31 mar 2008

LA CALLE POR DENTRO

LA CALLE POR DENTRO - .
DOCENTE: RAÚL CURBELLO
FECHA: 3 / 10 / 89

Raúl: Es medio contradictorio eso de la calle por dentro. La calle es por fuera ...(Risas).
Yo hoy estuve pensando mucho y creo que fue una experiencia muy linda, aleccionadora, interesante y muy llamativa. A la vez fue una experiencia tristísima. No se la deseo a nadie en ninguna forma...la calle tiene una crueldad total. La persona se encuentra desvalida, el tipo empieza a tener el pelo largo ... y con esa facha lo llevan preso continuamente, lo rechazan en los bares, se vuelve marginal rápidamente.
En dos palabras tengo que decir por qué soy un marginal.
Fui docente en Uruguay, un muy buen profesor de literatura. El alcoholismo me llevó a la marginación enseguida. En lo que llamé el acto más infértil de mi vida, renuncié a las clases y dejé todo. Tenía una carrera muy buena en la enseñanza. Hoy estaría jubilado en Uruguay, casado posiblemente, pero el alcoholismo me llevó a la calle. Es un lugar apasionante, muy dinámico, es mejor que el adentro pero más cruel.
Estuve tres meses viviendo en la plaza Lavalle, en Tribunales. Acá no me dejan mentir porque conocen a mi compañero que fue un escribano. Con él viví tres meses al aire libre. Se te empieza a hacer en la cara como una costra, no tenés dónde lavarte. Íbamos al subte a afeitarnos. Ahí empieza a haber una decrepitud en el ser, la cana te lleva en cualquier momento. El alcohol te sostiene. Me acuerdo una noche de Carnaval...por Corrientes pasaba un corso y yo estaba con el escribano en un banco de la Plaza Lavalle. Salí a mangar para el vino, teníamos como dos litros y un paquete de cigarrillos. El escribano me dijo muy serio: “Pasamos al frente” (Risas) Nos olvidamos que la gente normal –había que olvidarse- estaba festejando el Carnaval!. Nosotros estábamos a dos cuadras en una plaza desierta, a la intemperie, con frío y teníamos que conseguir el “éxito” que daban el alcohol y los cigarrillos.
El croto es un tipo romántico, muy imaginativo y muy loco que piensa que está bien. Yo estaba en Congreso con tipos que estaban de última: uno con la pierna infectada, otro con bastón, algunos mamados, con piojos pero ellos decían que estaban bien. Hay una parte muy neurótica, que niega la realidad totalmente. Doy gracias a Dios de no estar en la calle ahora. Cuando vean a alguien así téngale compasión, la más grande del mundo, de corazón, porque ese tipo está sufriendo. Pienso en la lluvia, el frío, no hay ropa ... porque la gente te da cuando vos tenés. Si vas a una Iglesia muy mal vestido, ya no te atienden. El cura te dice desde adentro que no. La gente le tiene terror a la miseria, cuando ven a alguien en estado de derrota, como un animal cansado, herido, le tienen desprecio, genera rechazo.
Alfredo - Está bien ese aspecto horroroso, pero hay otro, el comunitario, la salud que se mantiene a nivel existencial, aún y pese a toda esa miseria descripta, ¿qué podés contar?
Raúl – Tuve momentos malos y angustiantes a la vez. E
ra el lugar más hermoso por la libertad. Uno no se integra porque le da por las pelotas todo, no se labura, se manga. Yo me sentía un fracasado, un marginal por el alcoholismo, un excéntrico, un tipo raro, ¡Un boludo!. (Risas) cuando llegué al Felix Lora, me enteré que había miles con idéntica experiencia. Recuerdo que una vez, viniendo de la Boca, fui a ver a los crotos, como tenía plata, compré unos vinos. Al llegar me dijeron: “tenemos un payador”. Compramos más para tomar y se largó el tipo a cantar, tenía una lucidez de la gran puta. Fue raro, pero yo me puse a payar también, como no teníamos guitarra, uno la hacía con una latita. Cantamos como una o dos horas, era una cosa linda. En la calle hay muchas sorpresas. A mi me sirvió mucho el blá,blá, blá, me conquistaba a los dueños de los boliches y a los parroquianos. Yo le agradezco a la calle la lección que aprendí sobre el ser humano, su odio a la pobreza y sobre el amor. Hubo una oportunidad que andaba por Flores, paraba a tomar por ahí, con mi bolsito, mi tijerita y el Tetra. Ahí había prostitución, juego, travestis, chicos que se daban con pegamento. Hubo un hecho insólito, las prostitutas arreglaron con la policía que ahí no iban a entrar ellos. Cuando se corrió la voz por la plaza, eso se hizo un paraíso ...(Risas). Había marihuana, todos los chiches ... prostitutas de todas las categorías, que paraban en ese lugar de nadie, aparecieron travestis, no esos lindos y atractivos, eran seres espectrales salidos de no se qué caverna ...Había gente que jugaba enormes sumas al póker, al monte, ¡qué se yo!. Era todo: un casino, un prostíbulo y los chicos que se daban. Ellos llegaban de Caballito a eso de las doce. Estaban los chicos pobres y los ricos que venían de los departamentos a fumar marihuana tranquilos, porque ahí tenían de todo. Una vez me encontré un travesti que estaba metido abajo de un arbolito, sentado en un banco, me acerco y veo la cosa más espantosa que haya visto en mi vida: un viejo, anciano, con todo el pelo lacio teñido, reteñido, con una cara de angustia ...le dije: “Te voy a presentar chico”. Me miró y le comenté que no había problema con la cana. Se lo traje, era un pibe que estaba tomando pegamento, le dije. “dale, che, hacele compañía un rato ...¿qué te cuesta? Hablale un poco para que no se sienta solo, qué sé yo...” Yo, que no tengo vocación de fotógrafo, esa noche hubiera deseado filmar esa extraña escena de ternura y de comunicación. Sentí en ese momento que Dios había bajado y que estaba con nosotros en su Bondad Infinita. Esos dos seres pudieron comunicarse, superaron sus soledades.
Un día todo terminó, no hubo arreglo, vino la cana con todo y nos llevaron a la 50°; desalojaron la plaza, vinieron con colectivos. Ahí terminó ese Paraíso, efímero, pero Praíso al fin, que tuvimos durante tres meses en verano.
Yo podría decir que ahí encontraba una honestidad que no encontré en ningún otro lado: el tipo tal cual es. El travesti, travesti. La puta, puta. La puta pobre, la rica, se cantaban las tarifas y estaba todo bien. Aquella por 50 $, esa otra chiquita por 10 $. Era como un harén, una cosa muy linda. Barato y accesible. Si a uno no le alcanzaba la plata, había unas de 5 $, eran una cosa increíble, pero que uno mamado igual iba con ellas. (Risas) venían familias enteras a prostituirse: la madre, la hija, la cuñada. Venían no sé de dónde.
Alfredo – Lo interesante es el grado de solidaridad y de amor que existe en las ranchadas, cómo cada uno se juega por el otro de una manera desconocida para los de clase media. Un jugarse defendiendo al otro, no delatando, es honestidad sin desdoblamiento. Cada uno es el que es. Nosotros estamos acostumbrados a que uno dice una cosa y hay que descontar que dice otra. Todo esto causa sorpresa. No hay caretismo, van de frente, igual que los chicos de la calle, o los rockeros, que han desarrollado una nueva moral, solidaria, honesta.
Raúl – Hay un momento que uno compara esa vida honesta y esta otra. Alguien me decía: “yo no vendo falsas imágenes, soy punguista”. Yo le preguntaba: “¿A quién pungueás? ¿A gente pobre? Decía que no, que lo evitaba, igual que al jubilado.
Yo le decía que no le afanara a las viejas, por la culpa, pero a los de guita si. Él decía: “me voy a laburar”. Se mandaba el coso de cocaína y se iba. Es un laburo como cualquier otro. No creo que todo esto fuera algo inmoral. Gracias a Dios, la pasábamos muy bien. Ahí el ser humano se revelaba como es, con sus apetitos y sus debilidades. Esto es lo que da la calle, da sorpresas, tengo otros recuerdos agradable, se los cuento otro día. FIN

A MEDIDA QUE TRANSCURRÍA EL RELATO DE RAÚL CURBELLO, LOS CHICOS DEL BANCAPIBES, COORDINADO POR ALICIA SALAS, SE FUERON ACERCANDO.
ELLOS ERAN: HUESITO, RAÚL, DANIEL.

Alfredo – Los pibes de la calle son un fenómeno distinto, conviven en distintos espacios que los crotos y linyeras.
Raúl – A los más grandes, que andan siempre borrachos, nunca les dimos pelota, si venían, aunque fueran de la calle, los agarrábamos a cachetazos si jodían.
Alfredo – Es un mundo muy violento el de los chicos, aquí la soledad sale como violencia, en los otros, como depresión. Los crotos son solitarios, de uno o de a dos, pero ustedes van en banda. Es como la diferencia entre el tango y el rock, uno es grupal y el tango es un rito solitario. ¿Qué sintieron cuando apareció Alicia?.
Huesito – Me dijo si tenía adónde dormir, me invitó al Bancapibes, fui, me empezó a gustar y me quedé.
Alfredo – ¿Buena onda de entrada?
Huesito – Si.
Daniel – Yo no me acuerdo qué pensé.
Raúl – Yo iba al Bancapibes y comía, me salvaba los domingos. Yo le agradezco algo importante: si ella no hubiera parecido capaz que hubiera llegado a cosas peores.
Alumno – ¿Viven allá ahora?
Huesito – Si, ahora si.
Alfredo – Lo decidimos desde los saqueos, porque hubo muchas razzias policiales.
Raúl: Porque no querían que nosotros vayamos a romper ... (Risas).
Alumno – ¿Alguien se les acercaba cuando estaban en la plaza?.
Huesito – No, al contrario, pasaban de largo, por al lado, como a veinte metros.
Alfredo – ¿Y de la Policía qué quieren decir?.
Varios – (Insultos)....ojalá que se choquen todos!.
Carlos Sica – ¿Cuál es el miedo en la calle?.
Raúl – Por lo menos yo, que fui con Daniel, que es mi hermano, caí a la fuerza, no tenía adónde ir, yo hacía cosas a la fuerza, si yo no iba a afanar, no tenía para morfar. A la noche me cagaba de frío y también le di al vino, whisky, pastas, me daba y afanaba para morfar. No porque me gustara. Si yo tengo dónde dormir, comer, ya no tengo porqué afanar, pero en la calle hago cualquier cosa. Asalté heladerías, también tuve que chetear. Es agarrar a una persona y amenazarla, la agarrás del cuello, la cagás a piñas, le sacás la campera, plata, zapatillas, lo dejás desnudo, eso es chetear.
Alumno – Agarraban a los chetos.
Raúl – No, a cualquiera. Yo sabía a quien elegía, marcaba a uno y cuando se iba a lo oscuro, “¡dame todo!” le decía. Si no quería, tenía que darle. De alguna manera tenía que convencerlo, le pegaba un par de cachetazos, si se seguía resistiendo, le seguía dando. Eso lo hice, de eso vivía. Íbamos de a 5 o 6 por cada vereda, sea grande, chico, lo podíamos.
Carlos Sica – ¿A qué decís que se arriesgaban?
Raúl – A caer en cana. Nosotros sabíamos a quien chetear. Si le veíamos cara de botón, no.
Huesito – A que te caguen a palos, te pongan cualquier causa. Si no tenés documentos, te pueden poner lo que quieran. Para ellos sos cualquiera, basura, no tenés identidad.
Alfredo – La cana los chetea a ellos.
Huesito – Te pisan la cabeza, te pegan un cuetazo, un fierro encima, ¿quién te conoce?. Nadie.
Raúl – Además en Once ya nos llevaron 4 o 5 veces, vienen ahora, te ven y te dicen: “Negro, vos que hacés acá? Andate”.
Alfredo: Cuenten cómo se defendían.
Raúl – Si yo me topo con un tipo así, (un karateca) ¿sabés lo que le hago?...
Ahí el chabón me cagó a palos, me dejó muerto, pero él alguna vez va a estar de espaldas, yo una botella le clavo. Eso se aprende, allá jugábamos al karateca tirándonos patadas hasta que llegábamos a los fierros y los palos. Yo no se si está bien o mal lo que pienso, pero cuando yo llegué a la calle, pensé, a mi nadie me va a pisar la cabeza. Sea quien sea. Yo cuando fui a Once, laburaba en Villa Luro, daba vueltas y a las 12 me dormía. Al otro día me iba a laburar. Dormía poco, así que largué el laburo, y no les daba pelota a los otros pibes. Los veía, si. Hasta que un día alguien te dice: “vieja, vení, vieja tomá”. Y te convidan algo. Es algo medio raro. Yo los conocí en una pelea. Había dos chabones, uno con un fierro. Yo me metí y me dijo: “gracias”. Me presentó a un amigo que estaban desde hace dos años. Ahí empecé a conocer gente. Ahora en Once me conozco hasta los techos. Ahí era donde dormía yo. Empecé haciendo plata levantando trolos. Si, a los putos, íbamos a la casa de él, a algunos le rompía la cabeza, lo atábamos y le sacábamos la plata. Aparte me habían dicho: “Son trolos, si te levantan, sos menor”, si entra la cana, a él le hacen una causa por corrupción de menores, yo aprovechaba por eso.
Alumno – ¿Repartían la guita?
Raúl – No, es para uno, el que hace su plata se la queda. Ahora, si se va a tomar vino, todos ponen. Yo me acuerdo cuando nos dio la onda de tomar vino, yo pedía de juntar, me llovía la guita de todos lados. Son bastante compañeros. Si tienen hasta te prestan guita.
Alfredo – La diferencia que veo es que Uds. se juntan para la acción, en cambio los crotos se juntan en el boliche para tomar, no hay acción. Pasamos del tango llorón y la soledad, a la violencia. Pasamos de la cultura de la depresión a la de la acción, lo cual no es malo, como juventud del país. Habría que usar esa energía para otros enemigos. Las nuevas generaciones son más difíciles de someter. Las deudas se pagan, hay honor. Su violencia es producto del sistema. El trolo, el bufarrón, que se coge a los pibes de primera, es afanado aprovechando la situación. El sistema les enseña a vivir así. FIN

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