad de la identidad de cada ser humano, su original fórmula genética. ¿Es esto científicamente cierto? ¿o hay la posibilidad de “dobles” humanos entre los millones de millones que hemos sidos, somos y seremos?
Dice el poeta colombiano José Asunción Silva (1865-1896) en Resurrecciones:
Como naturaleza,
cuna y sepulcro eterno de las cosas,
el alma humana tiene ocultas fuerzas,
silencios, luces, músicas y sombras;
sobre una eterna esencia
pasos instables de caducas formas
y senos ignorados
do la vida y la muerte se eslabonan.
[...]
La Muerte‑Términus
Es la Muerte final de trayecto, términus del viaje. Se refiere a la arraigada creencia de que la muerte está al cabo de un proceso natural, que termina en la vejez y es ella misma.
Todo lo demás no sería muerte natural, sino accidental, precoz, adelantada. Se escamotea así la idea de que la muerte está al acecho en cualquier momento. Se trata de una concepción procesal, escalar, que prevalece desde los siglos XV‑XVII, y que entonces se acoplaba a la idea de la brevedad de la vida, muy cierta por lo demás en aquellos tiempos. Este tópico conviene consustancialmente a la gente joven, que actúa como si la muerte fuera un asunto de ancianos. Pero también se reafirma y se generaliza en nuestros días, en donde la muerte por motivos diferentes a la vejez se considera un fracaso técnico, al producirse en un tiempo de alto progreso científico.
Sobre ello trata implícitamente Jorge Manrique en las Coplas "A la muerte del maestre Santiago don Rodrigo Manrique, su padre", escritas hacia 1476:
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo después de acordado
da dolor,
cómo a nuestro parescer
cualquier tiempo pasado
fue mejor.
La Muerte Sucesiva
Tratamos ahora de la concepción de la Muerte como constante morir. Nadie como el Quevedo de la Muerte expresó con mayor precisión y lucidez esta concepción, tan enraizada en la filosofía española de la Muerte. No se trata de un "ir hacia la muerte", como en Jorge Manrique, ni de un "ser para la muerte", como en los existencialistas ateos, sino de un "ser cada día más Muerte", o como, en estremecedor verso, dice Quevedo que somos: "presentes sucesiones de difunto", pasos de muerte. Sin embargo, esta concepción quevedesca no equivale todavía a la concepción de la "muerte en cualquier momento". [...]
La Muerte diaria
El corolario vivencial de la Muerte Constante (tópico de cariz más intelectual que vivencial) es la Muerte Diaria.
Aquí se trata de la Muerte como preocupación cotidiana, como ‑a cada instante‑ la conciencia de un paso más hacia ella; como progresiva presencia continua, consciente o inconscientemente. Hay personas, incluso jóvenes, mentalmente sanas, que piensan con frecuencia en la muerte, lo que se acentúa y se extiende con el aumento de edad. Así vivía Montaigne, lo cual ‑como él decía‑ no le impidió vivir con intensidad. La permanente presencia íntima de la muerte en la propia vida interior, la convicción‑condición diaria de la muerte era la expresión más representativa de la "muerte (a la) española". [...]
La Muerte Destinada
En la concepción determinista, fatalista, se sitúa el tópico según el cual el destino ha fijado de antemano, inexorablemente, la fecha y la forma exacta de nuestra muerte. Tal creencia viene ilustrada por esa frase tan hispánica: "Ya le llegó su hora". Quizás en un futuro próximo se anticipe la causa y hasta el calendario de la muerte de cada uno de nosotros, cuando los expertos sustituyan a los astrólogos y aprendan a leer el futuro en el genoma.
La creencia en este tópico sirve a las personas como pretexto para dejarse llevar por la vida y rechazar una existencia sometida a precauciones y a previsiones más allá de un plazo corto o medio. Dicen así: "De todas maneras, lo que tenga que pasar pasará, se haga lo que se haga"; o su versión religiosa: “Que sea lo que Dios quiera”.
[...]
La Muerte interesada
Hay un tópico, falaz pero frecuentemente aducido, según el cual la Muerte se lleva siempre a los mejores. Naturalmente, esto no es verdad; ni siquiera que se los lleve antes. La Muerte se lleva a los mejores, a los peores y a... todos. Creemos que, interpretado en profundidad, esta creencia ‑más que falsa, hipócrita quizá‑ revela deseos de muerte incumplidos; es decir, el hecho de que no se mueran aquellos a los que secretamente deseamos la muerte, por enemistad, por envidia, porque nos amargan la vida.
Ya lo decía el poeta hispanohebraico, nacido en Tudela, Jehuda ha-Levi (1070):
Al ver el destino que el hombre era Abel
se convirtió en su enemigo y fue Caín.
Se propuso dar muerte a los más preciados
y a los más estimables hizo perecer.
[…]
[...]
La Muerte Arbitraria
Y, por ser arbitraria, es también injusta la Muerte. Imposible que tal concepción no nos remita a la existencia de un Dios indiferente, veleidoso, injusto, pre‑cristiano, a quien los seres humanos traemos sin cuidado.
Ésta es la sospecha de algunos poetas.
¿Y si Dios nos odiara?
Así se manifestaba Espronceda en su caleidoscópico “El diablo mundo” (1841):
[...]
"¿Quién es Dios? ¿Dónde está? Sobre la cumbre
de eterna luz que altísima se ostenta,
tal vez en trono de celeste lumbre
su incomprensible majestad se asienta:
de mundos mil la inmensa pesadumbre,
con su mano tal vez rige y sustenta,
sempiterno, infinito, omnipotente,
invisible doquier, doquier presente.
[...]
"¿Es Dios tal vez el Dios de la venganza,
y hierve el rayo en su irritada mano,
y la angustia, el dolor, la muerte lanza
al inocente que le implora en vano?
¿Es Dios el Dios que arranca la esperanza,
frívolo, injusto y sin piedad, tirano,
del corazón del hombre, y le encadena,
y a eterna muerte al pecador condena?
"Embebido en su inmenso poderío,
¿es Dios el Dios que goza en su hermosura,
que arrojó el universo en el vacío,
leyes le dió y abandonó su hechura?
¿Fue vanidad del hombre y desvarío
soñarse imagen de su imagen pura?
¿Es Dios el Dios que en su eternal sosiego
ni vió su llanto ni escuchó su ruego?
[...]
[...]
La Muerte Absurda
La Muerte absurda es también la errónea, la aberrante.
No es aquí ya referencia a la Muerte como injusta, cruel, arbitraria, que remitiría a un Dios de esas características. No. Según este tópico, la muerte sería algo inútil, un fracaso, un error, un sin sentido, que, por lo demás, tampoco tendría mayor importancia. Es, sumariamente, el concepto que, sobre la Muerte, tiene el existencialismo ateo.
El poeta gallego Celso Emilio Ferreiro (1914‑Vigo) llega a tacharla de "solemne imbecilidad" (Un día, de “Viaxe ao pais dos ananos/Viaje al país de los enanos”, 1968): [...]
La Muerte Extrañadora
Con la muerte, acontece la despersonalización. El cadáver es el cuerpo de la muerte, ya no es nuestro ser querido: "Ya no eres tú, eres la Muerte, eres un muerto, su muerto". Es la revelación pavorosa del cuerpo de la Muerte. La muerte es el cadáver, de manera que el pavor viene dado por la transformación del ser querido en un ser de muerte, en el más terrible extraño, tanto más cuanto antes era más próximo...
También del cura Martín Descalzo, en el velatorio de su madre (“Nacido de mujer”, 1992), son estos versos escalofriantes:[...]
La Muerte Anuladora
No es sólo que, antes de que nos llegue la muerte, es total nuestro desconocimiento sobre ella, sino que su sola existencia, su aparición, hace que todo conocimiento se desvanezca. La muerte borra la lógica. Toda teoría de la vida, toda filosofía, toda ciencia, todo razonamiento construído anhelosamente pierde sentido cuando la muerte llega. [...]
Capítulo 7 - LOS TÓPICOS DE LA MUERTE/3
LA MUERTE NEGADA, LA MUERTE EN POLVO
y otras muertes
[...] se trata, en este caso [de la
Cabe referirse a dos tipos de negación de la Muerte: la negación objetiva y la subjetiva o psíquica.
La primera corresponde directamente al viejo sueño de la piedra filosofal, del elixir de la vida. Ahora, con la nueva alta tecnología y las expectativas de la genética y de la biología molecular, se especula de nuevo con las posibilidades físicas de alargar la vida hasta llegar incluso a volver a soñar con una posible inmortalidad en el ser humano.
La negación subjetiva de la muerte es la de vivir como si no existiera, incluso cuando se la ve llegar.
Por ejemplo, José Hierro afirmaba su negación casi jubilosa, una juvenil omnipotencia a merced de la ambigüedad metafórica, en estos versos de 1947 (Alegría):
Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría
no podrá morir nunca.
[...]
Morirán los que nunca jamás sorprendieron
aquel vago pasar de la loca alegría.
Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos
no podré morir nunca.
La Muerte en Polvo
Tópicamente, los productos finales de la muerte son el polvo (Pulvis es et in pulverem reverteris) y la ceniza. También la tierra ‑encarnadura de esos productos‑, sustancia de vida y muerte. En los aledaños (asimismo, poéticos) están: limo, légamo, lodo, barro, fango o cieno, y ‑en último término‑ la lágrima, esa extraña secreción exclusivamente humana, en la linde del cuerpo y del alma. [...]
Mineral eternidad del polvo. Polvo inmortal. Eternidad del hueso y de la piedra. [...]
Pero hay poetas que hacen consagración de ese polvo mortal.
Empezando por nuestro Quevedo, que en versos habló de la "ceniza con sentido" y del "polvo enamorado". O la proclamación de la ceniza, en un ritual religioso, que hace José Ángel Valente (1929), en su poema <
Hasta la fantasía cuasi orgasmática del poeta Alejandro Aura (1944) en estos versos de Ronda por tres caminos para un amigo viejo, que es Efraín Huerta:[...]
Sueño metafísico del polvo
Esto recuerda la Iglesia Católica cada año por la Cuaresma: <
Pero Unamuno decía (en una conferencia en Valencia en 1908): Pues yo os digo: <
Pulvis es, Polvo eres, es un poema enredoso de José Zorrilla, escrito el Día de los Difuntos de 1878, y dedicado a su admirado Gaspar Níñez de Arce, también poeta.[ ...]
[...]
Polvo (1949) es un intenso librito de veinte poemas de Guadalupe Amor. Un polvo bien distinto al de Zorrilla. En él, hace metafísica del polvo, en ese clima pre‑místico de atormentada y oscura angustia en que vive entonces la poeta mejicana. Para ella, el polvo es una alegoría que va más allá de la Muerte. Y hace de su vivencia una exposición compleja, de elevada abstracción.
Al principio, aún el ser en vida, el polvo es inquietante envoltura. Poco a poco, el límite se desdibuja y el polvo va formando parte de la sustancia humana. Para, finalmente, deificarse.
La ceniza
La ceniza.
¿Es antes que el polvo la ceniza? ¿Convierte el tiempo la ceniza en polvo?
Y, a pesar de todo, la esperanza.
Aferrado a la fe, José Ángel Valente (Orense, 1929- Lausana, 2000) escribía estos versos en su poema <
[...]
Toco esta mano al fin que comparte mi vida
y en ella me confirmo
y tiento cuanto amo,
lo levanto hacia el cielo
y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.
Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.
*
Por mi parte:
Prometo guardar en urna el polvo de mis muertos, acercaré allí la pulpa de mis dedos para tocarlo con la lenta suavidad con que se toca una piel de seda. No será macabrismo. Sino ternura metafísica. Y la única manera de seguir acariciándolos. Aunque ya sean Nada aquí de lo que fueron. Pues la ceniza es eterna, no se diluye. Sí, nuestros muertos son eternos en sus cenizas. Puedes mezclar en la tierra florecida las cenizas de tu ser querido porque allí permanecerán el tiempo que las guardes.
La Muerte y la Nada
El gran descubrimiento espiritual de Buda fue que el No‑ser (el No‑yo) no es la Nada, sino, por el contrario, la condición para acceder a la Verdad Universal, la base de Todo (el "Dharmata").
La Ciencia ha ido lentamente acabando con los tabúes que, en parte, la Religión y, en parte, ella misma produjeron y fomentaron.
Conceptos como Infinito, Nada, Caos, Muerte, Dios... se han considerado fuera del campo científico hasta ahora mismo. Conceptos inverificables, que lo son en la medida en que el hombre queda aturdido por definiciones previas de imposibilidad. Evidentemente, si a Infinito se le define como lo que no tiene principio ni fín, no se le puede medir. Simplistamente, tenemos el ejemplo del círculo, que, abstractamente, no tiene principio ni fín y, sin embargo, se ha medido (puede ser que erróneamente). Ahora bien, ese círculo sí ha tenido un origen: la mano o la fuerza que lo hizo empezó por un punto y acabó de cerrarlo por otro.
Ya se está midiendo el Universo, y su edad. Ya se hacen ecuaciones del Azar y se estudia el Caos. El científico, el hombre en general, están perdiendo el miedo a la falta de límites: a su neurosis de los límites.
¿Decimos algo válido cuando definimos la Nada como ausencia absoluta? ¿Es ésta una invisibilidad total para el ser humano, una oscuridad completa, un Vacío?
[...]
Si la Nada fuera realmente nada no podría ni siquiera ser nombrada, ni imaginada.
Es hora de que la Nada, hasta ahora sólo asunto de la Religión y de la Filosofía, sea también objeto de la Ciencia.
Nada impide ya investigar la Nada.
Naturalmente, los poetas no usan ambages para describirla.
Dice Juan Bernier en su poema Nada (de “Poesía en seis tiempos”, 1977):
[...]
Reconversión por la Muerte
Otro gran tópico de la Muerte es el de ser un agente de mudanza material de la vida, un reciclador, un reconvertidor, o, si se prefiere, un jugador.
Dice Séneca (carta XXXVI de “Cartas a Lucilio”):
[...]
La reconversión terrenal de los muertos, claramente materialista, se basa en una especie de telurismo, en que la tierra, reino de la Vida y de la Muerte, recupera toda materia viva para reavivarla y transformarla, reencarnándola en cualquier forma orgánica (flor, fruta, oruga, hombre...).Se trata, como veremos, de una inmortalidad materialista, amnésica, impersonal, cambiante, colectivista. Infinita, quizás eterna.
[...]
De modo que, frente a la versión de la muerte diluyendo al muerto en la Nada, hay arquetipos que revelan al muerto transformándose en mantillo, abono, parte de la naturaleza: vegetación (plantas, flores, árboles...), y así extendiéndose al resto del ciclo natural de la Vida.
[...]
Alúdese tangencialmente a una antropofagia indirecta, a un equivalente caníbal a través de la amplia cadena circular de transformación de los metabolismos de la naturaleza. Mediante los peces del río, quizás un día yo absorba la sangre inteligente de Ángela, o por los frutos de la huerta ingiera los carnales jugos poéticos de la bella Juana.
[...]
Ésta es la concepción terrenal, digestiva, oréxica, dionisíaca, de la muerte.
[...]
De modo que la otra concepción de la reconversión de los muertos es la aérea, sideral, celestial, apolínea, cuyo mecanismo de producción es menos comprensible, y que supone un cierto espiritualismo poético, más próximo al espiritualismo agnóstico que al teísta. Como la que dice el poeta vallisoletano Jorge Guillén (1893-1984):
[...]
El poeta mejicano Francisco G. Cosmes, amigo y antítesis de Acuña, se revuelve contra ese racionalismo materialista. Y también en un poema, Ante un cadáver, discute a su amigo y extrae consecuencias opuestas:[...]
[...]
Sus cuatro argumentos filosófico‑poéticos son los siguientes:
1) Argumento intelectual: imposibilidad de que, con la muerte, se produzca tal degradación del pensamiento humano que ha conseguido tan altas cotas de desarrollo en vida;
2) Argumento moral de justicia intrínseca: ante la miseria humana, tiene que haber un futuro mundo mejor;
3) Argumento afectivo: el ser querido no puede desaparecer; y
4) Argumento de intuición: "lo dice algo profundo", que hay otra vida.
Son argumentos de necesidad, no verificables científicamente, pero tan válidos como los argumentos racionales de la inmortalidad telúrica.
Retomaremos el tema en el capítulo de las inmortalidades.
Capítulo 8 - LOS TÓPICOS DE LA MUERTE/3
SABIDURÍA DE MUERTE, MUERTE ROMÁNTICA
y otras muertes
Cambiando con la Muerte
En muchos seres humanos, va produciéndose, a lo largo del tiempo, una evolución o cambio en la concepción y vivencia de la Muerte.
Hay las Tres Negaciones de la Muerte, cada una de las cuales podría, en general, corresponderse con las grandes edades de la vida:
1) La Muerte no existe. Ni siquiera se plantea, ni en sí mismo ni en los seres próximos o queridos. Sería la Negación típica de la infancia y de la juventud.
2) La Muerte existe. Ya es reconocida, pero está lejana o muy lejana aún. Sería la actitud de la madurez o edad media de la vida; y
3) La Muerte existe, está más cerca, pero aún no ha venido, que es la vivencia de las personas mayores, en especial cuando se hallan en buen o razonable estado de salud..
4) Finalmente, la Muerte está aquí, llegó, nos ha alcanzado. Aterroriza, es rechazada. Por último, llega a ser muchas veces aceptada con resignación
Sin embargo, el miedo a la Muerte puede estar presente, y lo está con frecuencia, a lo largo de la vida, sobre todo, si se ha tenido la experiencia próxima de un duelo psicológicamente traumático. Pero, a menudo, se pierde posteriormente su imagen de enemiga, se la ve como compañera: se asiste cada vez más frecuentemente a sepelios y entierros de coetáneos, compañeros, amigos, hermanos. Y se espera la Muerte como el pasaporte para arribar al lugar de encuentro con los seres queridos que se fueron.
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La Muerte Sabia
Este tópico apunta a la Muerte como fuente de sabiduría.
Dentro del género literario de los “diálogos”, hay una larga y antigua tradición de “diálogos con la Muerte”, “diálogos de muertos” o “con los muertos”, en búsqueda de respuestas ante o sobre el Más Allá. Recordemos, por ejemplo, los sabrosos y cínicos “Diálogos de los muertos”, de Luciano de Samosata (h. 125-h. 192), los diálogos de Quevedo con la Muerte en “El sueño de la Muerte”, el “Diálogo de Mercurio y Carón”, de Alfonso de Valdés (Cuenca, 1490- Viena, 1532), y los míticos “Diálogos con Leucò” (1947), de dioses y hombres, del escritor italiano suicidado Cesare Pavese (1908 – 1950).
La mayoría de los seres humanos considera temerosamente la Muerte como un misterio. Como si atravesándola, tras Ella, estuviera la Luz, el conocimiento negado en tierra, la respuesta a las cuestiones fundamentales, la Sabiduría.
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La Muerte Buena
Ya hemos tenido ocasión de contemplar algunos de los aspectos buenos que los seres humanos ven en la Muerte. Entonces, aparece como atractiva, sea conduciendo a la disolución de los males, abriéndose a la Nada, sea como facilitadora del tránsito a otras formas de existencia, desde la concepción religiosa. Este tópico apunta a la Muerte como Salvación, implicando a sujetos en situaciones opuestas y extremas: al suicida y al ferviente cristiano.
Así que contemplaremos la Muerte Buena desde los ángulos de la Muerte Liberadora, la Muerte Redentora, la Muerte Salvadora. Incluso la Muerte Bella.
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La Muerte Romántica
Avanza el siglo XIX.
En el pre‑romanticismo, se inicia lo que podría denominarse "necro‑romanticismo", una fascinación por la Muerte, su culto y cultivo en tanto que arte y lírica en sí misma. Son las voces de José Cadalso (1741-1782) y Nicasio Alvarez Cienfuegos (1764-1809). Se asocia y se corresponde con la hinchazón angustiada del Yo, con la exacerbación de fantasías oníricas. Desde el punto de vista de la psicología social (freudiana) cabría hablar de una regresión infantil‑adolescente: la atracción del pánico.
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Gramática necrorromántica
Las imágenes necrorrománticas se caracterizan por la insistencia y la redundancia.
Éstos son los más frecuentes vocablos y adjetivaciones necrorrománticos de Espronceda:
Encontramos por doquier sombras, "mundo de sombras", "sombras de horror", redundantemente "sombras negras"...
Y una infinidad sombría: sombríos el bosque y la mansión, sombría la noche... El valle umbrío...
Negro mármol, "negro monumento", y tanto abundantemente negro.
Y la tan frecuente noche: "de nieblas", "borrascosa"...
Y también lo nebuloso, lo vago, vagoroso: vagorosa la sombra, vago el fantasma, vago el recuerdo.
Hay lámpara pálida o moribunda.
Trémulos fulgor, claridad o luz.
Y pálido tantas veces el rostro...
Lánguido es el beso, el beleño y el sonido. Lánguida la luz, la lámpara y la luna; lánguidas, la música y la armonía; lánguidos, los ojos y los brazos...
Triste, triste, triste: el incontable adjetivo, como un multiplicado "triste eco".
Melancólicos cantar y canción, sauce, luna y arenal.
Quimérica morada, rueda, y armonía.
Lóbregos son el terno capuz, la nube, el horizonte, el abismo, la cárcel y las alas.
Lúgubres: el viento, el son, la voz y el acento, los aullidos, la capilla y el entierro.
Lo marchito y ponzoñoso, emponzoñados lago, lágrimas o recuerdos...
Funeral, de "funeral ruina", "funeral estruendo", "funeral luz" y "funeral gemido"... Fúnebre es el llanto o la cortina. El cementerio se convierte en el escenario genuino del necroromanticismo (Véase Figura 60 en el libro).
Remolino infinito...
Torbellino negro, violento, veloz, impetuoso.
Pavor, del "pavoroso estrépito", del "pavoroso letargo"...
Visiones: "fosfórica", "sublime", "pálida"...
"Revueltas confusiones", "mundo en confusión", "confuso desvarío"...
"Delirios mentidos", "delirio insano", "delirante vértigo", "delirante ruído"...
Locura insana, loco destino y loco pensamiento, loca fiebre.
Misteriosa locura, misterioso bramido.
Y soplando una y otra vez el aquilón.
En seguida, el misterio de los fantasmas vivientes (el de los embozados de la noche), los ayes moribundos… La calle se llama -por si algo faltara en este ambiente- calle del Ataúd, como la que también había en Sevilla. [...]
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Perfección mortal
La muerte es acabamiento, en el sentido de obra ‑vida‑ culminada. Da igual el sentido, el valor, el precio, la estética, la moral... del muerto.
Terminación es perfección. Los muertos ‑los creados por la Muerte‑ son seres terminados. En este sentido, hay un tópico del muerto idealizado.
Los llama Bienaventurados el mejicano Amado Nervo (1870‑1919):
¡Bienaventurados,
los dignificados
por la dignidad glacial de la muerte;
los invulnerables ya por los hados,
una y misma cosa ya con el Dios fuerte!
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La Paz de la Muerte
Es uno de los tópicos más extendidos con respecto a la Muerte. La Muerte como descanso y paz. Requiescat in Pace. Descanse en paz, dicen las esquelas fúnebres. Tras un viaje, de alegrías y de penas, pero, en definitiva, un viaje cansado, llega, al final, el reposo ansiado.
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Capítulo 9 - LOS TÓPICOS DE LA MUERTE/4
LA MUERTE ANÓNIMA
La Muerte Anónima
Muerte Anónima es la de los muertos que nadie proclama y la del olvido que el tiempo extiende sobre todos ellos, incluídos los más famosos de su época. Finalmente, todo muerto se hace anónimo.
Dice Montaigne que, entre tantos miles de hombres heroicos que en los quince siglos de entonces habían muerto defendiendo a Francia, no eran conocidos ni cien en su tiempo. A los tres meses o a los tres años de fallecidos, de aquellos que fueron personas bien consideradas no se habla más que si no hubieran existido. Pocos nombres y pocos hechos tienen su reflejo en los libros y merecen algunas líneas.
En Las ruinas (de “Como quien espera el alba”, 1941‑1944), Luis Cernuda dice estos versos que evocan el anonimato total, la Muerte de las culturas y de las civilizaciones, más allá de los más preclaros hombres. (Estas "ruinas" de Cernuda recuerdan las Bodas del joven Albert Camus, ante los antiguas piedras de Tipala, en el acantilado, al borde del mar, en su Argelia natal).
[...]
Paseemos por uno de esos cementerios de los pueblos y podremos recorrer por sus tumbas los pasos del olvido (Véase Figura 63 en el libro). Veremos la reciente, reluciente tumba, de lápida impoluta, aún con flores frescas. Y poco después, unos pasos más allá, en otra, el ramo está ya seco, pero cabe suponer que pronto, o quizá para noviembre, alguien vendrá a renovarlo. Nos vamos adentrando en el tiempo, sin apenas darnos cuenta. La vista no alcanza a distinguir, nos acercamos a ver si aún es perceptible el nombre en la losa carcomida: “Parece que pone…” De pronto, un manojillo de prímulas frescas es como un corazón que enciende el gris de una pequeña tumba anónima semioculta entre matojos. Y en esta otra, que es ya como una tabla roída, comprobamos que también las flores de plástico se agrisan y marchitan… Finalmente, sólo piedra.
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Célebres olvidados
Algunos buscan la inmortalidad en una fama ‑gloria humana‑ que les sobreviva. Y para ello trabajan denodadamente durante toda la vida.
Pero puede haber más injusticia para aquellos que fueron famosos durante algún tiempo, que murieron con fama, y que en su tumba van quedando olvidados, hasta que las mismas tumbas desaparecen y se pierden las pistas de sus últimas moradas. Puede ser más triste un famoso olvidado que un pobre ignorado.
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Anónimos inmortales
FACUNDO CORVALÁN, UNCO EL IDIOTA, CELEDONIO BARRAL
Otras veces, el azar, el capricho del tiempo, hace que ciertos hombres permanezcan en el recuerdo sin que hayan hecho nada extraordinario.
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Como digo, en siglos pasados, sólo se cantaba y glorificaba la muerte de los importantes. En contraposición, nuestros poetas recientes, los denominados ‑en su momento‑ poetas sociales, se conmovieron (y se rebelaron) ante la muerte de los desconocidos hombres de la historia colectiva, y cantaron a la muerte en la masa anónima y heroica: para ellos, el heroísmo no era el de la gesta personal y relevante sino la heroicidad de la sobrevivencia día a día de la clase trabajadora en condiciones adversas. A partir de un hombre cualquiera, de la individualidad más rabiosa, eventual, casual, el poeta se hace voz coral. Partiendo de la muerte de un pequeño "yo", la Muerte se hace un "nosotros" conmovido y solidario.
Por eso, la Muerte es cualquier muerto, la de cualquier hombre corriente...
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Muertos anónimos de la Pobrespaña
FRANCISCO LÓPEZ, JOSÉ VALIENTE, EL PERFECTO FUNCIONARIO
Y MANUEL DEL RÍO
Recordemos ahora poemas de réquiem para tres arquetipos españoles, de los años 50‑60: el obrero (albañil o minero), el funcionario y el emigrante, muertos anónimos de la Pobrespaña.
Ya evocamos (véase capítulo 4) la muerte del albañil en los versos de Vallejo y de Francisco López en los de Vicente Aleixandre, o de José, el hermano minero, de Salvador Pérez Valiente.
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La muerte de Nadie
Y el colmo es la muerte de un Nadie en el poema Nada del poeta chileno Carlos Pezoa Véliz (1879‑1908), de tan triste vida, huérfano precoz de padres, presentidor de la muerte prematura que no le dejó ser el Cantor del Alma chilena:
[...]
La obra anónima
Para toda esta inmensa Muerte anónima ¿cabe esperar una recuperación ‑alguna vez‑ en la memoria?
[...]
La Muerte de lo no nacido
Y hay una muerte ‑hago una muerte‑ de cada cosa cercana a mí que no dejo que se me abra ‑que nazca para mí, que se me haga visible‑ en cada cosa o hecho, junto a mi mirada, a mi lado, que no advierto; cuando no revelo ese matiz ‑que está aquí, ahí, allí‑ tan propicio a la existencia si yo fuera capaz de revelarlo; en cada ser humano que me toca o que me pasa, y que por una extraña ignorancia ‑quizás hecha de miedo o de impaciencia‑ no dejo que me entre. Acaso haya de ser así para poder vivir. Ignorando la ignorancia, no sabiendo la muerte que le doy a cada vida que no aprecio. No es nostalgia del pasado, es del futuro, y un sentimiento próximo al duelo presentido, al preduelo.
Capítulo 10 - LOS TÓPICOS DE LA MUERTE/5
LA MUERTE MADRE Y SEÑORA,
LA MUERTE NOCHE, LA MUERTE SUEÑO...
La Muerte Madre y Señora
Entre otros muchos poetas, la Muerte como Madre o Señora, está, por ejemplo (¡y parece mentira!), en Juan Ramón Jiménez, en sus poemas de La muerte (1919‑1923):
La muerte es una madre nuestra antigua,
nuestra primera madre que nos quiere
a través de las otras, siglo a siglo,
y nunca, nunca nos olvida;
[...]
madre que nos espera
como madre final, con un abrazo inmensamente abierto,
que ha de cerrarse, un día, breve y duro,
en nuestra espalda, para siempre.
[...]
Cuesta trabajo creer esta vivencia que los poetas demuestran al sentir a la Muerte como Madre. Si esto no fuera verdad, ante qué gran engaño estaríamos. Decir que la Muerte es Madre ¿no es negar su figura de pánico, darle la vuelta? ¿Precisamente por no ser esto verdad –sino todo lo contrario-, tendría que ser la negación tan grande? ¿Pueden tantos engañarse? ¿Podemos engañarnos tanto?
[...]
Muerte Madretierra, Padrecielo
Dice la Canción del Telar Celeste, de los indios Tewa, de Norteamérica:
Para que podamos caminar convenientemente por donde cantan los pájaros,
Para que podamos caminar convenientemente por donde la hierba es verde,
Oh Madre Tierra, oh Padre Cielo
Una variante de la Muerte Madre sería la de la Muerte como Madre Tierra, a cuyo gran seno o gran matriz se ha de regresar.
Hay dos mundos en uno: el orgánico, que es la vida, o la parte verde, superficial y asimétrica, de bullir ruidoso; y el mundo inorgánico, que es el silencio, la oscuridad, la simetría, el frío: la muerte.
Hay la Madre Vida y la Madre Muerte. Una concepción matriarcal de los ciclos.
[...]
La manera uránica de comprender la Muerte corresponde al orden patriarcal, apolíneo, de la ascensión a las alturas, inmanente como lo es el orden matriarcal de disgregación y posterior integración en la tierra.
Así como hay poetas ctónicos, los hay uránicos, que ubican a los muertos en el cielo, sea con Dios, o como estrellas. Tal es en los ya citados versos de Dámaso Alonso (En el día de los difuntos, de “Hijos de la ira), donde se dirige de este modo a los muertos:
[...] Yo os pienso luces bellas, luceros
fijas constelaciones
de un cielo inmenso donde cada minuto
innumerables lucernas se iluminan.
[...]
La Muerte Descanso. La Muerte Camino
Lo dicen muchos poetas, y, entre ellos, Manuel Machado (Morir, dormir, Ars moriendi):
Hijo, para descansar,
es necesario dormir,
no pensar,
no sentir,
no soñar...
‑ Madre: para descansar,
morir.
[...]
La Muerte y la Noche
Noche, puerto de atraque de la Muerte. ¿Se basa esta idea en que hay más muertes nocturnas, o cuando la noche hace crisis, hacia el alba? ¿Las hay realmente?
Así se lo dijo “un médico taciturno de vasta experiencia” al poeta catalán Pere Quart (Joan Oliver; 1899-1986),
[...]
Sea o no sea así estadísticamente, existe un miedo mortal a la noche en las personas enfermas y en muchas otras personas sanas, por una combinación de certezas y de aprensiones: hay cesación de vida consciente en la mayoría de las criaturas terrenales; cambiamos la fase del biorritmo, entramos más en vida vegetativa; nos rodea silencio sepulcral; y oscuridad, el reino de las sombras ‑las sombras, como proyección de las ánimas‑...
[...]
La Muerte y el Sueño
Es una vivencia primitiva -primaria, arquetípica, universal- sentir la muerte como sueño y el sueño como muerte.
La "vida es sueño" (no oposición sino extensión o prolongación de la "muerte es sueño") pertenece más a una sofisticada intuición filósofica o religiosa que a una creencia arraigada.
La Muerte‑Sueño es también una constante imagen poética, que toma su origen de la fuente de los mitos. Ella sí corresponde a una profunda convicción.
[...]
Y así, entre tantos otros poemas, se recoge en los versos finales de Bizia lo/La vida duerme (en “Biotz-Begietan Olerkiak / Poesías vascas”, 1932), del vasco Xabier de Lizardi (seudónimo de José María Aguirre, 1896‑1933):
O, zein aizen eder loa:
eriotzaren anaitzakoa:
bizitzazko urloa!...
-
¡Qué hermoso eres, oh sueño!
¡Qué hermoso, pretendido
hermano de la muerte:
tú, remanso de vida!...
[...]
Domir, vivir y morir
Veamos con respecto a la equivalencia vivencial dormir:morir.
a) La defensa de dormir. Hemos dicho que hay personas que piensan frecuente e incluso constantemente en la muerte. Pero con mucho mayor frecuencia se da su negación apartando de la conciencia la angustia que produce. Una de las formas más primitivas de la defensa psíquica de negación que tenemos los seres humanos ante los problemas es dormir, hundirnos en otro mundo interior, que aleje de la realidad exterior desagradable; es además el mecanismo más natural, la regresión en el sueño. Dormir para no pensar, dormir para no hacer frente, dormir para no vivir la vida como lucha, dormir para no sentir la angustia del irse muriendo que es la vida.
[...]
b) Dormir es morir, morir es dormir. Freud mostró que en el inconsciente no hay contradicciones. Para no morir, dormir; y dormir es, sin embargo, un sucedáneo de morir, una muerte diaria pequeña (Figura 64).
[...]
Pienso que, muchas veces, la terca oposición de los niños de irse a la cama a dormir, es un precoz e inconsciente símbolo de rechazo a la muerte. Irse a domir (como morirse) es desconectarse del ambiente vivo, móvil, lleno de interés, del entorno, de la casa, para hundirse en la negrura de la cama y del sueño, a menudo poblado de terrores. [...]
c) Sueño y trasmundo
Ciertas corrientes del esoterismo y de la parapsicología, incluso algunas religiones primarias, sustentan o sospechan que el sueño es un espacio transicional entre este mundo y el otro, donde se pueden revelar ideas e imágenes inaccesibles en el estado vigil, y donde se manifestarían los espíritus de nuestros ancestros o los dioses.
[...]
Soñar y no soñar
Hay dos modalidades de durmiente: el que sueña mucho y el que no sueña (o más bien no recuerda sus sueños). Básicamente, la vida humana es pensar, actividad mental. Ya hemos dicho que caer en el sueño, dormirse, es casi siempre un tránsito inconsciente, conlleva una brusca disolución de la conciencia que, en seguida, se recobra en forma de actividad onírica. Soñar es la última lucha ‑mental‑ contra la nada, que es la inexistencia. Dormir sin soñar es un estado muy próximo a la muerte, de lo cual el sujeto sólo puede apercibirse estando despierto, pero, en general, reprime esa equivalencia. Quizás el dolor físico, la agonía, es lo que impida que caer en la Muerte sea como caer en el sueño, esa misteriosa experiencia diaria.
[...]
Así que soñar es romper o impedir la Nada. El primer acto creativo. El Gran Mito.
[...]
Sueño que sueño que sueño
Hay una especie de intuición inquietante sobre el hecho de que formamos parte de un gran tinglado, de que nuestro plano de realidad no es más que uno de los muchos planos que existen. Cabe toda clase de imaginaciones. Que los seres humanos somos objetos de manipulación de entidades superiores a su vez ordenadas por otras aún más elevadas y así progresivamente. O que vivimos dentro de un sueño. O que ese sueño está dentro de otro sueño; y éste, a su vez, en el interior de otro, y así.
[...]
Capítulo 11 - LOS TÓPICOS DE LA MUERTE/6
MUERTE VIVA, MUERTE SERENA,
MUERTES DE RISA Y MUERTES TONTAS
Hasta más o menos los cuatro o cinco años, los niños creen que los muertos sólo están ausentes, que "viven" en otro sitio. Este pensamiento mágico subyace plenamente en el adulto, sea o no religioso, aunque en el que no lo es, permanece latente o en forma inconsciente.
El tópico de la muerte como vida o como puerta de acceso a otra vida sigue un proceso a lo largo del pensamiento humano desde la prehistoria de los mitos a la actualidad. Para los primitivos la otra vida era más o menos igual que la terrenal, pero con distinta sustanciación física. Luego, el humano inventó que los muertos se iban a vivir a otra parte, a otra Patria, al País de los Muertos (unos imaginaban que era un bello jardín, un Paraíso Terrenal, situado en el límite de la Tierra, o que era una maravillosa isla móvil; otros creían que era un lugar subterráneo y sonambúlico). Despues se le puso una barrera eterna al Lugar de los Muertos, se le dividió en dos espacios: uno de goce y otro de tormento, uno era el o los Paraísos, y el otro, el o los Infiernos. Y se creó la Justicia Moral Retributiva, con efecto retroactivo: los que se portaron bien en la Tierra serían recompensados con una vida eterna de goces, y los que no, sufrirían tormentos indecibles por un tiempo sinfín. Pero en toda esta evolución antropocéntrica del Más Allá hay implícita la idea básica de que se sigue sintiendo después de la muerte, que se sigue poseyendo una percepsión sensorial, o, mejor dicho, extrasensorial, que incluye el dolor y el placer, como en la vida terrenal.
[...]
En su breve escrito de 1938, “La copa de sangre”, cuenta Pablo Neruda que, habiendo muerto recientemente su padre, y, algunas semanas después, su madre, exhumaron a aquél para enterrarlo junto a su esposa. Y dice: [...]
Muerte y agua, lluvia y vida. El agua viva bañando muertos. Para Neruda ese agua que cae del padre muerto es el agua de esa pobre tierra de Araucania, boscosa y perpetuamente mojada, que tiene el secreto del poeta, un secreto que no conoce, que debe conocer y que busca necesariamente. [...] Extrañas e inquietantes imágenes. Muerte, sangre, vida, lluvia, tierra, Muerte. Y el ciclo continúa.
La muerte sosegada
Ya vimos (capítulo 8) que hay a menudo en el ser humano un cambio de vivencia con respecto a la Muerte en el transcurrir de la vida.
Un ejemplo claro de proceso de "sosegación" de la Muerte encontramos en Amado Nervo, que, partiendo del pánico, llegó a sublimar una vivencia de paz en ella. Así se expresa en su poema Tanatofilia:[...]
[...]
Precisamente estas vivencias dulces, nobles, de la Muerte, inconcebibles para ciertas personas y a ciertas edades, son el contrapunto de su imagen macabra y segadora, para convertirse en sosegadora, y dan una esperanza a las personas temerosas. Se puede, pues, transformar en serena y confiada la vivencia terrible de la Muerte. Ayudan a ello, sin duda, dos circunstancias: la de tener consumido el tiempo de vida habiendo disfrutado de ella, y el sentir ya el cansancio del cuerpo, su servidumbre, tener que levantarlo y cuidarlo cada día, su dolor y su dolorimiento (Figura 65).
Muchos poetas imaginan un dulce morir en muchos niños, especialmente en los que no hay sufrimiento físico, pues se piensa que ellos no sienten la angustia egocéntrica de su propia muerte.
Serena muerte
Cuando alguien muere, se suele preguntar: ¿sufrió?
Con dos tipos de frases hechas o eufemismos, se tiende a referir cómo ha sido la muerte de alguien. Si se dice: "Dejó de sufrir", o "Ya está en paz", eso significa que la muerte fue penosa. Si, por el contrario, se dice: "Se fue tranquilo", "Murió como un pajarito", "Murió sin enterarse"..., todo esto hace suponer que la persona murió aparentemente sin sufrimiento.
Muchas personas mueren aletargadas a causa de la medicación. No se puede hablar de una muerte serena en tales casos, sino quizá sedada
[...]
La muerte de don Quijote
Pero si hay en la literatura un abordaje tranquilo, juicioso, incluso frío, de la muerte, como si de un acto normal más de la vida se tratara, es el que vemos en la muerte de Don Quijote.
[...]
Ver mi entierro
Es muy frecuente la fantasmagoría de asistir al propio entierro y de imaginar las personas que asistirán a él y sus reacciones. Son ejercicios inconscientes de auto-pre-duelo. Y a veces uno se ve su propio entierro en sueños.
Entra dentro del tópico que hemos abordado al principio de este capítulo: la creencia o fantasía de que el muerto puede seguir viviendo y posee una sensorialidad que le permite continuar viendo lo que pasa en el mundo que ha dejado.
Bastantes poetas han plasmado en versos la imaginación de su propio entierro.
[...]
Ser enterrado vivo
Hay auténtico terror en ciertas personas a ser enterradas vivas. Esta obsesión puede llegar a ser una de las más gravosas de ciertos hipocondríacos o neuróticos obsesivos graves, casi lindantes con la psicosis.
Pero esta angustia se da aún también en personas normales, sobre todo, muy mayores, que vivieron aquellos tiempos (siglo XIX y hasta mediados del XX), cuando se contaban terribles historias de exhumaciones, en que, al cabo de los años, se encontraban esqueletos retorcidos en sus sepulturas, como si, aparentemente muertos, hubieran vuelto en sí después de enterrados. O cuando se referían casos de personas dadas por muertas que se levantaban de su lecho o ataúd justo cuando iban a procederse a su entierro. Se atribuían estos hechos a la tremenda catalepsia, muy famosa entonces, enfermedad que producía un sueño de apariencia mortal. No eran éstas invenciones o terroríficas fantasías populares. Ya el gran anatómico Vesalio vió amargado el final de su vida por haber hecho la autopsia de un hombre al que creía muerto, pero al hundir el escalpelo en el corazón vió como éste latía aún. A mediados del siglo[...]
Llegó a ser tan atenazante esta angustia popular que los códigos civiles de diferentes países establecieron un plazo mínimo, en general de 24 horas, entre la certificación de la muerte de una persona y su inhumación, que, aun así, resultaba corto en la mayoría de los casos para que se presentaran los signos cadavéricos patognomónicos de la muerte. Para permitir la retención de los cadáveres durante ese tiempo, en los proyectos para la construcción de los nuevos cementerios, se planificaron los mortuorios o "depósitos de cadáveres", en donde éstos podían quedar el tiempo suficiente para despejar cualquier duda sobre su muerte, es decir, para que se presentaran los signos de la putrefacción, que constituyen, como decimos, la única prueba indiscutible. Se tenía buen cuidado de que tales lugares se hallaran bien ventilados, pues la óptima aireación fue una de las condiciones más tenidas en cuenta en la modelación de las nuevas necrópolis. [...]
Tales situaciones corresponden a falsos diagnósticos de muerte, que no son de temer en el actual estado de conocimiento y de actuación de la Medicina. Aunque es raro hallar ahora personas que refieran la angustia de ser enterrada viva, probablemente una de las escondidas motivaciones para la donación de órganos y quizá también para la elección de la incineración sea ese soterrado, e incluso inconsciente, temor.
[...]
La Posesión mortal
Madres absorbentes y amantes celosos llegan a desear profunda y secretamente la muerte del ser querido cuando se les escapa, cuando sienten que la Vida les lleva lejos de ellos, lejos de su posesivo amor, lejos de la unión física, de la cercanía totalitaria. Prefieren perderlos por la muerte que perderlos en la vida. Para esas personas, la muerte del ser amado significa finalmente su posesión total, a través de una internalización absoluta de su imagen afectiva. Ya no tienen nada que temer, ya no puede ser de nadie más, ya no puede hallarse expuesto a los peligros del mundo, al sufrimiento de sus errores y de las maldades de la vida. “Si no eres mía/mío, no serás de nadie”, dicen algunos criminales pasionales. La ausencia material del ser querido muerto se convierte en una presencia interna simbiótica, un especial compuesto amoroso, uno en dos y dos en uno.
[...]
La Muerte de risa
Terminemos esta serie de tópicos de la Muerte con algunas pinceladas humorísticas.
Contra la Muerte, sólo vale el Amor. Pero ante la Muerte, cabe una actitud insólita: el Humor. Le llaman humor macabro, humor negro. No es sátira. La Muerte de risa, tiene dos caras: reírse de la muerte y morirse de la risa. Pero no es reírse de la Muerte, es más bien reírse con la Muerte. Ésta es una actitud muy hispánica.
[...]
Pero, aunque parezca mentira, también se muere uno de risa.
Dicen que Jeuxis murió de la risa que le dió una ridícula vieja que él mismo había pintado en un lienzo.
Al adivino Calcas un mendigo le profetizó que nunca bebería vino de su propia viña. Pero, habiendo recolectado sus vides y hecho su vino, lo bebió ante el agorero, con tan grandes carcajadas que se le reventó una vena y murió.
[...]
Muertes Tontas
Se llama muerte tonta por el vulgo a aquella que acontece, en general de forma inesperada, por accidentes banales, que no se consideran dramáticos en sí mismos, y que por lo común no son casi nunca causa de muerte. Son muertes ridículas.
Reproducimos algunas de esas "muertes tontas".
Agatocles, tirano de Siracusa, se tragó un palillo y murió de peritonitis.
Cuenta Montaigne que Esquilo, muy preocupado en no ser aplastado por el derrumbamiento de una casa, pereció descalabrado por una tortuga caída de las garras de un águila
Atila falleció celebrando su noche de bodas con tres esposas.
El papa Adriano V murió asfixiado después de tragarse una mosca al beber en una fuente pública.
[...]
Y, pensándolo bien, ¿hay muerte más tonta que morir en accidente de carretera, de un momento a otro? ¡Entonces, cuántas muertes tontas soportamos como una fatalidad cada día en este mundo!
Pero, si bien se mira, no son tan tontas muchas muertes tontas, aunque lo parezcan. Si se indaga en la personalidad del muerto se podrá comprobar a menudo que lo que parecía un accidente arbitrario tiene una razón de ser.
Capítulo 12 - INFINITOS MUERTOS
Pero antes que los estrictamente muertos están los vivos (o pre‑muertos), que tendríamos que clasificar en tres tipos: a) los ignaros de la muerte, o sanos ignoradores de la misma, o, más exactamente, que no (re)tienen noticia de ella; b) los "murientes", que así tendremos que llamar a las personas diagnosticadas "de muerte", que viven en una muerte a corto y medio plazo; y c) los moribundos, que son los que se están‑ya‑muriendo sin remedio.
Gerardo Diego habla de un cierto tipo de muriente en su poema Muriente estás (1981):[...]
[...]
TIERRA DE MUERTOS
Y están, genéricamente, los muertos. Infinitos muertos. Sin duda, nuestra tierra (la sustancia tierra) está toda reciclada con ellos, rehecha en su amalgama. Llena de muertos disueltos. Como un “mar de piedra” los imaginaba el poeta José Luis Hidalgo, muerto joven.
Decía José María Valverde en su poema El salmo de los muertos (de “Hombre de Dios, 1945):[...]
[...]
Así es, pisamos una tierra cuyo sedimento es muerte mineral (o mineral de muerte...y de vida). Removiendo nuestros subsuelos afloran huesos humanos por todas partes, como tercas raíces. Aquí mismo, en Madrid, donde resido, han brotado hace unos meses en la plaza de Ramales (Figura 67), y hoy mismo (26-1-2000), en la plaza de [...]
CLASES DE MUERTOS
Le hablaba del siguiente modo Quevedo a la Muerte en su sueño con Ella, en el que departe también con ilustres difuntos, que finamente satiriza:
‑Yo no veo señas de la muerte, porque allá [en la vida] nos la pintan unos huesos descarnados con su guadaña.
Paróse [la Muerte] y respondió:
‑Eso no es la Muerte, sino los muertos, o lo que queda de los vivos. Esos huesos son el dibujo sobre el que se labra el cuerpo del hombre. La Muerte no la conocéis, y sois vosotros mismos vuestra muerte. Tiene la cara de cada uno de vosotros, y todos sois muertes de vosotros mismos. La calavera es el muerto y la cara es la Muerte, y lo que llamáis morir es acabar de morir, y lo que llamáis nacer es empezar a morir, y lo que llamáis vivir es morir viviendo, y los huesos es lo que de vosotros deja la Muerte y lo que le sobra a la sepultura. Si esto entendiérades así, cada uno de vosotros estuviera mirando en sí la muerte cada día y la ajena en el otro, y viérades que todas vuestras casas están llenas della y que en vuestro lugar hay tantas muertes como personas y no la estuviérades aguardando, sino acompañándola y disponiéndola. [...].
[...]
Distinguiremos varios tipos de "muertos":
1*El muerto, que es el cadáver concreto, inmediato, ya sin más nombre que el de "el muerto", cerca de lo anónimo; o, dicho más respetuosamente, "el difunto" (nombre que procede de defunción, del latín <
2*Los muertos, en triple acepción y múltiple expresión:
a) En primer lugar, están los muertos temidos, y de ellos topamos con abundante variedad, de la que entresacamos los siguientes tipos:
1) Persecutorios muertos. En primer lugar, están esos muertos persecutorios, convertidos en fantasmas, espíritus,[...]
2) Inapelables tozudos muertos. Son igualmente malignos, como aquel al que clama con su amor Ángela Figuera en estos versos de su poema El muerto (en “Los días duros”, 1953), sabiendo finalmente que los muertos son "tozudamente muertos":[...]
3) Muertos egoístas. Como aquellos a los que rabiosamente denuncia el poeta Ángel González en su poema Diatriba [...]
4) Luminosos muertos. A esta visión maldita de los muertos, se contrapone, como ya vimos, la tan distinta de la límpida, neta, ordenada, astral, de Dámaso Alonso, a los que el poeta otorga la alta dignidad de la luz y de la identidad total,[...]
5) Muertos listos y listillos. Por su parte, Gloria Fuertes da ejemplo del típico humor español ante la Muerte. Y cree que los muertos nos observan desde su lado, saben muy bien lo que hacemos pero no parece importarles mucho, se burlan quizás un poco [...]
6) Indóciles cambiantes muertos. Parece que también los muertos cambian con el tiempo. Es decir, los cambia la forma en que los vivos los utilizan en su memoria y en su argumento. Se ríen de las galas engañosas y reclaman quizá venganza y otros tributos. [...]
b) Sociedad anónima (o quizás habría que llamarlos “masa anónima” o “anónimo colectivo”). Sea como sea, la mayoría de los muertos constituye, en efecto, esa masa regularmente actualizada, engrosada, de numéricos sujetos anónimos, que son estadística de alguna catástrofe, de accidentes de carretera, o ‑¡aún!‑ de guerras, o esos muertos que diariamente son producto del crimen, no sólo en la realidad de la vida sino en la otra realidad, a veces, más penetrante y más vivida que la vida misma, que es la de las pantallas audiovisuales. Esos muertos impersonales –con [...]
c) Cultura de los muertos. Pero está también el "pueblo de los muertos", carga acumulada de historia arquetípica y cultural que se amasa en el aire que respiramos sin darnos cuenta. No nos paramos a pensar que estamos rodeados de nombres y de obras de muertos que no hemos conocido: están repletos de ellos los libros de texto en los que aprenden los escolares las bases del conocimiento, los decimos constantemente al nombrar la mayoría de las calles de nuestras ciudades. Son de ellos la gran parte de los mejores poemas que elevan nuestro espíritu, de las obras de arte que admiramos, o de los grandes descubrimientos de la ciencia de que disfrutamos... En feliz expresión, “muertos fecundos” llama el joven escritor brillante Prada a esos cuya influencia cultural, espiritual, se perpetúa en los vivos más allá incluso que el recuerdo mismo de sus nombres.
Dice José Hierro (1922) en el poema Destino alegre:[...]
“Comemos muerto cada día...”
Va más allá el poeta cubano Nicolás Guillén (1902-1989), en Sobre la muerte (de “La rueda dentada”, 1972), repartiendo la muerte en todos sus tamaños, y sintiendo la muerte en todas las criaturas aunque no se llamen Hombre: [...]
3* Y están “mis” muertos, los seres queridos fallecidos (familiares, amigos, conocidos, o seres admirados, o que nos influyeron personalmente), y mis antepasados, que misteriosamente forman parte de la sustancia colectiva inconsciente de mi historia familiar, sin que yo sepa (o pueda) reconocerlo.
[...]
"Mi” primer muerto
¿Quién no recuerda a su "primer" muerto?
Ese primer encuentro con la muerte concreta.
[...]
Los muertos principales
Los tres de Juan Bernier...
De la historia clínica (que es la historia más verdadera de cada ser humano), aprendemos que la vida de las personas está jalonada por sus muertos, y en especial por algunos de ellos, que marcan fechas indelebles, como las heridas en el cuerpo las del alma. Conoceremos al hombre por sus muertos principales, uno de los cuales es, como hemos visto, “el primer muerto”. A través de esos muertos entraremos en lo más profundo de su corazón, y sabremos por qué la inteligencia de esa persona tomó tal o cual rumbo.
Tres fueron, por ejemplo, los muertos principales que el poeta Juan Bernier describe (1911) en su poema Los muertos (de Tiempo de muerte, en “Poesía en seis tiempos”, 1977).
Tres muertos ‑el de la mañana, el del mediodía, el de la noche‑, que le removieron el alma.
El de la mañana fue así:[...]
[...]
...Y los míos
Mi primer muerto visto, real, estuvo a punto de ser mi abuelo materno. Pero, antes del fatal desenlace, me enviaron con unos familiares. Mi abuelo murió en casa, de enfermedad y de viejo, demenciado y con escaras. Antes, bien mediados los años cuarenta, había fallecido, muy joven, un pobre tío mío, guapo e infeliz, tísico y solo en el Sanatorio. Yo tenía entonces unos seis años y supe de su muerte por su ausencia (es decir, por los rumores, crónicas y leyendas familiares). Ése fue mi primer muerto imaginado, querido, sentido. Muchas veces construí la escena de su muerte solitaria en mi fantasía, hasta el punto de que tengo ya un recuerdo imaginario tan vivo como si fuera un producto de la realidad.
Pero mi verdadero primer muerto real me llegó con 16 ó 17 años de edad, en ese verano en que, habiendo terminado el examen de Preuniversitario, esperaba el comienzo inminente de mis estudios de Medicina. Pensé que había llegado el momento de enfrentarme "profesionalmente" con los muertos, y, para ello, ¿qué mejor que asistir a una autopsia? Ahora no recuerdo cómo me las apañé pero, en efecto, estuve presente en una. Fue la de un ahogado. Tengo un vago recuerdo de aquella experiencia, de manera que
4* Y "tus” muertos". No haremos aquí más que aludir, finalmente, a la expresión coloquial de "tus muertos", que traemos a colación como típico insulto hispánico. El español insulta al otro tomando como tema aquello que más valora, que es, de más a menos, por este orden: la madre, el honor varonil y la memoria de los antepasados, y así las [...]
LA MUERTE SOLIDARIA
Hay el dolor solidario de la muerte por parte de los que han sufrido o sufren el mismo duelo. Lo dice Francisco Villaespesa en el primer poema, Ofrenda de su “Viaje sentimental” (o “Libro del Amor y de la Muerte”): [...]
[...]
¡Exigencia ética ésta del duelo universal, sobrepasando el propio duelo particular, para entrar fraternalmente en la muerte como en la vida: cualquier muerto debe ser mi muerto, de la misma manera que no debe haber muerto que sea aún mi enemigo!.
¿De qué otro modo podría uno sentirse humano sin participar del duelo universal que se hace concreto cada vez que un ser humano (se nos) muere y lo sabemos? La compasión por el muerto y sus dolientes, y la ayuda y el consuelo a éstos son radical expresión de nuestra necesaria humanidad.
Decía el escritor Pedro Antonio de Alarcón en Cartas a mis muertos (de “Cosas que fueron”): [...]
DESENTIERRAMUERTOS
[...]
Aunque apenas se emplea ya, existe la denominación de desentierramuertos para aquel que infama a los muertos.
Mala persona el desentierramuertos.
Denuncia nuestro refranero: “A moro muerto, gran lanzada”.
El enemigo, si ha de serlo, que lo sea hasta la muerte; no más allá. [...]
[...]
Cuenta Herodoto que la reina Semíramis, temerosa de la rapacidad de los humanos, puso en la piedra de su tumba la siguiente inscripción: <
Estamos asistiendo, desde hace quizás unos diez o quince años, a una porfiante labor de biógrafos desentierramuertos, aunque ellos prefieran llamarse desmitificadores. Se dedican a escarbar en las vidas de personajes célebres de nuestro siglo (Picasso, Sartre, Simone de Beauvoir, Mitterrand, Malraux...) para revelar las miserias ‑por lo demás, seguramente ciertas, pues el ser grandes hombres les exponía seguramente más a ellas‑ que no se atrevieron a publicar cuando estaban en vida, podían defenderse y eran temidos. No les mueve el entendimiento del personaje en sus grandezas y sus flaquezas. Lo único que parece interesarles es la familla de la escandalera a costa del muerto célebre, o una ruin venganza póstuma. [...]
MUERTOS DEFINITIVOS
Son los que ya nadie recuerda porque nadie queda ya que los pueda recordar. Son los definitivamente olvidados. Han dejado de ser espíritus para convertirse en fantasmas.
José Luis Hidalgo indagaba en su silencio (Silencio, de “Los muertos”, 1947):
[…]
¿Acaso, de estos hombres tendidos, la voz triste
podrá brotar jamás de su muerte absoluta?
[…]
Dicen que se pasean melancólicamente por aquellos lugares que una vez fueron suyos.
En Muerto antiguo (de “Este claro silencio”, 1964‑1969), los evoca Carlos Murciano:
Capítulo 13 - CUERPO, CADÁVER, CALAVERA, ESQUELETO
La percepción insoportable
[...]
Sin cadáver no hay muerte de los seres animados. La descomposición del cuerpo, su putrefacción, es, sin duda, la imagen más insoportable de la muerte (y la más inaguantable en general) para el ser humano, la más humillante. Por eso, hay prisa en enterrar el cadáver, en quitarlo de la vista y de los otros sentidos de los vivientes. Esto es un impulso primitivo, desde el hombre prehistórico.
[...]
Seguramente el dolor moral más grande que ha de sufrir una persona es ver convertido en cadáver putrefacto el cuerpo del ser amado.
[...]
El embalsamamiento era ‑y es‑ una manera de ahorrar la visión de tan gran vejación a la conciencia y a la inteligencia humanas; y, en ciertos casos, una forma de seguir teniendo el cadáver a la vista, de darle culto u homenaje, de hacerse una ilusión de permanencia, ya que no de pervivencia. Pero,al final, nunca se sabe qué hacer con las momias. Buen ejemplo tenemos en las accidentadas de Eva Perón (Figura 70) y de Lenin.
[...]
El cadaverismo (meditación o fantasmagoría sobre la descomposición del cuerpo) está muy presente en la "muerte (a la) española", como veremos en otra obra nuestra,
Huesos
Los años hacen su trabajo de limpia. En las exhumaciones, al cabo del tiempo, todo queda reducido a unos cuantos huesos, a los más resistentes. Y, entre ellos, la monda calavera. En la esqueletización, se pierde la identidad personal y toda posibilidad de reconocimiento de la misma, que es la identificación. Desaparecen el yo y la determinación sexuada. Ahí es el anonimato completo.
[...]
Los años hacen su trabajo de limpia. En las exhumaciones, al cabo del tiempo, todo queda reducido a unos cuantos huesos, a los más resistentes. Y, entre ellos, la monda calavera. En la esqueletización, se pierde la identidad personal y toda posibilidad de reconocimiento de la misma, que es la identificación. Desaparecen el yo y la determinación sexuada. Ahí es el anonimato completo.
Fantasma, bergamáscara, y el esqueleto de Bergamín
La imagen simbólica más contundente de la Muerte sigue siendo el esqueleto con la guadaña, recubierto o no de manto o capa; la Muerte como símbolo. Es cierto que esqueleto y calavera no son símbolos, sino productos reales de la muerte, sus desechos; quizá ‑mejor dicho‑ sus últimas consecuencias. Sólo por un esfuerzo poético, en una imprecindible elaboración secundaria, han sido convertidos en imágenes simbólicas.
Pero para Bergamín:
el esqueleto es lo más vivo que hay en nosotros porque precisamente cuando se está muerto el esqueleto se disgrega. Para saber qué es realmente un esqueleto es necesario que esté vivo y sea invisible. Cuando hablo del esqueleto invisible, me refiero al que sostiene al hombre y que da lugar a esa clase de personaje que llamo “fantasma”. El “fantasma”, por decirlo de algún modo, oculta el esqueleto invisible, exteriorizándolo a través de la luz. A este camuflaje lo llamo “máscara” y es lo que vemos en los seres vivos. El esqueleto es el hombre interior.
Calaveras
Calavera es un término que se usa en nuestra lengua desde el siglo XII (Corripio). Propiamente dicho, calavera es cráneo de muerto, o sea, cráneo sin pelo. Viene de calvaria, que, a su vez, deriva de calva, es decir, cabeza o cráneo pelados.
[...]
Hubo un tiempo en que no sólo monjes, frailes o clérigos sino también príncipes, nobles, intelectuales y piadosos particulares tenían una calavera (hermana calavera, Figura 72)en sus aposentos, en la mesa de trabajo, en la mesita de noche, o al alcance de la vista, para que les obligara a meditar en la fugacidad de la vida y les instara [...]
[...]
De la calavera, impresionan la inquietante oquedad de las fosas oculares, y la imposible y sardónica risa de la mandíbula batiente. Una mirada que nos mira desde el oscuro vacío y una risa callada que parece burlarse de nuestro miedo.
La calavera aislada evoca más bien al pobre muerto concreto, inmediato, aunque ya universal por anónimo, definitivamente desconocido tanto si ha sido famoso como ignorado (Figura 73). A una calavera dedicó Lope de Vega (1562-1635) el siguiente soneto: [...]
[...]
Tacto de calavera
He tenido calaveras ‑verdaderas‑ en mis manos.
Al principio, mis dedos eran bruscos, indagando anatomías. Mucho más tarde, ha sido el roce de una temerosa ternura.
Pero en mis dedos conservo, desde el primer momento, el recuerdo imborrable de su tacto especial invitando a la caricia ‑al comienzo, qué horror‑. El tacto de esa inigualable tersura del hueso curado de su porosidad granujienta por el barniz del tiempo, por la lija de la tierra, del agua, de los humores corrosivos, para llegar a esa limpia lisura despejada del alto cráneo exterior, perfecta trayectoria de la línea buscando el óvalo para abrirse abajo y por dentro, como despeñándose en una arrugada geografía de aristas y arbotantes, atrios y oquedades, bóvedas y canales, orificios, acueductos y troneras... Allí estuvo ‑en la concavidad frontal‑ el pensamiento, la abstracción, la pureza del sentimiento en frío; por los laterales, la central ordenadora de la acción y de los gestos; en el recatado y breve asiento de la "silla turca", descansaba la bolsita de hormonas para las emociones y los afectos, y un poco más allá, el misterioso lugar de la memoria y de los recuerdos; y nadie sabe por qué, en el fondo occipital, justo al lado opuesto de las cuencas donde estuvieron los ojos ‑ya en ellas luego sólo el asombro del vacío, el gran vértigo, el lugar más terrible de la calavera: donde estuvo la facies, ¡qué fauces de oquedades!‑, al lado contrario, pues, hacia el occipucio, allí estuvo en otro tiempo la sala de cine del cerebro, donde la luz se transformaba en imágenes e historias. Y, por fín, tras la arcada dentaria ‑ruinoso almenaje dislocado‑, perdida casi siempre la mandíbula, se echa de menos el monstruo troglodita de la lengua... ¡Cuánta sustancia compleja en tan poca y diversa arquitectura!
No sólo está, pues, la referencia ascética y terrible. Hay, además, la belleza de la calavera humana, la nobleza de su escultura, vasija del alma, frágil perfección de la naturaleza (Figura 75). Y, con ello, una apelación ejemplar a la humildad y a la compasión.
[...]
Hay todo un arte antiguo de huesos, que seguramente arranca del adorno fúnebre de los enterramientos prehistóricos. Se han hallado calaveras pintadas y bellísimas reproducciones, entre las que destacan las aztecas.
[...]
Es decir, más allá del culto de los muertos, hubo un culto del cráneo. Ya el hombre de la Edad de Piedra lo consideraba como la parte más valiosa del cuerpo, la sede del espíritu. Se han encontrado verdaderos yacimientos de cráneos.
[...]
En otros tiempos, se mantuvieron creencias con respecto a las virtudes curativas de la calavera, como, por ejemplo, en la epilepsía, y sobre todo, en los dolores de muelas, para neutralizar los cuales muchas supersticiones abogaban por usar de diversas maneras dientes de muerto (frontando éste contra la muela dolorida, o como amuleto, etcétera). En su “Historia Natural”, Plinio decía que el agua recogida de un manantial por la noche y bebida en la calavera de un hombre asesinado (pero no quemado) curaba la epilepsía, o que mascar cualquier planta que habiera crecido dentro de ella produciría la caída de una muela enferma. Para curar la epilepsía y el dolor de muelas, otras supersticiones recomendaban simplemente beber agua en una calavera. Según otros, el musgo crecido en una calavera, secado y reducido a polvo, curaría los dolores de cabeza si es aspirado por la nariz, o cortaría las hemorragias nasales.
[...]
*
Por mi parte, aún conservo un pequeño fragmento (squema temporal) del cráneo que me sirvió para aprender anatomía ósea en mis primeros estudios de Medicina; su visión me atempera el ánimo en los días de prisa y de soberbia, y su tacto ‑en forma de breve caricia‑ me hace sentir un triste enternecimiento por el pobre género humano, para el que no hay pecado original que justifique este sufrimiento individual de ser consciente de la muerte.
Pero hay también el poema imprecador contra la huesa, la cólera desdeñosa, la rabia desatada, por ejemplo, en el poema La calavera de “Digo mi verdad”, 1969, del diplomático Ernesto La Orden Miracle (muerto en este año 2000): [...]
Calaveras del dolor
Pero hay otras calaveras. Las calaveras de dolor, los huesos del espanto de la maldad humana. Esos que revelan genocidio. Esos que deberían siempre ponernos en guardia contra el pequeño Hitler que todos llevamos dentro, del que debemos cuidarnos y ante el que habremos de mantenernos continuamente alerta.
Contemplo aquí una foto desgarradora de Milos Cuetkovic/Reuter. Es una mujer serbia de Bosnia que llora ‑en un grito de horrorosa pena congelado por la cámara‑ aferrando a su mejilla la calavera del hijo, muerto por las fuerzas musulmanas cerca de Srebrenica en junio de 1995, y cuyos restos fueron hallados junto a los de veinte serbios más en una fosa común en Fakovici, en la Bosnia oriental (Véase Figura 83 del libro).
[...]
¡Qué cercanía entre la evocación de la muerte en “Apoteosis de la guerra” y los museos del horror, con montones de huesos, en tantos sitios, como, por ejemplo, el del memorial a la matanza de Nyamata, en el noroeste de Ruanda , o el de las víctimas de Pol-Pot, en Campot, al sur de Camboya! (Véase Figuras 84 y 85).
Capítulo 14 - LA GRAN NEGACIÓN
El espejo de la Muerte
Cuenta Sánchez Camargo que el pintor Solana, del que era amigo y biógrafo, encontró en el Rastro, que tan asiduamente éste frecuentaba, un espejo con una historia de las que a él le apasionaban (Véase Figura 86 en el libro). Provenía de una iglesia y, en principio, constaba sólo del marco, cuyo hueco estaba cubierto por un cartón en el que estaban anotados nombres de difuntos. Era seguramente un recordatorio. Fue adquirido por un anticuario que lo embelleció, sustituyendo cartulina por espejo para regalárselo a su hija. Pero ésta murió de pronto, al poco tiempo. Surgió así la sospecha de un maleficio ligado al objeto regalado: quizás era la venganza de los muertos desalojados de su recuerdo escrito; es decir, la venganza de la Muerte por la Gran Negación que se había hecho de ella. De manera que el comerciante quiso quitárselo de encima lo antes posible. Se lo compró Solana, que se complació en fotografiarse mirándose en él. No le tenía miedo a la Muerte; antes bien, él fue la viva personificación de la antinegación de la Muerte.
[...]
Actitudes ante la Muerte. Las dos posturas
Hay dos claras posturas universales, encontradas, con respecto a la conciencia de Muerte, ambas igualmente legítimas: una, la "negación" de la Muerte (olvido, apartamiento, represión), otra es su "constante toma en cuenta”. Para unos, el tema de la Muerte no tiene importancia, no interesa, incluso perjudica para vivir; para otros, reflexionar sobre ella aporta pleno sentido a la vida. Representante de la primera posición es, entre tantos, por ejemplo, el filósofo Spinoza; y entre nuestros más próximos, Cela o Torrente Ballester (este último, creyente y convencido en la existencia del Más allá, muerto con 88 años, en enero de 1999, aseguraba no tener miedo a la muerte). La segunda, es sustentada por Montaigne y Unamuno, entre otros, los menos.
[...]
Así, que, insistimos, las posturas ante la Muerte son dos: la de los que consideran que, como se trata de un problema insoluble, no vale la pena perder el tiempo pensando -“obsesionándose”, dirían- en ella; y la de los que creen que previéndola, previniéndola, anticipándola, se puede conseguir ahuyentar el temor que produce y, sobre todo, se podría lograr darle a la vida una mayor importancia. La primera postura sería de ignorancia; la segunda, de lucha. Quizá pueda decirse que las dos se resumen en una: negar la Muerte, quitarle fuerza, hurtarle poder sobre los hombres lo más posible y durante el mayor tiempo.
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Aprensión y aprehensión de la Muerte. Fe de ignorancia
[...]
Es verdad: qué poco sabemos del "morir" y del "morirse", desde el punto de vista científico ‑si vale decirlo así‑, incluídos los médicos. Éstos conocen cada vez más y mejor las enfermedades mediante una ciencia que está aumentando notablemente la edad de la vida humana. Pero casi nada se sabe sobre lo que piensan, sienten, necesitan, desean, sufren..., moribundos y murientes.
[...]
Tampoco se investiga en profundidad la vivencia de muerte en los sujetos sanos (los que llamamos ignaros de la Muerte). Hay un rechazo general (más o menos inconsciente) a indagar sobre la muerte en particular, personalizada. Ni los sociólogos ni aun los psicólogos se atreven a hacer sus encuestas o cuestionarios en este asunto; no sólo es por la dificultad de abordar a los sujetos, es también por propia repugnancia. Y no sólo ellos. En los últimos veinte años, se estima que se han publicado cerca de cien mil libros libros de ensayo, de los que sólo un 0.2 por ciento (doscientos) han abordado el tema de la Muerte, incluídos libros de Medicina. Ahora puede que empiecen a cambiar ya las cosas con la expansión de la Medicina Paliativa, de la Psicooncología, y de sus manuales y tratados.
[...]
Lo primero que se hace ante un muerto es cerrarle los ojos. Por qué, si él ya no nos puede ver corporalmente. Lo hacemos para no ver su mirada, para no ver que no nos mira. Y si su muerte acontece en un lugar público, en seguida se le cubre por completo. Se dice que es por respeto, para preservarle de las miradas curiosas. No. Es para no verlo. Una prueba más de la negación que lo vivos hacen de los muertos en cuanto se mueren: apartarlos de la vista. Ahí estan los versos de Federico en su Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935): [...]
[...]
Los tres rechazos
Parece lógico que la reacción espontánea, normal, sana, ante la Muerte sea el rechazo. De ahí, el desconocimiento al que nos estamos refiriendo. Es un círculo: desconocer algo lleva a rechazarlo y, a su vez, secundariamente, el rechazo aumenta el desconocimiento.
Pero no todos los rechazos tienen la misma raíz ni el mismo desarrollo ni el mismo resultado. Nosotros consideramos tres formas de rechazo de o ante la Muerte.
La primera es el rechazo inconsciente o negación por represión, como veremos más adelante, que es un mecanismo psíquico involuntario de defensa, un "no darse cuenta" de la Muerte, ni aun ante sus más claras señales o presencias. Es el principal ingrediente de lo que llamamos la Gran Negación.
La segunda forma es un rechazo consciente, vivo, vivencial, inmediato, frontal, directo: un "no querer darse cuenta de la Muerte", un apartamiento voluntario de la misma, en muchos casos un "no por ahora" (o "aún es pronto"). Dice, a este propósito el filósofo Julián Marías:
Y hay una tercera forma de rechazar a la Muerte, el rechazo combativo, que es hacerle frente activamente, mediante su conocimiento. Éste es el rechazo que nosotros preconizamos.
[...]
Se diría que preocuparse de la Muerte fuera traicionar a la vida, suplantarla, mermarla. Algunos filósofos y psiquiatras opinan que hablar de Ella la convierte en algo aún más insuperable. Aseguran que para poder vivir animosamente hay que reprimir o, al menos, apartar de la vida la idea de la Muerte.
Dice la canción popular andaluza:
Cada vez que considero
que me tengo que morir
echo una manta en el suelo
y me harto de dormir.
Así que a olvidarse de la Muerte. Ésta es la táctica de rechazo que recomienda activamente el poeta Vicente Gaos en su poema Olvidaos (de “Concierto en mí y en vosotros”), rebelándose contra el "Quia pulvis es et in pulvis reverteris”:[...]
[...]
Negocio y Negación de Muerte
¿Cual es nuestra percepción actual de la Muerte, lo que vemos a nuestro alrededor, fuente de posible conocimiento? Es indisociable del escenario social que pisamos.
Por un lado, cada vez vemos menos morir directamente a nuestros seres queridos. Éstos fallecen frecuentemente en los hospitales, y muchas veces solos. Y, por el contrario, nunca la Humanidad ha tenido más ocasiones de ver tantos cadáveres a través de los medios de comunicación: muertos ‑generalmente desconocidos‑ en vivo y en directo. Pero esa visión de muertos no ha hecho paradójicamente sino convertir a la Muerte en un espectáculo de pantalla, no en sentimiento del "morir".
Estamos pasando un tiempo que ha dado la espalda a la Muerte y a nuestros muertos. Antiguamente, la sociedad convivía con el pensamiento, la representación, el temor y el respeto a la Muerte, y la tenía muy en cuenta en su decir y en su hacer.
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Ahora parece que resurge, especialmente en Estados Unidos, un gran interés por su conocimiento, pero no debemos engañarnos. Ese interés de moda suscita nuestra desconfianza en una cultura que tiende a hacer de todo una convención, una norma, un programa, un protocolo, una asociación, un batido homogéneo. De esa manera conductista de pensar y de actuar nos da miedo la pérdida de la originalidad, de la individualidad, de la desviación que salva al individuo aun a riesgo de perderlo socialmente. Tenemos la impresión de que la "muerte a la americana" (tan opuesta a la antigua "muerte a la española") es una hábil estrategia de negación de la muerte, para hacer un negocio y una negociación de la misma, mediante un manejo psico‑social estandardizado de la misma, [...]
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No hay más que pasearse un poco por Internet y teclear “Death” o “Grief” para percibir el gran negocio que se mueve alrededor de la muerte en Estados Unidos, sobre todo. Proliferan las ofertas de terapias de la pena por el ser querido muerto, de cursillos para convertirse en terapeutas de duelos de todo tipo, de libros sobre el particular… Se anuncian religiones de toda clase consoladoras de la muerte... Se organizan reuniones. En las páginas de Internet los deudos vuelcan fotos, y currículos de sus muertos, poemas dedicados a su memoria. Se organizan viajes turísticos a Méjico con ocasión de su famoso Día de los Muertos… Nada de esto tiene (por el momento) la más mínima equivalencia en el Viejo Mundo. Algunos investigadores americanos se quejan de este esterotipo cultural que, acerca de su concepción de la Muerte, se tiene sobre ellos.
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LA GRAN NEGACIÓN
La Gran Negación de la Muerte que opera en nuestra sociedad actual no consiste en que se tenga la conciencia positiva de ser inmortal, lo que sería locura. Se trata de un flagrante comportamiento de vivir como si la muerte no existiera en absoluto. Estamos así ante una denegación irracional, inconsciente, algo inaudito, que no tiene parangón con ninguna otra negación ‑como no sea la esquizofrénica, que, en realidad, es una construcción delirante‑, pues es la antirazón. Y, sin embargo, esta manera de actuar convive con la razón en todo el resto del pensamiento y de la acción. Es como si se tuviera la íntima convicción o creencia, absurda, pero abrigada en todos y en cada uno de los seres humanos, según la cual "se mueren los otros, los demás, yo no". Pero los demás somos precisamente nosotros.
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Pero ese "yo no" se adereza ‑para hacerlo aceptable por la razón‑ con un "no‑todavía": "yo‑no‑todavía", en donde el "no‑todavía" es un tiempo incontable: es decir, un "yo‑nunca". Es la Gran Negación o Negación por antonomasia. La volvemos a ver en el Marqués de Santillana (1398‑1458) en uno de sus últimos proverbios:[...]
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El Gran Escándalo
A los que defiendan la conveniencia de no pensar en la muerte hasta que llegue, habrá que decirles que precisamente esa gran negación, extendida a todo, es la que hace posible el hecho increíble, EL GRAN ESCÁNDALO, de que, a estas alturas de nuestros progresos técnicos en tantos órdenes de la vida, todavía no se hayan encontrado medios idóneos, y, entre ellos, fármacos adecuados, para que la muerte no nos duela y no nos degrade. Tenemos derecho a una muerte limpia. Y eso sería posible si se financiaran prioritariamente investigaciones para conseguirlo. Y, si argüímos razones económicas, no cabe decir que un proyecto así no sería rentable, sino todo lo contrario. ¿Cómo puede ser, sino producto de la Gran Negación, de la gran Locura Humana, que lo único que sabemos que nos va a ocurrir a todos, que es la muerte, no se trate preferente y urgentemente como un asunto de interés universal, como una situación de riesgo general y de emergencia permanente? Es la misma razón por la que resulta increíble la gran resistencia que hay todavía en los hospitales, entre el personal médico y cuidador, a suministrar analgésicos, y, en particular, morfina, que sigue siendo el fármaco de elección desde no se sabe, en las dosis que sea, a enfermos terminales o con grandes dolores, dándose a veces la ridícula excusa de que se pueden hacer adictos o acostumbrarse para cuando “de verdad” les duela?
Aunque sólo fuera por esto, habríamos de tener muy presente la muerte en nuestra vida para, mediante la presión social sobre los investigadores científicos, conseguir despojarla de su carga final de sufrimiento, de invalidez, de delirio y de letargo. Y poder partir todos de la vida como en el tránsito a un sueño apacible, al Sueño Eterno, metáfora de la Muerte que todos hemos soñado desde el principio de la Humanidad.
Pensar todo el tiempo en la muerte -la obsesión de la Muerte- es una locura. Pero no pensar nunca en ella -la Gran Negación- es otraa
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